Hubo un tiempo en que la prevención de enfermedades epidémicas era una causa que la gente acogía. Cuando el Presidente Franklin D. Roosevelt hizo un llamado a los estadounidenses a unirse a la lucha contra la polio, informó que llegaron camiones de sobres que contenían “10 centavos y 25 centavos e incluso billetes de un dólar” a la Casa Blanca, “de niños que querían ayudar a otros niños a sanar”.La campaña March of Dimes pasó a financiar el desarrollo de vacunas contra la polio. Cuando una de ellas, la vacuna Salk, demostró ser eficaz, en abril de 1955, repicaron las campanas de las iglesias.
Del mismo modo, a mediados de la década de 1960, cuando la Organización Mundial de la Salud anunció su plan para erradicar la viruela en sólo 10 años, la gente aceptó el reto. Hasta 150 mil personas trabajaron en la campaña y, con un último caso natural descubierto en Somalia en octubre de 1977, se erradicó la viruela en la naturaleza.
Puede parecer poco probable que alguna vez podamos recuperar esa determinación. En lugar de presentar un frente unificado contra el covid-19, luchamos amargamente y, tres años después, nuestra respuesta compartida parece ser una falta de voluntad para pensar siquiera en enfermedades epidémicas. Los políticos se han vuelto particularmente nerviosos respecto a lo que deberían ser medidas de sentido común para proteger la salud pública básica. En Estados Unidos, la Ley Pasteur abordaría la crisis de resistencia a los antibióticos que amenaza a todo nuestro sistema de atención médica, pero lleva años estancada en el Congreso.
El financiamiento para programas de preparación para una pandemia debe reautorizarse en septiembre, pero su aprobación está en duda. En vista de las catastróficas pérdidas causadas por la pandemia de covid-19, este tipo de inacción resulta desconcertante.
La manera de volver a prevenir enfermedades infecciosas es centrándonos en los patógenos que ya conocemos bien y para los que tenemos nuevas herramientas. Pensando en particular en tres enfermedades con una larga historia de mutilar, lisiar y matar a seres humanos: la tuberculosis, la malaria y la polio.
La estrella oscura de las tres es la tuberculosis. A medida que disminuyen las muertes por covid, la tuberculosis (TB) ha recuperado su lugar como la enfermedad infecciosa más mortífera, matando a alrededor de 1.5 millones de personas al año, principalmente en el mundo en desarrollo.
La capacidad de reducir ese número está a nuestro alcance. El desarrollo de tecnologías de diagnóstico como GeneXpert ha reducido los tiempos de prueba de tuberculosis de semanas a horas, una diferencia crucial porque en la actualidad, el 40 por ciento de las víctimas de tuberculosis no son diagnosticadas. Esto transmite la enfermedad a quienes los rodean.
El tratamiento con un régimen de antibióticos también se ha vuelto más fácil, acortándose de dos años a sólo seis meses para los casos resistentes a los antibióticos. En casos normales, es probable que el tiempo de tratamiento también disminuya pronto. También se está trabajando en vacunas prometedoras.
Estados Unidos y otros países donantes podrían argumentar que ya hacen más de lo que les corresponde. Pero los donantes todavía se quedan cortos en más de la mitad del financiamiento que la OMS dice necesitar para poner fin a la epidemia de tuberculosis para el 2030.
Actualmente, hasta 13 millones de estadounidenses viven con una infección de tuberculosis latente, según estimaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Las realidades de los viajes modernos significan que ninguno de nosotros está protegido hasta que hayamos protegido a las personas en todas partes.
En junio, por primera vez en 20 años, aparecieron casos de malaria local en Texas y Florida, lo que generó el espectro de que podría volver a ser endémica en Estados Unidos.
Eso debería servir como recordatorio de que se estima que en el 2021 se produjeron 247 millones de casos de malaria en todo el mundo y 619 mil personas murieron. La gran mayoría de ellos eran niños del África subsahariana y del sur de Asia.
La prevención de la malaria ha tropezado debido a la rápida evolución de la resistencia a los medicamentos y los insecticidas. Pero estamos avanzando con nuevas herramientas y una respuesta más ágil.
Dieciséis países, desde El Salvador hasta China, con esfuerzos coordinados por la OMS, han eliminado la malaria desde el 2000, y otros 10 pretenden hacerlo en los próximos dos años. Además, las agencias de salud pública cuentan por primera vez con una vacuna contra la malaria, y alrededor de 1.7 millones de niños en tres países de África —Ghana, Kenia y Malawi— ya han recibido al menos una dosis.
La vacuna es sólo moderadamente efectiva, pero al prevenir alrededor del 40 por ciento de los casos de la variedad más mortífera de malaria, se espera que salve a decenas de miles de niños cada año. Con el financiamiento adecuado, el objetivo de la OMS para esta década es reducir el número de muertes anuales a menos de 100 mil —camino a la erradicación.
Por último, la polio ofrece la oportunidad más inmediata de lograr un gran éxito. En 1988, cuando agencias internacionales, gobiernos nacionales y organizaciones sin fines de lucro lanzaron una campaña de erradicación, la polio todavía era endémica en 125 países y cada año paralizaba a unas 350 mil personas, en su mayoría niños pequeños.
Este año ha habido sólo siete casos de poliovirus silvestre, todos en una pequeña zona montañosa en la frontera entre Pakistán y Afganistán, los dos últimos países donde sigue siendo endémico.
Lo que necesitamos es un sentido poderoso de nuestra humanidad compartida en la lucha contra algunos de nuestros asesinos más antiguos, y el valor y la determinación para ganar esta lucha ahora.
Richard Conniff es autor de “Ending Epidemics: A History of Escape From Contagion”.
Por: Richard Conniff
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