La confirmación del gigantesco hallazgo del yacimiento Sirius, en altamar, a 38 kilómetros de la costa, al norte de la Sierra Nevada, debería bastar para declarar un día de fiesta nacional. Según Ecopetrol y Petrobras, socios del proyecto, Sirius tiene un potencial de 6,1 terapiés cúbicos de gas natural, que casi triplicaría las reservas nacionales de 2,3 terapiés. De tener gas para apenas 6 años (y eso, con muchas dudas), Colombia pasaría a garantizarlo por al menos 20 años.
El hallazgo, que puede no ser el único en esta zona donde los gobiernos anteriores estimularon la exploración, brindaría energía barata a millones de hogares, a la industria y a las plantas térmicas. Basta comparar la factura de gas con la eléctrica, para entender el aprecio de la gente por el gas. Además, aunque no se trata de una energía limpia, el consumo de gas natural es mucho menos contaminante que el de petróleo o carbón.
Pero en medio de tanto desgobierno, incluso una noticia tan alentadora está cubierta de incertidumbre. Recientes decisiones judiciales amenazan con frenar las explotaciones en esa área, hasta tanto no sean consultadas comunidades indígenas como la de Taganga. Eso para no hablar de los procesos kafkianos de las licencias ambientales.
Para poner a Sirius a producir y traer ese gas a tierra firme, hace falta invertir cerca de mil millones de dólares. Como dijo el exministro Mauricio Cárdenas, “necesitamos un Ecopetrol fuerte, con capacidad económica, decidido a sacar adelante ese proyecto”. Pero la gran empresa de los colombianos está debilitada por las erradas decisiones del gobierno de Gustavo Petro: su acción valía más de $ 3.000 en junio de 2022 y hoy está en $ 1.900.
Si todo sale bien, el gas de Sirius estaría disponible a fines de la década. Entre tanto, habrá cinco años de inseguridad energética porque el Gobierno ha aplicado una receta fatal: frenar la exploración de petróleo y gas, mientras resulta incapaz de impulsar los proyectos de energía renovable. Solo el 5 % de los eólicos y solares proyectados por la istración de Iván Duque ha entrado a operar. Y la generación hídrica vive bajo la amenaza de El Niño, que reduce las lluvias. Como me confesó esta semana, en privado, un funcionario del Minminas, “caminamos al borde del abismo”.
Para poner a Sirius a producir y traer ese gas a tierra firme, hace falta invertir cerca de mil millones de dólares
El resultado lo empiezan a pagar los s, con onerosas tarifas. Como la demanda crece más rápido que la energía disponible, el país se arriesga a un apagón. Y aun si logra evitarlo, la escasez de energía hará que, en los años por venir, la factura siga subiendo. En el tema del gas, por fortuna existe el puerto de regasificación Spec, de Promigás, cerca de Cartagena, capaz de importar y suplir baches en la producción nacional.
Esta tormenta perfecta es culpa del Gobierno, de una minminas inicial, Irene Vélez, que, con la osadía del ignorante, confundía millones con billones; de un ministro actual, Andrés Camacho, sin liderazgo frente a la grave crisis, y de la incapacidad del Presidente de hacer algo tan sencillo como designar los expertos de la Creg (comisión que regula el sector), un asunto por el cual el Tribunal de Cundinamarca lo sancionó por desacato y le impuso una multa de cinco salarios mínimos mensuales. Para rematar, la Superintendencia de Servicios está penetrada por la politiquería y por oscuros intereses privados.
Soy firme partidario de la transición energética, en un planeta necesitado de reducir de manera significativa las emisiones de CO2 a la atmósfera. Pero esa transición –que es muy costosa– es un imposible económico sin contar con el petróleo y el gas durante unas décadas más. Y se hace inviable si el Gobierno que tanto habla de transición, fracasa en impulsar los proyectos de energía renovable, eólica y solar, paralizados por cuenta de su incompetencia. A Petro le encanta hablar, pero es incapaz de hacer, y el país lo está pagando caro.
MAURICIO VARGAS
IG: @mvargaslinares