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La historia de los filántropos que propagaron la crisis de los opioides

El periodista Patrick Radden, autor de El imperio del dolor, dará una charla en el Hay Festival.

Radden describe cómo los Sackler ejercían de benefactoros mientras vendiían un analgésico que creó millones de adictos.

Radden describe cómo los Sackler ejercían de benefactoros mientras vendiían un analgésico que creó millones de adictos. Foto: Justyna Gudzowska

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La historia del sueño americano está ligada a esa idea del progreso, del trabajo duro, de los empresarios exitosos como los Rockefeller, los Carnegie, los Bezos o los Sackler. Sin embargo, detrás de algunas de estas fortunas se esconden historias de corrupción, adicciones y muertes. El imperio del dolor. La historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica es un libro que cuenta lo que hay detrás de una de esas familias que se convirtieron en el símbolo del progreso americano. Cuenta cómo dicha familia, que llegó a ser una de las más reconocidas de ese país –su nombre estaba en los edificios de universidades como Harvard y en las salas de exposición del MET, de Nueva York–, escondía un pasado y un presente turbio. El autor del libro, Patrick Radden Keefe, periodista del New Yorker y ganador del National Book Critics Circle Award, investigó por más de cinco años la historia de los Sackler, la familia que ayudó a propagar una de las crisis sanitarias más grandes de los Estados Unidos, la familia que creó y se lucró de uno de los opioides más vendidos en la historia: el OxyContin.
Al día de hoy la crisis de los opioides, según Radden, se ha cobrado más vidas en los EE. UU. que todas las guerras en que ha intervenido ese país desde la Segunda Guerra Mundial. Un negocio que es legal, y que contaba con el visto bueno del gobierno, inundó las calles del país con pastillas que prometían curar el dolor. Lo que no contaban es que estos opioides eran profundamente adictivos. Los consultorios de muchas ciudades norteamericanas se llenaron de adictos que buscaban como fuera una prescripción médica para comprar estos medicamentos. Pero El imperio del dolor no es un libro sobre dicha crisis, es un libro sobre cómo unos emigrantes –que llegaron a América escapando del nazismo– crearon toda una industria alrededor de una droga tan adictiva como la heroína, solo que legal.
Radden investigó cómo los Sackler amasaron su fortuna a través de Purdue Pharma y rastreó cómo lograron corromper a varias instituciones del gobierno norteamericano. Además, de cómo se convirtieron en todo un modelo de éxito y prestigio. Si bien Radden nunca pudo hablar con un miembro de la familia Sackler, sí recibió muchas intimidaciones de sus abogados. Esto no lo detuvo y buscó en todos los rincones del país pistas que lo llevaran a entender cómo después de la muerte de tantas personas por los opioides unos de los mayores responsables de esto no habían sido siquiera juzgados. El imperio del dolor es una investigación periodística hecha como un thriller donde el lector va encontrando en cada página las pruebas de cómo esta dinastía logró afianzar un imperio.

En su libro hay muchos paralelismos entre cómo funcionan los carteles de la droga y las grandes farmacéuticas. Más allá de la ilegalidad de uno y la aceptación del otro, ¿qué es lo que realmente diferencia a estos dos negocios?

En Estados Unidos, cuando hablamos de la guerra contra las drogas, la expectativa es referirse a las drogas ilícitas y a cómo estas vienen a nuestro precioso país desde afuera. Por eso siempre se habla en términos de oferta y nunca en términos de demanda. Parte de lo que me interesaba al investigar los carteles era entender por qué desde el 2010 estaba llegando más heroína desde México a los Estados Unidos. La respuesta fue muy clara: era por la reformulación del OxyContin. Había un mercado previamente cultivado por drogas legales que los narcos empezaron a explotar. Después está el estigma, las diferentes estructuras de poder y trato diferente a los responsables de estas drogas. Mientras el Chapo Guzmán tiene una condena de cadena perpetua, los Sackler ni siquiera tienen cargos en su contra. No quiero hacer una analogía fácil entre estos dos, por supuesto que los Sackler no tienen sicarios a su servicio ni decapitan gente en las calles.

De hecho un amigo de los Sackler le dice a un miembro de la familia que si sigue así se puede convertir en el Pablo Escobar del nuevo milenio.

Ese fue uno de los mejores comentarios con los que me encontré en mi investigación. Y en parte uno ve que hay métodos parecidos entre los dos negocios, sin que lleguen a ser iguales. Por ejemplo, los dos repartían muestras gratis de sus productos para volver adictas a las personas y, sin ser experto en la historia de Escobar, mi instinto me dice que así como los Sackler tenían conexiones con el gobierno, él también. O que tenía abogados a su servicio para sacarlo de problemas cuando fuera necesario, igual que los Sackler. La diferencia es que el OxyContin sí tiene beneficios terapéuticos. Hay muchas personas a las que esta droga ha ayudado realmente, de una manera en que creo que drogas como la cocaína no lo hacen. Pero cuando uno mira los peligros de las dos, la adicción, por ejemplo, ve que están conectadas. Si nos quedamos solo señalando las drogas ilícitas, tendríamos únicamente la mitad del panorama.

¿En qué basaron su poder los Sackler para que por muchos años nadie preguntara de dónde provenía su riqueza?

El libro es editado por Reservoir Books, de Penguin Random House.

El libro es editado por Reservoir Books, de Penguin Random House. Foto:Archivo particular

La respuesta es clara: dinero y reputación. En cuanto al dinero, lo que me interesó fue cómo lo usaron para corromper a funcionarios y otras personas. Si se piensa en corrupción política, suele llegar esa imagen de un político que recibe un maletín lleno de dinero por debajo de la mesa. Pero en este caso va más allá. Lo que me impactó fue esa corrupción legal, que no tiene que ver con sobornos sino con prácticas como financiar campañas u ofrecer puestos en las compañías. Estas cosas no son ilegales, pero estás usando el dinero para tener influencia. Ahora, lo de la reputación en esta historia tiene que ver con el marketing. Si uno mira el pasado de los Sackler, siempre hubo lados oscuros en sus negocios. Lo que hicieron muy bien fue proyectar la imagen de una familia que no tenía nada que ver con esas partes turbias. De ahí que apoyaran museos, universidades y fueran conocidos como los grandes filántropos de su tiempo. Todo esto les daba un aire de glamour y generosidad. Fue algo muy inteligente de su parte usar dicha reputación para que nunca se los asociara con las investigaciones a sus empresas.

Gran parte de su investigación se centró en ese pasado de los Sackler: en cómo una familia de migrantes se convirtió en una de las más poderosas de EE. UU. ¿Cómo hizo para reconstruirlo?

Pasé mucho tiempo en varios archivos. Tuve suerte de que todo eso lo pude hacer antes de la pandemia. Así que navegué por muchos archivos, con la paradoja de que los Sackler jamás legaron sus cartas ni sus documentos. Fue a partir de los archivos de conocidos suyos como reconstruí todo ese pasado. Y no solo su historia familiar, también encontré información de cómo eran sus prácticas empresariales. Mientras estaba en los Archivos Nacionales, en Washington, encontré cartas entre Arthur Sackler y Henry Welch, un antiguo oficial de la FDA (la istración de Alimentos y Medicamentos de los EE. UU). Arthur siempre negó conocer a Welch, pero a través de esos documentos pude ver cómo no solo se conocían, sino cómo mediante el pago de algunas revistas médicas los Sackler tenían en su nómina a un funcionario del gobierno. Todos eran pagos a través de terceros, y no era un soborno. Ahí pude ver cómo construyeron su imperio. Welch trabaja para ellos y, si había algún problema, nunca lo podrían relacionar con la familia.

Ahora que en la pandemia todo el mundo ha oído el nombre de farmacéuticas y de organismos de control sanitario, ¿cómo entiende su rol?

Si uno tiene 35.000 millones de dólares, no hay casi nada en el mundo que no pueda corromper. Uno ve sus tentáculos y ve que están en todas partes. Es como el humo.
Cuando el libro salió en abril de 2021, en EE. UU., yo estaba por recibir la segunda dosis de la vacuna de Pfizer. En mi libro hay toda una historia de cómo Pfizer sobornó a Henry Welch. Por supuesto que era un sentimiento extraño saber lo que hacían, y no es que yo sea un antivacunas. De hecho pienso que todos nos deberíamos vacunar. No creo que debamos ser tan cínicos de pensar que las farmacéuticas no hacen cosas increíbles y que la FDA no hace su trabajo. Sin embargo, tenemos que ser honestos con la idea de que el dinero corrompe, y más cuando un medicamento como el OxyContin generó ganancias por más de 35 mil millones de dólares. Si uno tiene 35.000 millones de dólares, no hay casi nada en el mundo que no pueda corromper. Uno ve sus tentáculos y ve que están en todas partes. Es como el humo, llega a cualquier lugar. Es algo muy americano creer que los negocios no hacen daño si la gente está haciendo dinero con ellos. Una idea muy libertaria que está presente en este país. Solo basta mirar el negocio de las armas; si alguien hace armas para ganarse la vida y la gente se termina matando con ellas, bueno, no es tu problema, es de la gente que aprieta el gatillo. Eso han llegado a decir. O también hacen preguntas como ¿por qué se debería culpar a los multimillonarios que ganan mucho dinero con este negocio? Este tipo de filosofía fue lo que permitió que una compañía como Purdue Pharma hiciera lo que hizo por tanto tiempo y que mucha gente en el gobierno le permitiera salirse con la suya.

Hay un personaje clave en esta historia: la fotógrafa Nan Goldin. Su denuncia, a través de sus obras, sobre la crisis de los opioides y el papel que los Sackler tuvieron en ella fue muy importante. ¿Cuál fue el impacto de la protesta de Goldin en todo esto?

Enorme. Nada de lo que se había denunciado hasta ese momento hubiese cambiado sin la intervención de Nan Goldin. Soy un creyente en el periodismo, amo mi trabajo y creo que es importante, pero hay límites, el periodismo a veces no logra tener el impacto deseado. En 2017 escribí mi primer artículo sobre los Sackler, en el New Yorker. Si bien tuvo algo de impacto, no cambió mucho. Lo mismo había pasado con otros libros como los de Sam Quinones y Barry Meier, que trataban el mismo tema. Un día me escribió que quería hablar conmigo y nos encontramos en un café. Ahí me contó que quería empezar un movimiento. ito que me reí un poco, porque pensé que era algo muy retro, muy con el lenguaje de las protestas estudiantiles, esa clase de idealismo del que salir a la calle y protestar va a cambiar algo. Pero ella me decía que iban a forzar un cambio. La subestimé, yo estaba muy equivocado. Goldin es una activista que logra mezclar muy bien su arte con su discurso, sabe cómo hacer cosas que terminan en la portada del New York Times y amplificar su mensaje. Además, se estaba recuperando de una adicción de OxyContin, tenía credibilidad y eso le dio una fuerza imparable.

Usted investigó en archivos, entrevistó a más de cien personas, habló con abogados, jueces, médicos. Pero no pudo hablar con la familia Sackler. Si hoy tuviera la oportunidad de hablar con algún miembro de la familia, ¿con cuál le gustaría hablar y qué le diría?

Definitivamente quisiera hablar con Arthur Sackler, el gran creador de todo el imperio. El personaje más interesante de la saga. Y le preguntaría sobre el Valium, que fue el cimiento de su fortuna, y la adicción y la destrucción que se creó alrededor de esta droga. Él nunca habló de los efectos negativos que el Valium podía tener, pero todo el mundo sabía de ellos. En cambio se habla mucho de su faceta de filántropo y de su generosidad. Era una especie de misterio, pero sospecho que él se sentía un poco avergonzado del Valium y del legado que quedó de esta droga. 

Las farmacéuticas han sido fundamentales para enfrentar esta pandemia. Si bien su libro trata sobre Purdue Pharma, los compartimientos de esta se ven reflejados en muchas otras del sector. ¿Cuál es su opinión sobre esta industria y cree que cambiarán sus prácticas empresariales en algún momento?

La vida es siempre muy compleja y ver todo en blanco y negro es algo muy simplista. La industria farmacéutica ha hecho milagros, las vacunas son un milagro y deberíamos estar agradecidos por ellas. Al mismo tiempo creo que no debemos ser ingenuos frente a sus motivaciones: son grandes compañías en busca de beneficios económicos. Lo que creo es que debemos estar en algún lugar medio y no ser, de nuevo, ingenuos. También creo que deben ser reguladas de forma más agresiva, para mí esa es la única solución. Solo nos queda seguir comprometidos con la verdad, por eso escribí este libro.
*Patrick Radden está invitado al Hay Festival y dará una charla el 27 de enero en el Centro de Convenciones. 6:30 p. m.

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