Hay días en los que el pesimismo se me mete en el cuerpo y, como el frío bogotano, me debilita hasta el cansancio. Entonces los pensamientos negativos me invaden hasta el amanecer. Con el primer café vuelvo un poco a respirar, pero arrastro toda la mañana las mismas preguntas que en mi noche larga me asaltan sin tregua: ¿perderemos lo que en estas últimas décadas hemos logrado las mujeres? ¿Las cosas que damos por hecho y que fueron conquistadas con tanta dificultad serán otra vez puestas en entredicho?
Veo las noticias y todo me espanta: la agenda feminista hecha trizas en Argentina en poco menos de un año por un gobierno libertario; los estados republicanos en Estados Unidos con trabas casi totales al aborto legal, inclusive en los casos más extremos; las empresas tecnológicas modernas con proyectos de cierre de programas de inclusión hacia mujeres cabezas de familia; los programas de Usaid, con un enfoque de género tan contundente para las mujeres del continente y de Colombia reducidos casi por completo, y la lista no parece acabar ahí. Es como si de repente todo lo que parecía lógico y sensato se desvaneciera en el aire.
Refrescar la memoria nunca es en vano y la historia de las mujeres, ese feminismo antes del feminismo, será siempre una fuente de inspiración para la historia actual.
A diario me encuentro con mujeres que están conscientes de lo ganado y de lo que se puede perder. Basta recordar que hace un siglo las mujeres colombianas padecían una triada ineluctable: si se embarazaban y no deseaban ser madres, no había muchos caminos posibles. Si heredaban bienes, sus mecanismos de posesión eran muy frágiles e inciertos, y no lo olvidemos: simplemente no podían votar. Parece increíble, pero es verdad. Y esto fue hace apenas un siglo. Por eso, esas mujeres que en los años cincuenta ya tenían muchos más derechos vieron este progreso como algo grandioso e ineluctable.
Nuestra generación garantizó posteriormente los derechos reproductivos en Colombia. Y todos y todas pensamos que eran conquistas para siempre. Pero, como lo muestra Argentina, basta un cambio de gobierno para que todo pueda ser cuestionado. Basta que un loco como Trump sea elegido para poner en duda en importantes sectores de la opinión pública lo que es obvio: las mujeres son sujetas sociales de derechos y punto. Y no bajaremos la guardia porque es justamente en estos tiempos de cambio cuando necesitamos hacernos sentir, levantando la voz si fuera necesario con el fin de que se merme esta eterna deuda que tiene el Estado con las mujeres colombianas, aquellas mujeres que no han dejado de aportar a la economía con su dedicación sin reparo al fluir de la vida. Pero sé, porque las conozco, que, a pesar de los miedos, las mujeres no han alojado nunca la posibilidad de retroceder. Y mucho menos hoy.
Y ante la pregunta relativa a la importancia de seguir nombrando el 8 de marzo (como el 25 de noviembre), respondo que siempre será importante recordar y contextualizar estas fechas que siguen teniendo un enorme significado para las mujeres del mundo entero. Seguir nombrando estas dos fechas nos permite, como hoy, reflexionar en contextos políticos particulares sobre avances y retrasos y prioridades relativas a los derechos de las mujeres. Sin olvidar nunca –e insisto siempre mucho sobre esto– recordar el pasado, esta larga historia de luchas de las mujeres que nos precedieron, todas aquellas que reflexionaron sobre el significado de una ciudadanía plena para ellas. Refrescar la memoria nunca es en vano y la historia de las mujeres, ese feminismo antes del feminismo, será siempre una fuente de inspiración para la historia actual.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad