A mediados de marzo de 2017, un presentador de la cadena televisiva Fox le hizo a Donald Trump una pregunta sobre sus hábitos de lectura. La respuesta del mandatario dio para más de un comentario. “Bueno, usted sabe, me encanta leer. De hecho, estoy mirando un libro, estoy leyendo un libro, estoy tratando de comenzarlo”, dijo. Aclaró que cada vez que avanzaba media página “recibo una llamada sobre una emergencia, esto o aquello”.
La verdad parece ser otra. Quienes han trabajado de cerca con el actual presidente de Estados Unidos cuentan que eso de la palabra escrita no es lo suyo, con excepción de los 280 caracteres que se permiten en Twitter. Incluso, los reportes cortos que recibe sobre diferentes temas de manera usual no suelen ser hojeados por alguien más dado a informarse por la pantalla chica.
Por ese motivo, es una verdadera ironía que el número de libros sobre el inquilino de la Casa Blanca sea el más alto de todos los tiempos. Según las cuentas de la revista Time se han publicado unos 1.500 –un promedio de casi uno por día desde cuando el magnate tomó posesión de su cargo–, el doble que en la época de Barack Obama.
La justificación no deja dudas. Lo que se escribe sobre su persona o su istración despierta un gran interés, ya sea entre partidarios o enemigos. El texto de su sobrina
Mary Trump (
Demasiado y nunca suficiente: cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo) vendió 950.000 copias el primer día que llegó a las librerías a comienzos de este julio, de acuerdo con la editorial Simon & Schuster.
Otros títulos sobre el mismo tema también han entrado rápidamente en la categoría de best sellers, con tirajes que sobrepasan el millón de unidades. Tanto, que la revista The Economist señaló que el polémico líder acabó siendo una especie de bendición para las casas editoriales y más en plena pandemia.
¿Qué se dice en esa gran cantidad de páginas? La respuesta más completa la tiene Carlos Lozada, crítico de libros de no ficción del Washington Post y quien obtuvo el prestigioso premio Pulitzer en 2019 en esta categoría.
Nacido en Perú y nacionalizado en Estados Unidos, este limeño de hablar pausado está recibiendo múltiples elogios por un esfuerzo que ayuda a cerrar el círculo. El motivo es la publicación de su libro Lo que estábamos pensando: una breve historia intelectual de la era de Trump que surgió de la lectura de más de 150 volúmenes relacionados con el personaje, a lo largo de cinco años.
Lejos de ser un compendio de reseñas, el escrito pone en perspectiva una serie de facetas relacionadas con alguien que sacudió la política norteamericana hasta sus cimientos. Los capítulos están ordenados en forma temática y van desde la explicación sobre la llegada al poder de un candidato que era visto como una especie de chiste hasta las tensiones internas de una istración que se comporta de manera impulsiva y sorprende a propios y extraños.
Cábalas y lecciones
Nadie tiene plena certeza sobre cuál va a ser el resultado del próximo martes, así las encuestas favorezcan por un amplio margen a Joe Biden. Carlos Lozada contesta con un contundente “no tengo ni idea”, cuando se le interroga sobre el posible resultado.
Optar por la línea de la prudencia es razonable. Si alguna lección dejó lo ocurrido en noviembre de 2016 es que los sondeos pueden equivocarse por un amplio margen. La derrota de Hillary Clinton en el colegio electoral, a pesar de haber triunfado en la votación popular, era algo que muy pocos creían. Aunque el escenario de un fracaso para los demócratas parece menos factible ahora, es mejor esperar hasta que se conozcan los resultados del escrutinio.
Mirar lo que pasó desde ese entonces es un ejercicio que vale la pena. Hay unos pocos que piensan con el deseo y opinan que si Donald Trump es vencido, en cuestión de tiempo no será más que un mal recuerdo, una especie de anomalía de la democracia.
Otros, por el contrario –abarcando al propio Lozada– opinan lo contrario. Así el actual presidente de Estados Unidos diste de ser un ideólogo con un proyecto definido, su triunfo rompió con esquemas y consensos tácitos que tenderán a ser copiados en el futuro y no solamente en el territorio norteamericano.
Más allá de que el millonario se dedique a finales de enero a jugar golf y pase sus días en su mansión de Mar A Lago en la Florida, las fuerzas que desató podrán tener consecuencias permanentes sobre la manera de hacer política y el ánimo de polarizar las sociedades.
La reflexión es válida a la luz de la coyuntura mundial. No hay duda de que la pandemia, con sus efectos sobre la salud, la economía y el bienestar de las sociedades, tendrá secuelas en múltiples frentes.
Si los desequilibrios de antes y la presencia de las redes sociales explican –entre otros factores– el surgimiento del populismo en diferentes latitudes, no resulta descabellado afirmar que el libreto escrito por Trump inspire a más de un aspirante en cualquiera de los cinco continentes. Para no ir más lejos, parte de las tácticas de Jair Bolsonaro, adaptadas a la realidad brasileña, tienen un claro componente “trumpiano”.
Lo que hemos aprendido aquí se aplica en muchas democracias y es que estas son más frágiles de lo que pensábamos. (...) El sistema depende de qué tanto los líderes se apegan a las normas de conducta.
En consecuencia, la primera lección del libro de Lozada es que no es aconsejable menospreciar a nadie. Para el autor, el actual presidente se impuso en 2016 “porque nadie pensaba que era posible”.
Entender lo ocurrido es algo que todavía desvela a los analistas. “Nunca es tan sencilla la respuesta de por qué ganó, pero en el fondo aparece el sentimiento de mucha gente que sentía que no había sitio para ellos en el campo político y eso hace atractivo un candidato que dice que va a destruirlo todo”, dice el crítico del Washington Post.
No menos interesante es el planteamiento de que las divisiones de la sociedad norteamericana estaban ahí y lo que hizo Trump fue exponerlas. La existencia de dos países distintos –uno urbano y otro más rural, uno con mayores niveles de educación y otro golpeado por la globalización– ya era notoria y no necesariamente responde al color de las colectividades tradicionales, sino a la indiferencia de los primeros y las frustraciones de los segundos.
También es llamativa la crítica a quienes han escrito desde el lado de la oposición, a aquellos que se desmayaron cuando un millonario de cuestionable reputación en los negocios, que logró volverse popular gracias a un programa de televisión, se sentó en la misma silla que ocuparon Washington y Lincoln. En lugar de entender por qué sucedió la sorpresa electoral, la respuesta usual fue la atrincherarse y menospreciar al otro bando.
“Esa fue una oportunidad perdida para tratar de crear comunidades diferentes y por eso los libros de la resistencia fueron de los más decepcionantes”, anota Lozada. “En lugar de revaluar lo que los demás pensaban, ni siquiera intentaron darles la oportunidad a otras perspectivas, algo que es una muestra de falta de imaginación o curiosidad por comprender lo que había pasado”, agrega. Especialmente llamativa es la simplificación y el menosprecio al contrario, que cuestiona incluso la inteligencia del otro.
Por cuenta de esa circunstancia, las divisiones actuales son todavía más profundas que cuatro años atrás. Una prueba de ello es que el uso de la mascarilla para protegerse de la pandemia acabó teniendo color político (los demócratas se la ponen más que los republicanos), cuando su uso es aconsejado por los profesionales de la salud.
Pretextos, no principios
Otra enseñanza que salta a la vista es la propensión a esgrimir propuestas que surgen no necesariamente de los principios ideológicos, sino de la conveniencia. Un ejemplo típico es la idea de construir un muro en la frontera entre México y Estados Unidos que sería pagado por el país latinoamericano.
En los libros pertinentes destacados por Lozada salta a la vista que la iniciativa surgió como una manera de ordenar los discursos del entonces candidato y resaltar su experiencia como edificador. Cuando la multitud reaccionó con entusiasmo, el tema de la inmigración se volvió el asunto principal de la campaña y el aspirante lo usó en cada intervención.
Implícitamente Trump tocó una fibra sensible para muchos votantes que añoran un tiempo pasado, en el cual la diversidad era menos evidente. “Mucho del apoyo recibido en zonas rurales, en áreas blancas, tienen que ver con el rechazo al otro, al que es distinto. A nadie le importa que entren los canadienses”, puntualiza Lozada.
Tampoco es menor el uso de las noticias falsas, con lo cual el despliegue de mentiras para fines políticos se volvió una herramienta aceptada. Fue la secretaria de prensa de la Casa Blanca la que acuñó el término “hechos alternativos” para darle un cariz distinto a la realidad.
Detrás de esa ofensiva también hay una intención profunda. Si nadie dice la verdad, cualquier investigación periodística o revelación es cuestionable.
Como resultado, lo que importa es el mensajero, no el mensaje. “El público norteamericano no sabe qué creer o solo cree en las personas que cada uno apoya políticamente”, dice el autor de Lo que estábamos pensando.
Pero tal vez lo más inquietante de los hallazgos editoriales hechos por Lozada se resume en unas pocas frases. “Lo que hemos aprendido aquí se aplica en muchas democracias y es que estas son frágiles, más frágiles de lo que pensábamos. La razón es que estas se rigen no solo por leyes o constituciones, sino por normas y costumbres que se pueden desechar”. Como conclusión, “el sistema depende de qué tanto los líderes se apegan a las normas de conducta”, añade el crítico.
Semejante veredicto debería sonar como un campanazo de alerta ante lo que pueda traer el futuro. Ante el empobrecimiento de millones de personas y el deterioro en la calidad de vida de incontables familias debido a la pandemia, apostarle a la política de la rabia y romper con múltiples esquemas se vuelve atractivo y posible, sobre todo en países con instituciones más débiles.
La polarización, entonces, es muy útil sobre todo para una persona que ve el poder como un fin en sí mismo, no como un medio para conseguir transformaciones. ‘Divide y reinarás’, reza el adagio, una estrategia que usan algunos dictadores pero que choca con la búsqueda del bienestar común.
El ruido de alarma que se deriva de ese estilo de hacer política debería escucharse en Colombia, en donde las brechas que existen entre diferentes sectores de la opinión parecen irreconciliables. Escoger a quien represente esos extremos y busque avasallar a sus contradictores, en vez de convocarlos para hallar puntos de encuentro, resulta francamente peligroso a la luz de lo visto hasta ahora.
De vuelta a Estados Unidos, es factible que si Biden llega a la presidencia soplen los vientos de reforma para fortalecer el sistema de pesos y contrapesos o evitar que la justicia se siga politizando. No obstante, todo eso está por verse, entre otras porque su propia base electoral también está fragmentada.
En el entretanto, los ojos del mundo estarán concentrados en el conteo del próximo martes. Para Lozada, lo que pasó en 2016 podría resumirse en que “no estábamos pensando, ni siquiera en que Trump iba a ser como ya sabíamos que era Trump”.
Habrá que ver si esta vez los ciudadanos estadounidenses ejercen el derecho de elegir de manera distinta. Pero así decidan mayoritariamente en favor de los demócratas, los vientos que se desataron seguirán soplando y pueden dar origen a más de una tempestad y no solo en territorio norteamericano. Porque, como dice el conocido refrán, “el mal ejemplo cunde”.
RICARDO ÁVILA
Analista senior
Especial para EL TIEMPO