En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información aquí

Suscríbete
Disfruta de los beneficios de El Tiempo
SUSCRÍBETE CLUB VIVAMOS

¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo [email protected] no ha sido verificado. Verificar Correo

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión

Hola, bienvenido

¿Cual es la ciudad colombiana clasificada como la más peligrosa del mundo?
¿Cómo va el juicio al expresidente Álvaro Uribe?
¿Accidente de bus en Calarcá?
Frío inusual en Bogotá explicado por el Ideam

'Los que sobran': la generación que no encuentra un lugar

El historiador Juan Carlos Flórez  hablará en el Hay Festival, el 27 enero, junto a Ricardo Silva.

El historiador Juan Carlos Flórez relaciona en el libro la problemática actual con lo descrito por la literatura rusa del siglo XIX.

El historiador Juan Carlos Flórez relaciona en el libro la problemática actual con lo descrito por la literatura rusa del siglo XIX. Foto: Cortesía editorial Planeta

Alt thumbnail

Actualizado:

00:00
00:00

Comentar

Whatsapp iconFacebook iconX iconlinkeIn iconTelegram iconThreads iconemail iconiconicon
El tema empezó a rondarle hace unos cinco años. Juan Carlos Flórez percibía una frustración entre los jóvenes y los adultos jóvenes de clase media que veían cómo se cerraban las puertas de las oportunidades que supuestamente debía abrirles una buena educación. Como si de nada valieran merecimientos y preparación. “En definitiva, observaba que el ascensor social no estaba trabajando para esa tierra prometida que les habían anunciado –dice el historiador bogotano–. Y que se dieron cuenta de que historias como ‘usted llega a un lugar de la sociedad a través del mérito y el talento’ habían resultado una estafa”. Lo sorprendió, además, que no fuera un fenómeno local, sino que estuviera presente en diferentes lugares del mundo. Podría hablarse de una generación global.
“Algo está pasando aquí, y es muy serio”, pensó Flórez. Comenzó a preguntarse cuáles eran los mecanismos que lo estaban produciendo y cómo podría definirse esa generación. Durante un viaje a Moscú, en medio de una charla con amigos, llegó el tema de una generación rusa del siglo XIX: los lishnie liudi, los que sobran. “Entonces dije: es por ahí”. Flórez se encontró con un escritor que, como pocos, logró diseccionar los cambios de las generaciones rusas y europeas: Iván Turguénev, que dedicó más de diez años de su vida a pensar su propia generación; una generación que, pese a ser de las más educadas en la historia de Rusia, no tuvo forma de actuar sobre la realidad de su país. No encontró un lugar. Flórez se concentró en ampliar su investigación. En ese momento era concejal de Bogotá, pero para el año siguiente –que era el 2018– decidió no aspirar de nuevo al cargo y darle todo su tiempo al estudio de la idea que no se le salía de la cabeza. Al año siguiente se vivió el estallido social del pueblo chileno, protagonizado por millones de ciudadanos que salieron a protestar contra sus élites. Hubo una canción que se volvió himno para ellos: El baile de los que sobran, el clásico de Los Prisioneros. Se unieron así, en la cabeza de Flórez, los que sobraron en el pasado, los lishnie liudi, y los del presente. “Ahí surgió la idea de escribir este libro”.
Lo que hizo interesante al mundo occidental en el siglo XX fue que construyó ese ascenso social de forma masiva y virtuosa. Eso ya no existe.
Empezó a buscar el mecanismo que había llevado a la existencia de estas generaciones. ¿Qué encontró?
Primero lo comprendí en casos específicos. En Rusia, lo que le impidió actuar a esa generación fue un régimen autocrático, el de Nicolás I, que les cerró todos los espacios. En Chile, claramente es la imposición a sangre y fuego, bajo Pinochet, de un sistema extremista privatizador que le dijo a la gente: “No se preocupe, aquí vamos a producir riqueza; usted consuma y edúquese, que le abrimos puertas”. En 2019, la gente explotó y dijo: “Todo resultó mentira, estamos endeudados hasta el cogote, las pensiones son miserables, nuestra educación no es la misma que la de ustedes, los acomodados”. Después me di cuenta de que algo así estaba pasando en Estados Unidos: la deuda fundamental de sus familias se deriva de la educación de sus hijos. La gente vio que la educación ya no les abría puertas. En resumen, el mecanismo no es de un país, es global. Y no es por los ricos, ni por los muy ricos, que siempre han existido: es una élite de billonarios, menos del 1 por ciento de la población del mundo, que en las últimas décadas ha logrado moldear el poder a su antojo. En los años 60 y 70, por ejemplo, las casas y los yates de los ricos de Estados Unidos eran de un tamaño moderado. ¿Por qué? Porque había impuestos al lujo que restringían la acumulación de riqueza excesiva. En los países democráticos los impuestos se usaron para crear la clase media. Había instrumentos por medio de los cuales se patrocinaba, entre otras cosas, una educación de calidad similar para la gran mayoría de la gente. Pero estos se han ido destruyendo en los últimos cuarenta años. La educación volvió a elitizarse. Si no se tiene una educación extremadamente elitista, el mundo de las oportunidades se cierra. Claro, alguien que ha triunfado puede salir y decir: yo lo logré. Pero es un ascenso social a cuentagotas. Lo que hizo interesante al mundo occidental en el siglo XX fue que construyó ese ascenso social de forma masiva y virtuosa. Eso ya no existe.
Esa falta de oportunidades puede explicar lo que se está viviendo en muchos lugares del mundo…
Si usted no crea un gran amortiguador de las tensiones entre el que mucho tiene y el que nada tiene, se producen insurrecciones como la que vivió Chile y la que hoy está viviendo Colombia. Todo esto está engarzado en la destrucción de los mecanismos de creación de la clase media. Hay un proceso consciente de eso en el mundo y su efecto político es peligrosísimo. Hoy lo vemos: las reducidas clases medias de Colombia descubren su inmensa fragilidad. Una crisis de seis meses pasó a un millón de bogotanos de clase media a la pobreza. O el caso de Chile: el país parecía rico, sí, pero ¿a qué costo? Al costo de que la mayoría descubriera que es un país de setenta apellidos. Si no tengo este o aquel, no hay ningún chance.
El libro de Juan Carlos Flórez es editado por el sello Ariel.

El libro de Juan Carlos Flórez es editado por el sello Ariel. Foto:Archivo particular

En el libro usted describe a este pequeño grupo que acumula riquezas y privilegios como la “élite María Antonieta”...
En Estados Unidos ese proceso se inició con la era Reagan, ahí arrancó la destrucción paulatina de aquel sistema que había creado la más grande clase media del mundo. El tema clave es que ha muerto el civismo en las clases altas. Porque se puede ser muy rico, tener privilegios, disfrutarlos. Eso está bien. Pero al mismo tiempo se tiene un deber con la sociedad. Ese capitalismo tardío, la que yo llamo la “élite María Antonieta” –igual que la élite del final de la aristocracia, pre Revolución sa–, ha roto sus nexos de solidaridad con la sociedad. Eso es de un peligro inmenso. Cuando una sociedad se queda sin clase dirigente todo puede pasar. Revoluciones, guerras civiles, demagogos tomándose el poder, como ocurrió con Hitler, que es lo que está de nuevo en auge en el mundo. La democracia occidental está en riesgo porque la clase dirigente renunció a su tarea. Desconoce por completo a la sociedad. Hoy los políticos, que deberían ser mediadores, se han puesto al servicio de esas élites a lo largo y ancho del mundo. Quieren imitar el estilo de vida de los billonarios, pero no lo imitan generando riqueza, sino robándose los recursos públicos. Por eso, la corrupción es el problema global de la política. La desconexión con las sociedades que gobiernan es evidente. La frase clave en Chile, la que más se repetía, es “me siento maltratado y despreciado”. Y fíjese en la clase política colombiana: lo que está pasando hoy los cogió con los pantalones abajo y todavía no lo entienden.
¿Por qué dice que el mundo está en la fase final del capitalismo?
Sus aspectos renovadores se han agotado. El capitalismo hoy es muy rico, produce tecnologías, pero en lugar de ser una fuerza creadora es cada vez más destructiva. De nuestras relaciones sociales, de nuestro estado anímico, de la naturaleza, de la sociedad. Hay elementos para decir que estamos en su fase final. ¿Cuánto puede durar eso? Ah, el fin del Imperio romano duró varios siglos. Pero en algún momento aparecieron hechos que condujeron a su final; uno de los más importantes está presente hoy: la renuncia de las élites al civismo. Hoy existe la filantropía, pero eso no es lo mismo. Ninguna filantropía repara la cohesión social destruida ni reconstruye a la clase media.
Las élites occidentales pretendieron que uno podía entender el mundo solo a través de la razón. Yo creo que ese proyecto está haciendo agua.
Otro aspecto del capitalismo tardío, dice, es la exigencia incesante de productividad y la idea de que lo que no genere ganancia no tiene valor. La responsabilidad recae en el individuo, lo que puede llevar a un aumento de males como la depresión...
Porque no basta con que una civilización, una cultura, una sociedad, tengan un ideal de prosperidad material para la gran mayoría. No es suficiente. Si el ideal material se queda solo, se vuelve autodestructivo. El ser humano está diseñado para no aguantar sin ayuda de algo trascendente. Tengo la sospecha, no como un asunto clínico, sino como un fenómeno social, y usando como analogía el Imperio romano tardío, de que las enfermedades del espíritu están asociadas al final de un proceso civilizatorio. Infortunadamente, no hay evidencias sobre qué pasó con las comunidades indígenas al final del proceso azteca o inca, por ejemplo. Pero sí hay evidencias muy sólidas para el final del Imperio romano tardío. La gente descubrió que el mundo en el que vivía era lo que lo estaba enfermando y tomó la decisión radical de irse, de escaparse, se van al desierto. Hoy todo lo reducimos al individuo. “A usted se le bajó el litio, compre esto y tómeselo”, dicen. Pero creo que el punto no es solo ese . El asunto es más de fondo. Sentimos el fardo de este sistema sobre nuestros hombros. Nos gustaría llevar una vida más tranquila y no encontramos la forma.
Habla de personajes de la historia, como Jesucristo o Sócrates, que serían unos “inútiles”, analizados desde la perspectiva actual...
Esto viene de Tolstói, que en su época madura descubrió la sabiduría oriental, a través de Confucio y de Lao-Tse, y se hacía una pregunta maravillosa: “¿Trabajó Cristo?”. El trabajo hoy no es una liberación, no es una transformación, se ha convertido para nosotros en una angustia. Si no tenemos trabajo, caemos socialmente. Creo que necesitamos recuperar el sentido de lo que se llama inútil. Hoy es inútil todo lo que no produzca plata. Pero los seres humanos necesitamos de lo uno y de lo otro. Hay un saber que no proporciona exclusivamente la razón. Las élites occidentales pretendieron que uno podía entender el mundo solo a través de la razón. Yo creo que ese proyecto está haciendo agua. Hay un componente trascendente que, insisto, es necesario. De hecho, la propia escritura de mi libro fue alentada por un sueño: una noche soñé con el nombre de un personaje ruso que no había oído en mi vida. Era de una novela de Dostoievski de la que tampoco había oído, El adolescente. Y el protagonista es uno de los que sobran. Fue un sueño, una cosa no racional, lo que me orientó.
Hace una pregunta en el libro y se la planteo a usted aquí: ante lo que estamos viviendo en el mundo, ¿hacia dónde vamos?
Vamos adonde queramos ir. Pero esa decisión implica deberes de todos. Ya hay una golondrina. ¿Cuánto tiempo llevaba la idea de un impuesto global? La reciente propuesta de Biden abre una discusión de si Europa y los Estados Unidos podrían reunirse alrededor de eso. Uno de los problemas de hoy es que no hay recursos para producir un camino virtuoso al mérito masivo. Qué se requiere: constreñir un tanto el consumo conspicuo, exagerado, de las clases altas. Empecemos a pensar un mundo que no sea la angustia de sentirnos oprimidos por el que ya existe. No sabemos todavía si esa idea termine en algo. Es verdad que una golondrina no hace verano, pero sí anuncia su llegada. 
María Paulina Ortiz

Sigue toda la información de Lecturas Dominicales en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.

00:00
00:00

Comentar

Whatsapp iconFacebook iconX iconlinkeIn iconTelegram iconThreads iconemail iconiconicon

Conforme a los criterios de

Logo Trust Project
Saber más
Sugerencias
Alt thumbnail

BOLETINES EL TIEMPO

Regístrate en nuestros boletines y recibe noticias en tu correo según tus intereses. Mantente informado con lo que realmente te importa.

Alt thumbnail

EL TIEMPO GOOGLE NEWS

Síguenos en GOOGLE NEWS. Mantente siempre actualizado con las últimas noticias coberturas historias y análisis directamente en Google News.

Alt thumbnail

EL TIEMPO WHATSAPP

Únete al canal de El Tiempo en WhatsApp para estar al día con las noticias más relevantes al momento.

Alt thumbnail

EL TIEMPO APP

Mantente informado con la app de EL TIEMPO. Recibe las últimas noticias coberturas historias y análisis directamente en tu dispositivo.

Alt thumbnail

SUSCRÍBETE AL DIGITAL

Información confiable para ti. Suscríbete a EL TIEMPO y consulta de forma ilimitada nuestros contenidos periodísticos.

Mis portales