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Ruanda: ¿cómo pasó de ser el horror a convertirse en la envidia de África?

30 después de un genocidio devastador, ha logrado avances impresionantes. Pero las divisiones étnicas persisten.

El Presidente Paul Kagame de Ruanda ha sido el arquitecto de la asombrosa transformación de su País.

El Presidente Paul Kagame de Ruanda ha sido el arquitecto de la asombrosa transformación de su País. Foto: Simon Wohlfahrt/Agence -Presse -- Getty Images

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La sangre corría por las calles de Kigali, la capital de Ruanda, en abril de 1994, cuando milicianos armados con machetes comenzaron una campaña de genocidio que mató a unas 800 mil personas, uno de los grandes horrores de fines del siglo 20.
Treinta años después, Kigali es la envidia de África. Calles bien pavimentadas pasan junto a relucientes torres que albergan bancos, hoteles de lujo y startups de tecnología. Hay una planta automotriz Volkswagen y una instalación de vacunas de ARNm. Un estadio con capacidad para 10 mil personas es sede de la liga de basquetbol más grande de África y de conciertos de estrellas como Kendrick Lamar, el rapero estadounidense, que se presentó allí en diciembre. Llegan turistas para visitar a los famosos gorilas de Ruanda. Funcionarios gubernamentales de otros países africanos visitan para obtener lecciones de buena gobernanza. La electricidad es confiable. Los policías de tránsito no solicitan sobornos. La violencia es rara.
El arquitecto de esta asombrosa transformación, el Presidente Paul Kagame, la logró con métodos duros que normalmente atraerían la condena internacional. Opositores son encarcelados, se restringe la libertad de expresión y los críticos a menudo mueren en circunstancias turbias. Los soldados de Kagame han sido acusados de masacre y saqueo en la vecina República Democrática del Congo. Durante décadas, los líderes occidentales han pasado por alto los abusos. Algunos han expresado culpa por no haber podido detener el genocidio, cuando extremistas hutu masacraron a personas, en su mayoría del grupo étnico tutsi de Kagame.
Kagame, de 66 años, conmemoró este mes el 30º aniversario del genocidio. Pero el evento también fue recordatorio de que lleva ese mismo tiempo en el poder. Ganó las últimas elecciones presidenciales con el 99 por ciento de los votos. El resultado de las próximas, previstas para julio, no está en duda. Podría gobernar otra década.
Los detractores dicen que las tácticas represivas de Kagame, antes consideradas necesarias para estabilizar Ruanda después del genocidio, parecen cada vez más una forma de consolidar su mano de hierro.
Los tutsis étnicos dominan los niveles más altos del Gobierno de Kagame, mientras que los hutus, que constituyen el 85 por ciento de la población, siguen excluidos del verdadero poder, dicen los detractores. Es una señal de que la división étnica sigue siendo un factor importante en la forma en que se gobierna Ruanda.
“El régimen de Kagame está creando las condiciones que causan la violencia política en nuestro País”, dijo Victoire Ingabire Umuhoza, su oponente política más destacada. “Falta de democracia, ausencia del Estado de derecho, exclusión social y política —son los mismos problemas de antes”.
Ingabire, una hutu, regresó a Ruanda del exilio en el 2010 para postularse contra Kagame. Fue arrestada, se le prohibió participar en las elecciones y más tarde encarcelada bajo cargos de conspiración y terrorismo. Liberada en el 2018, cuando Kagame le otorgó un perdón, Ingabire no puede viajar al extranjero y tiene prohibido competir en estas elecciones. “Coincido con quienes dicen que Ruanda necesitaba un gobernante hombre fuerte después del genocidio”, dijo. “Pero hoy, después de 30 años, necesitamos instituciones fuertes más que hombres fuertes”.
Kagame ha tenido fama de gastar la ayuda inteligentemente y promover políticas económicas con visión a futuro. Aunque ex asesores lo han acusado de manipular las estadísticas oficiales, la trayectoria de Ruanda es impresionante: la esperanza de vida promedio aumentó de 40 años a 66 años entre 1994 y el 2021, dice la ONU.
Uno de los primeros actos de Kagame fue borrar públicamente las divisiones que habían alimentado el genocidio. Prohibió los términos hutu y tutsi en los documentos de identidad y criminalizó el debate público sobre origen étnico. “Todos somos ruandeses” se convirtió en el lema nacional. Pero, en realidad, la etnicidad siguió impregnando casi todos los aspectos de la vida. “Todo el mundo sabe quién es quién”, dijo Joseph Sebarenzi, un tutsi que fue presidente del Parlamento hasta el año 2000, cuando huyó al exilio.
Una encuesta publicada en el 2023 por Filip Reyntjens, profesor belga y crítico de Kagame, halló que el 82 por ciento de los 199 altos cargos gubernamentales estaban ocupados por personas de etnia tutsi.
“Cualquiera que no esté familiarizado con Ruanda podría pensar que todo está bien”, dijo Sebarenzi. “La gente trabaja junta, va junta a la iglesia, hace negocios junta. Eso es bueno. Pero bajo la alfombra, esas divisiones étnicas siguen ahí”.

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