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Bolsonaro está contra las cuerdas, pero subestimar su poder sería un error

Manifestaciones en São Paulo dejan en claro que el bolsonarismo es una fuerza relevante.

El expresidente brasileño Jair Bolsonaro durante un mitin en São Paulo.

El expresidente brasileño Jair Bolsonaro durante un mitin en São Paulo. Foto: AFP

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El 5 de julio de 2022, el entonces presidente brasileño Jair Bolsonaro convocó a sus ministros y colaboradores a una reunión en su residencia oficial. Discutieron largo y tendido acerca de la fórmula para evitar una derrota en las elecciones de octubre. Todos en la sala parecían estar de acuerdo en un punto: la democracia no debía interponerse en su camino.
Cuando estaba en el cargo, Bolsonaro alertó varias veces contra las elecciones de 2022, copiando la famosa campaña de Donald Trump #StopTheSteal. Tener que pasar por las urnas era para Bolsonaro una verdadera molestia, pero nadie podía imaginarse hasta dónde sería capaz de llegar para intentar aferrarse al cargo.
Se acaban de publicar imágenes de la reunión de julio de 2022 como parte de una orden judicial emitida por el juez del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes. Esto, después de que la Policía Federal detuvo a tres de los más cercanos colaboradores de Bolsonaro y dictó órdenes de registro contra exministros y militares de alto rango. Todos ellos están siendo investigados por tramar supuestamente un golpe militar como respuesta a la victoria de Lula da Silva en las urnas. Al igual que el propio Bolsonaro, a quien se le retuvo el pasaporte.
En medio de los registros, la policía encontró un proyecto de decreto mediante el cual Bolsonaro pretendía supuestamente instaurar el estado de sitio en el país, entregaría el poder a los generales y pondría entre rejas al juez Moraes.
El bolsonarismo odia a Moraes aún más de lo que odia a Lula. Después de todo, varias decisiones tomadas por el magistrado han sido claves para frenar el radicalismo y preservar la democracia brasileña.
El ascenso y la caída de Bolsonaro han dejado claro que la derecha radical brasileña es una suma de ideología y autoritarismo con no pocos seguidores. Y las investigaciones han demostrado que harían lo que fuera necesario para aferrarse al poder.
¿Por qué, entonces, Bolsonaro fracasó en su intento de derrocar la democracia?
La incompetencia y el autoengaño seguramente han desempeñado un papel, pero hay más factores que explican la supervivencia democrática de Brasil. Uno de ellos es que el Tribunal Supremo parecía estar siempre un paso por delante de Bolsonaro.
Simpatizantes del expresidente brasileño Jair Bolsonaro (2019-2022) asisten a un mitin en São Paulo (Brasil).

Simpatizantes del expresidente brasileño Jair Bolsonaro (2019-2022) asisten a un mitin en São Paulo (Brasil). Foto:AFP

Desde que sus partidarios comenzaran a inundar las calles durante la pandemia de covid-19 para exigir una intervención militar, el tribunal ordenó no menos de ocho investigaciones contra Bolsonaro y sus aliados tanto dentro como fuera del gobierno.
Otra razón fue la movilización internacional en defensa de la democracia brasileña.
El deseo de Bolsonaro de seguir el guion radical de Donald Trump fue una señal de alarma para muchos activistas, periodistas y políticos extranjeros. Cuando quedó claro que el bolsonarismo era, en muchos sentidos, una versión tropical del trumpismo, Brasil se convirtió en un campo de batalla ideológico global entre progresistas y reaccionarios.
La derecha radical encabezada por Steve Bannon, utilizó Brasil como laboratorio de ideas extremistas, especialmente mientras Trump aún era presidente. Los defensores demócratas, a su vez, cerraron filas con sus homólogos brasileños para resistir el asalto de Bolsonaro a los derechos humanos, la salud pública y el medioambiente. Con Biden en la Casa Blanca, Estados Unidos también ayudó a constreñir al gobierno de Bolsonaro a través de los canales diplomáticos.

No bajar los brazos

El triunfo de Lula en 2022 se consideró en gran medida una victoria de los demócratas. Sin embargo, las instituciones políticas de Brasil no pueden cantar victoria. Ni mucho menos.
Quizás el mensaje más alarmante de las últimas investigaciones del Tribunal Supremo sea que oficiales militares han estado involucrados en los planes para socavar la democracia en distintos momentos.
En lugar de repudiar los llamamientos populares a favor de un golpe de Estado, los militares han estimulado en ocasiones un comportamiento antidemocrático al servicio de su propia vanidad, y en contra de la ley.
Miles de partidarios de Bolsonaro acamparon frente a cuarteles militares de distintos rincones del país, con la complicidad de las Fuerzas Armadas, proporcionando el caldo de cultivo perfecto para el intento de golpe del 8 de enero de 2023 en Brasilia, la sede de los tres poderes en Brasil.
La versión brasileña de los disturbios del Capitolio del 6 de enero de 2021 es un cuento con moraleja de cómo puede producirse un intento de golpe de Estado incluso después de que el autócrata ha dejado el poder.
Mientras Trump, aún en funciones, agitaba a una turba para invadir el Congreso e impedir la sesión que certificaría los resultados de las elecciones de 2020, el caos sembrado por las hordas pro-Bolsonaro tuvo lugar una semana después de que Lula hubiera jurado su cargo. Pero incluso bajo la autoridad de Lula, los militares no hicieron nada para detener el caos en Brasilia.

Peligrosos llamados

Un año después, algunos militares parecen seguir poniendo a prueba los límites de la democracia. Hace unos días, tras la detención de varios oficiales en activo y retirados en la operación de la policía federal, el exvicepresidente de Bolsonaro y ahora senador Hamilton Mourão llegó a pedir a los militares que se levantaran contra el Tribunal Supremo.
Mourão, general retirado reconvertido en político, no es el único que rechaza el Estado de derecho. Según una encuesta nacional, los brasileños siguen muy divididos con respecto a Bolsonaro: el 36,8 por ciento cree que el expresidente no intentó dar un golpe de Estado, el 42,2 por ciento considera que está siendo injustamente perseguido, y el 47,3 por ciento piensa que los brasileños viven bajo una “dictadura judicial”.
Todo esto es demasiado sintomático de un país que aún tiene que exorcizar los demonios de su pasado dictatorial y superar su presente profundamente polarizado. Jueces y políticos comprometidos con los valores democráticos deben trabajar juntos para combatir y castigar el populismo autoritario en todas sus formas.
Sin embargo, mientras Bolsonaro siga siendo una figura central en la política brasileña, es poco probable que este escenario cambie, e incluso puede empeorar si Trump vuelve a ser elegido en Estados Unidos.
Aunque Bolsonaro es actualmente inelegible para presentarse a las elecciones, una reaparición política no es inimaginable en caso de que las instituciones democráticas no hagan bien su trabajo.
GUILHERME CASARÕES (*)
The Conversation (**)
(*) Profesor de Ciencia Política en la Escuela de istración de Empresas de la Fundación Getúlio Vargas, en São Paulo.
(**) The Conversation es una organización sin ánimo de lucro que busca compartir ideas y conocimientos académicos con el público. Este artículo es reproducido aquí bajo licencia de Creative Commons.

Fechas claves

- 30 de octubre de 2022. Lula gana los comicios más reñidos de la historia brasileña. Al día siguiente, miles de bolsonaristas claman fraude ante los cuarteles militares.
- 7 de diciembre. Bolsonaro le propone dar un golpe a la cúpula de las Fuerzas Armadas con un decreto que contempla anular las elecciones y detener a dos jueces del Tribunal Supremo y al presidente del Senado. Solo el almirante Ailton Garnier (Marina) acoge la idea.
- 9 de diciembre. El secretario particular de Bolsonaro, Mauro Cid, pieza clave en el destape de este escándalo, presiona al jefe del Ejército para que apoye el golpe.
1.º de enero de 2023. Lula asume el poder en una ceremonia a la que Bolsonaro no asiste.
- 8 de enero. Miles de bolsonaristas colman la plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, y toman por asalto el Congreso.
- 8 de febrero de 2024. El expresidente Bolsonaro y otras 28 personas son acusados formalmente de cocinar un intento de golpe de Estado. Cuatro asesores del anterior gobierno son detenidos en la operación Tempus Veritatis. A Bolsonaro le requisan el pasaporte y le prohíben viajar al extranjero.

Su más posible sucesor

Por un momento, parecieron los viejos tiempos.
“¡Vamos ouvir o MITOOOOOO!”, gritó un locutor a través del megáfono. “¡Vamos a escuchar a la leyenda!”. Una multitud de cientos de miles de personas reunidas en la avenida Paulista el domingo pasado por la tarde, muchas de ellas vestidas con camisetas de fútbol brasileñas amarillas y verdes, vitorearon salvajemente cuando el expresidente Jair Bolsonaro subió al escenario.
Pero pronto quedó claro que se trataba de un Bolsonaro diferente, más moderado. En lugar de atacar a sus adversarios, el expresidente se centró en defenderse a sí mismo y a sus aliados de los problemas legales derivados de sus esfuerzos por anular las elecciones de 2022.
“¿Qué es un golpe?”, reflexionó Bolsonaro en un tono casi lastimero. “Es un tanque en la calle, una pistola, una conspiración. Nada de eso se hizo en Brasil”. Se quejó del “abuso de algunos” en el poder, pero no mencionó por su nombre ni al presidente Luiz Inácio Lula da Silva ni al Tribunal Supremo de Brasil, sus villanos habituales.
Yo estaba allí y el público parecía decepcionado por la falta de ‘carne roja’. A mitad del discurso, muchos hablaban entre sí. Algunos se dirigieron a las salidas antes de tiempo.
“Me pareció que estaba un poco apagado”, me dijo Roberto Schmidt, que había viajado 14 horas en autobús desde Rio Grande do Sul con su grupo religioso. “Pero sigue siendo nuestro líder”.
¿Qué pasó? ¿Por qué Bolsonaro se presentó en la marcha más multitudinaria desde que terminó su presidencia y luego titubeó? Bueno, Bolsonaro parece reconocer que la realidad política en Brasil ha cambiado: que sigue siendo el líder espiritual de un poderoso movimiento conservador, pero que está tan acorralado por problemas legales que su propia carrera política probablemente esté acabada.
En ese sentido, lo que ocurrió el domingo, más que una marcha, fue el comienzo de un traspaso de poderes a los posibles sucesores de Bolsonaro.
El tribunal electoral de Brasil ya ha inhabilitado a Bolsonaro (que este mes cumple 69 años) para presentarse de nuevo al menos hasta 2030, acusado de abuso de poder al poner en duda el sistema electoral. La policía le confiscó el pasaporte de Bolsonaro, alimentando las especulaciones de que podría ir pronto a la cárcel.
Sin embargo, fuentes en Brasilia me dijeron que no ven inminente el arresto de Bolsonaro. “Depende de cómo se comporte”, dijo una de ellas. Mientras el expresidente se abstenga de ataques directos contra el Tribunal Supremo, especialmente, Bolsonaro podría permanecer en una especie de limbo legal indefinido, algo que no es raro para los políticos brasileños.
Si Bolsonaro puede seguir en esa línea, todavía tiene un capital político considerable. Su popularidad se ha mantenido estable durante el último año, según Atlas Intel, una encuestadora. Y los datos demográficos sugieren que es probable que continúe el giro conservador en la política brasileña. De otro lado, los cristianos evangélicos –sus grandes aliados– representaban el 22 por ciento de la población brasileña en 2010, cerca de un tercio en el censo de 2022 y podrían superar en número a los católicos en 2033, según proyecciones de la agencia nacional de estadística.
Pero el bolsonarismo sin Bolsonaro podría ser muy diferente. El gobernador del estado de São Paulo, Tarcisio de Freitas, en particular, parece ofrecer la posibilidad de una política conservadora sin la inestabilidad y el ‘ruido’ antidemocrático del fundador del movimiento. Tecnócrata de carrera, Freitas trabajó en gobiernos del Partido de los Trabajadores antes de ser ministro de Infraestructuras de Bolsonaro, y ha forjado una relación cordial con Lula como gobernador. Y la avenida Faria Lima, el Wall Street brasileño, lo adora.
Precisamente por esas razones, Freitas es visto con recelo por algunos líderes conservadores. Pero una encuesta realizada por investigadores de la Universidad de São Paulo en la marcha del domingo reveló que, cuando se les preguntó a quién preferían para suceder a Bolsonaro, el 61 por ciento de los encuestados nombró a Freitas. La ex primera dama Michelle Bolsonaro quedó en segundo lugar, con un 19 por ciento. Nadie más alcanzó los dos dígitos.
Y adivinen quién estaba allí el domingo para besar el anillo. “Ustedes representan a todos los que descubrieron que vale la pena luchar por la familia, por la nación, por la libertad”, dijo Freitas, dirigiendo sus comentarios a Bolsonaro. También habló de derechos de propiedad, libertad de expresión, “justicia social” y “previsibilidad, para que podamos tener las inversiones que necesitamos para hacer una diferencia en Brasil”.
Es difícil saber qué acogida tuvo entre el público esta mezcla de mensajes. Era un día incierto de transición.
Análisis de Brian Winter.
Americas Quarterly. São Paulo.

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