Confieso que la expresión alfabetización mediática la descubrí hace poco, pero la verdad es que anda dando vueltas, cruzada con analfabetismo digital y marginados digitales, hace bastante rato. La expresión marginados digitales la utilicé por primera vez en 2008 (https://bit.ly/3Drd8Vz) y no es frecuente en artículos de prensa ni científicos ni en conferencias de líderes del sector de las TIC y las Telecomunicaciones o líderes gubernamentales.
La Unesco habla de Alfabetización Mediática y Digital, AMI o MIL (por sus siglas en inglés de Media Information Literacy) y tiene ya un ‘currículo para profesores’ (https://bit.ly/3rytMAr). Con todo el respeto por la Unesco, creo que hace falta mucha más promoción de este tema. Cuando encontré el término me di a la tarea de hablar con docentes y asesores colombianos en estos temas y encontré que la gran mayoría no lo conocían. Igual que yo, hicieron conexión instantánea con sus imbricaciones.
Fue grato hallar al profesor Julio Gaitán Bohórquez, director del Centro de Internet y Sociedad de la Universidad del Rosario, quien me ayudó a entender más la génesis e importancia del término.
Extrañé no encontrar expertos mexicanos, argentinos, colombianos o brasileños en el grupo de asesores que por América Latina y el Caribe ayudó a construir el mencionado ‘currículo’.
Transcribiré apartes del prólogo del texto en cuestión: “Vivimos en un mundo donde la calidad de la información que recibimos influye en gran manera sobre nuestras elecciones y acciones subsiguientes, incluyendo nuestra capacidad para disfrutar nuestras libertades fundamentales y habilidades para la autodeterminación y el desarrollo.
Igualmente, existe una proliferación de medios y otros proveedores de información que están guiados por los avances tecnológicos en telecomunicaciones, lo que nos ofrece una gran cantidad de información y conocimientos a los que los ciudadanos pueden tener y compartir”.
Continúa diciendo el documento: “Además de este fenómeno, está el reto de evaluar la relevancia y confiabilidad de la información sin que los ciudadanos tengan ningún obstáculo para hacer uso de sus derechos a la libertad de expresión y a la información (…) va hacia el futuro, toma en cuenta las tendencias actuales que se dirigen hacia la convergencia de la radio, televisión, internet, periódicos, libros, archivos digitales y bibliotecas en una sola plataforma; por lo tanto, es la primera vez que se presenta AMI de una manera holística”.
En la introducción leemos: “El Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que ‘Todo individuo tiene derecho a la libertad de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión’”.
La Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) provee a los ciudadanos las competencias que necesitan para buscar y gozar de todos los beneficios de este derecho humano fundamental. La consecución de este derecho se refuerza a través de la Declaración de Grünwald de 1982, que reconoce la necesidad de sistemas políticos y educativos que promuevan el entendimiento crítico de los ciudadanos sobre el “fenómeno de la comunicación” y su participación en los medios (nuevos y viejos).
Se lo refuerza aún más mediante la Declaración de Alejandría de 2005, que pone la Alfabetización Mediática e Informacional en el centro de un aprendizaje a lo largo de toda la vida. Reconoce que es necesario “empoderar a las personas en todos los ámbitos de la vida para buscar, evaluar, utilizar y crear la información de una forma eficaz para alcanzar sus metas personales, sociales, ocupacionales y educativas”.
Y agrega: “Esto es un derecho básico en un mundo digital y promueve la inclusión social de todas las naciones”. Cuando leemos lo que los expertos de Unesco denominan las 5 Leyes de la Alfabetización Mediática e Informacional (ver recuadro), nos preocupa aún más que no haya una difusión y un uso más generalizado de estas herramientas.
¿Habrían evitado el triunfo de Trump? ¿Que el referendo del brexit lo ganara el sí? ¿Que la gente en Colombia votara No a la paz? Está claro que la desinformación que producen las falsas noticias en redes sociales son instrumentos de personas con fines políticos y económicos que manipulan las emociones de los individuos y los hacen comportarse como un rebaño de ovejas que camina hacia donde les indiquen.
En el caso de los negacionistas de las vacunas para el covid-19 hay una mezcla de oscurantismo religioso con ignorancia supina acerca del valor de las vacunas, desde que aparecieron, para la humanidad entera.
Quizás es la 5.ª ley la que nos remite a la importancia de la AMI como un proceso permanente de educación, como, en últimas, se concibe hoy, la misma educación: “La alfabetización mediática e informacional no se adquiere de golpe. Es un proceso vivo y una experiencia dinámica, mucho más completa aun cuando incluye conocimientos, habilidades y aptitudes, así como el , la cobertura, evaluación, asignación, uso, producción y comunicación del contenido de los medios de comunicación”.
Es por eso más extraño que el Gobierno no haya implementado el ‘currículo para profesores’ como sí lo han hecho Brasil y Uruguay con mucha fuerza, y hay que destacar que, en México y Argentina, pese a no haber una política oficial, si hay académicos e intelectuales que promueven su uso y que han producido estudios, investigaciones y ensayos sobre el tema. ¿Por qué el Ministerio de Educación no ha iniciado el proceso de implementación de la AMI? ¿A qué le tienen miedo? ¿Por qué todos los gobiernos del mundo no convierten la AMI en una asignatura transversal en todos los niveles educativos desde la primaria hasta la universidad?
Hoy la batalla es contra la desinformación. Ya no estamos construyendo una Sociedad de la Información, lo he dicho más de una vez; el sueño del profesor Manuel Castells ya es casi una ilusión. Estamos viviendo una “Sociedad de la Desinformación”.
Con una humanidad “facebukiada”, llena de ignorantes informados, los países en vías de desarrollo la tenemos más difícil. Con una tasa de analfabetismo que ronda el 7 por ciento en promedio en la región no estamos bien.
Y hay otra tasa que no miden los gobiernos; no les interesa. La de analfabetismo funcional, que son quienes a duras penas saben leer y las operaciones básicas de matemáticas, que no pasaron de la primaria, en general.
¿Cuántos de ellos tenemos en América Latina? Personas que se alimentan de noticias en periódicos amarillistas, noticieros de televisión alineados con el establecimiento y de las redes sociales; personas que no tienen capacidad de digerir y distinguir entre falsas noticias, noticias institucionales y noticias verdaderas, que son fácilmente manipuladas en las redes sociales y que hacen imperativa la implementación de la AMI en todos nuestros países.
Me he atrevido a decir que en el Cesar, el departamento donde vivo, cuya tasa de analfabetismo ronda el 14 por ciento, el analfabetismo funcional no debe ser inferior al 20 o 25 por ciento, haciendo una inferencia de los datos de deserción escolar en la primaria, lo cual nos arrojaría una cifra espeluznante de analfabetismo y analfabetismo funcional de no menos del 34 por ciento.
Es por todo esto que me impactó mucho encontrar este dato, que me da la razón, en la ‘Carta abierta a candidatos y precandidatos presidenciales en Colombia’ (https://bit.ly/3pYuuUY), que un grupo de reconocidos intelectuales dirigió a quienes han manifestado su aspiración presidencial.
Dicen ellos: “… una falla que contribuye al estancamiento de la productividad es la pésima calidad de la educación. Al llegar a los 15 años, uno de cada dos colombianos no alcanza el nivel de lectura necesaria para comprender un texto, y dos de cada tres no pueden hacer las operaciones lógicas más elementales de matemáticas. En general, el país padece de un atraso tecnológico y de conocimiento que induce una baja productividad y que es necesario superar para acelerar la diversificación y sofisticación de las canastas de producción nacional y de exportaciones. Sin esto, no va a ser posible reducir en un periodo razonable la deuda pública, mantener la estabilidad macroeconómica interna y externa, reducir la desigualdad y la pobreza y fomentar la armonía social”.
Así es imposible ascender a otro nivel de desarrollo.
El otro tema, muy delicado también, es el del analfabetismo digital que la Unesco define como: “… la imposibilidad de navegar en internet, acceder a contenidos multimedia, socializar mediante las redes sociales, crear documentación o discriminar información relevante de la superflua…”.
Esto último fue lo que llevó a la entidad multilateral a la adopción del término AMI y a la búsqueda de un estándar para su implementación. Pero he venido diciendo hace rato que un analfabeto digital o un marginado digital no es tan solo aquel que no es capaz de navegar en la red. Una persona con formación universitaria, hoy, que tenga un teléfono inteligente que le sirva solo para llamar, ‘wasapear’ y ‘facebukiar’ y no sea capaz de editar textos, enviar correos, subir información a la nube, hacer compras y transacciones financieras, desde su smartphone es un analfabeto digital también. (https://bit.ly/3GM8Avf)
Es increíble que tengamos que discutir, en pleno siglo XXI, la necesidad de contar con todos los ciudadanos con una mínima formación escolar, que hoy no puede ser menos que la educación secundaria y media. No puede ser menos que eso e incluyendo procesos serios y rigurosos de AMI en todo el mundo.
Si esto no se da, las desigualdades económicas y sociales se van a ahondar y la distancia entre un Norte rico y desarrollado y un Sur pobre y sin desarrollarse se van a agudizar.
Nos vamos a llenar de marginados digitales (https://bit.ly/30CcKq3). La cuarta revolución industrial, las tecnologías exponenciales serán una quimera para muchos y los beneficios de dicha revolución y tecnologías se verán en las grandes ciudades de América Latina que, de manera muy triste, ayudan a aumentar la inequidad en la región. Los casos de Bogotá y Medellín, en Colombia; Santiago, en Chile; Río de Janeiro, Brasilia y São Paulo, en Brasil; Buenos Aires, en Argentina, y México D. F., Guadalajara y Monterrey, en México, muestran una desagradable concentración de poder político y económico en las capitales o grandes ciudades.
El caso de Colombia es aberrante. Bogotá y Medellín concentran, ellas dos, no menos del 45 por ciento del PIB del país, en una nación con 1.120 municipios o localidades.
El único y verdadero factor nivelador social que nos permitiría más desarrollo económico y social es la Educación y, por ende, una sociedad con mejores criterios para digerir la intoxicación informativa de hoy en día.
(*) Analista e Investigador de Tendencias Digitales. Columnista de Portafolio y colaborador de EL TIEMPO y de DPL News.
Twitter @puertodigital
NICOLA STORNELLI GARCÍA
PARA EL TIEMPO