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Ayer hablé de mi padre ausente

La palabra fue secuestrada por la emoción, la voz se atragantó y las lágrimas hicieron su parte.

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Ayer hablé de mi padre ausente. Se cumplían cien años de su nacimiento, el buen hombre que murió lamentablemente hace dieciséis meses. Su vida tuvo el sello del infortunio a corta edad. Su papá, Francisco Bortone, se marchó a Italia para practicarse una operación que truncaría su existir. Mi abuelo le dijo al despedirse: "Quedas encargado de la casa, de aquí sales con la muerte", contaba con tan solo siete años cuando tuvo que hacerse hombre.
(También le puede interesar: ¿Qué hicieron con Venezuela?)
Cuando encontró a su madre llorando en el fogón de la vivienda comprendió que su progenitor no regresaría jamás. Una responsabilidad enorme la de mantener una familia compuesta por su madre y una hermana de tan solo dos meses de nacida. Los sueños del niño se aferraron a un carro de madera en donde recogía botellas para vender. Los caminos de la Duaca, de la década del veinte, vieron aquel impúber flaco de buen semblante andar animosamente ganándose el pan.
Nada lo amilanada, sabía que la responsabilidad que le había encargado su padre era un mandato que transformaría su espíritu en un individuo formidable. En el incienso propio del recuerdo, la familia organizó un acto para conmemorar su centenario realizado en las instalaciones del Colegio Rafael Castillo de Duaca, faro educativo de la región, bajo la égida del espléndido educador crespense, el profesor Boanerges Castillo.
Conté anécdotas que pincelaron mi vida, frente al micrófono el rostro compungido de mi vieja, minutos atragantados ante la dificultad de encontrar respiro.
Allí nos tocó decir algunas cosas de mi padre amado. Fue así como las palabras fueron secuestradas por la emoción, la voz se atragantó, hasta que las lágrimas hicieron su parte. Fue durísimo el buscar calma, para hilvanar las ideas, cuando el corazón es penetrado por una lanza, con el veneno del dolor en la punta. El desgarro de la pérdida sigue allí, cobijándose en las entrañas. La brisa duaqueña me trajo aliento para salir del compromiso, minutos tortuosos, jornada complicada cuando el recuerdo es un dictamen del tiempo.
Violines de manos prodigiosas del talento duaqueño, música larense que impregnó el recinto con su magia. Palabras y poesía como abrevadero de un sinnúmero de hechos significativos, que atesoramos como familia. Cantantes que festejaron al viejo roble Juan Bautista Cambero. Conté anécdotas que pincelaron mi vida, frente al micrófono el rostro compungido de mi vieja, minutos atragantados ante la dificultad de encontrar respiro. Cruzamos el desierto y regresamos cargados de reminiscencias. Sin embargo, pudimos honrarlo en su centenario.
Con él aprendí el valor del respeto y la honestidad; en cada cabalgadura de mi andar por la vida, ando en los lomos de su recuerdo imperecedero, un hombre necesario, padre ejemplar, un caballero de la decencia. Su amantísima familia fue su refugio de amor. Hoy duerme esperando el retorno de Jesús.
Desgraciadamente, mi padre murió esperando ver libre a su Venezuela de una cruel dictadura. Cuando nació, la patria vivía bajo el terror del régimen opresor de Juan Vicente Gómez, ya al final de sus días, la alevosa gestión de Nicolás Maduro hizo que acudiera a un hospital sin dotación, careciendo de lo elemental y con un personal médico comunitario de dudosa calidad. Falleció esperando el renacimiento de la democracia nacional. Así como mi padre, se muere un país en la garras de la barbarie.
ALEXÁNDER CAMBERO

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