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Kim Thúy, los caminos que abre la memoria
La autora vietnamita habla de su nueva novela, Em, en la que vuelve a la guerra que vivió su país.
La escritora ha construido una obra literaria marcada por el dolor y la belleza. Foto: Getty Images
Kim Thúy, dice, ama a los seres humanos naturalmente. Nuestra locura, nuestras contradicciones, nuestra genialidad, nuestra inteligencia. Cree que dentro de cada ser humano hay un gesto que vale la pena ver y también que todos deberíamos –y así sucede– experimentar lo que es la belleza por lo menos una vez. Thúy es escritora, nació en Vietnam en 1968, pero cuando tenía diez años tuvo que partir: la guerra se había impuesto.
Llegó a Canadá, donde aún vive, y adoptó un nuevo idioma –el francés– en el cual escribe novelas como Mãn (2016), Vi. Una mujer minúscula (2018) y Ru (2020) con las que ganó los premios Governor General’s Literary, en Canadá, el Mondello, en Italia, y fue finalista del Nobel de Literatura Alternativa.
Además de escritora, Thúy ha sido abogada, traductora, costurera, cronista y chef de un restaurante que creó ella misma y en el que solía preparar solo un plato al día. En todos estos oficios ha desarrollado un tono que únicamente le pertenece a ella y que está hecho de los paisajes que ha visto, de su temple de sobreviviente y de las voces –en vietnamita, en francés y en inglés– de las que se ha rodeado.
Su novela más reciente, Em (Periférica, 2021), cuenta algunos pasajes de la guerra de Vietnam –o ‘la guerra estadounidense’, como la nombran en Vietnam– desde las voces y los testimonios escritos de quienes la padecieron. Ante estas imágenes, insólitas e incompasivas, Thúy escogió palabras suaves para narrarlas y para lograrlo debió tener paciencia. Tuvo que recurrir a acercar la mirada y a esperar que el tiempo le explicara cómo podía escribir en la forma que ella prefiere: no desde la rabia ni desde el desespero, tampoco desde la desesperanza por lo humano.
Sus libros parecen girar en torno a recuerdos de sus vidas pasadas como abogada o chef, o sobre el tránsito de Vietnam a Canadá. ¿Cómo hace para guardar esos recuerdos? ¿Lleva diarios?
No soy lo suficientemente disciplinada ni siquiera para guardar recuerdos, mucho menos un diario juicioso.
No soy lo suficientemente disciplinada ni siquiera para guardar recuerdos, mucho menos un diario juicioso. Te doy un ejemplo, yo empecé a escribir Ru en un cuaderno pequeño, pero por muchísimo tiempo no sabía dónde estaba y llamé a varias personas a ver si lo había prestado. No conseguí encontrarlo. Hace un par de semanas una mujer me escribió para decirme que había encontrado el cuaderno, pero yo no tenía ni idea de la posibilidad de que ella lo tuviera. Cuando lo recuperé me conmoví. Ese gesto creo que explica mucho mi relación con los recuerdos. No me preocupa guardarlos muy juiciosamente ni me arrepiento de lo que parece que he olvidado, pero me emociono cuando por alguna razón los recupero.
¿Cómo llegan, entonces, los recuerdos que va a usar en los libros?
Cuando me despierto y me tomo una ducha, muchas ideas y recuerdos llegan a mi cabeza. Pero cuando salgo y me siento a escribir, esas historias casi nunca funcionan en el texto. Lo que hago es seguir la pista que me abrió esa historia que recordé y buscar allí otros hechos y momentos. Así es como escribo. Siguiendo los caminos. Los recuerdos que no tienen muchos caminos para volver a ellos son los que he olvidado.
En sus libros aparecen olores asociados a la idea de ser contenedores de recuerdos. ¿Cómo concibe el poder del olor?
El nuevo libro de Kim Thuy, editado por Periférica. Foto:Archivo particular
Tengo una buena nariz para oler, aunque casi nunca sé a qué está conectado ese olor. No sé si es así, pero tal vez pasa porque cuando llegamos a Canadá vivíamos en un apartamento pequeño sin mucha ventilación y allí cocinábamos. Todo el lugar –junto con la ropa– olía a comida todo el tiempo. Yo iba a la escuela con ese olor encima y eso me molestaba mucho. Tanto era el tedio que cuando tuve el restaurante mandé instalar los ventiladores más grandes que encontré y mantenía un cambio de ropa en la despensa para cuando debía salir de la cocina. No me gusta la idea de oler a comida. La comida revela mucho de lo que somos y la forma en que vivimos.
Una vez escribió que ningún objeto, ni en su casa ni en la de su madre, lleva la huella de generaciones, sobre todo porque tuvieron que dejar todo atrás. ¿Cómo es su relación hoy con los objetos? ¿Atesora algo?
No. Con los objetos es extraño. Los amo y los iro, pero no los necesito. Los regalo con facilidad. Ante la pregunta de qué me llevaría si hubiese un incendio en casa, no podría nombrar ni cinco cosas.
En sus libros hay mucho horror, pero parece estar siempre arrinconado por belleza y poesía. ¿Es un proceso consciente o tiene que ver más con la forma en la que concibe lo vivido?
Para conectar hay que usar la belleza, que finalmente significa usar las entrañas y el corazón.
Es muy consciente. La vida ya es tan difícil que debemos disciplinarnos para ver la belleza. En la escritura pienso que el contenido es horrible, sí, pero las palabras ya son hermosas en sí mismas. Lo único que tengo que hacer es resaltar esa belleza. Afortunadamente la mayoría de quienes podemos leer libremente no tenemos que vivir el horror de la guerra tan de cerca. Entonces si cuento únicamente ese horror, vas a entenderlo solo desde lo intelectual pero no vas a sentirlo. Para conectar hay que usar la belleza, que finalmente significa usar las entrañas y el corazón.
En Em habla del horror de la guerra y la muerte a manos de otros. ¿Incluso ahí cree que belleza y horror pueden coexistir?
Si miramos lo suficientemente cerca, siempre podemos encontrar ese pequeño punto de luz. No es un rayo –un rayo es muy grande–, sino un pequeño punto. Escribiendo Em me decía que no era capaz de contar el horror desde la belleza y perdí varias veces la fe en lo humano. No podía entender esa crueldad, pero luego miraba más profundo hasta que pudiera hallar esa luz.
Cada capítulo de Em parece ser un zoom a un fragmento de una historia más grande. ¿Es esa una forma de enfocar esa luz?
Sí, pero también tiene que ver con que no soy capaz de contar un cuadro completo, sino solo partes de él. Hace días quería tomar la foto de un cerezo e intenté muchas tomas para lograr una captura de todo el árbol y salieron todas muy mal. Pero luego la persona con la que estaba capturó una rama florecida y en ese fragmento estaba toda la realidad del árbol. Cuando escribo veo esas ramas que, incluso en su especificidad, cuentan la historia de todo el bosque.
Al principio de Vi y en el primer capítulo de Em habla del tiempo. Un calendario, una guardiana del tiempo, alguien que corre a través del tiempo… ¿Por qué le interesa ese tema tan enorme?
Porque en vietnamita no tenemos tiempos, no tenemos pasado ni futuro, solo presente y el contexto al inicio que nos ubica y de alguna manera entendemos. Cuando estaba aprendiendo francés, de repente tenía que entender cómo expresar el tiempo. Ahí tuve que pensarlo más detenidamente. También se relaciona con mi historia, con no gastar el tiempo que me fue dado. El tiempo tiene cierta urgencia para mí.
Em es una novela menos autobiográfica y más documental. ¿Cómo cambió su proceso de escritura ante la presencia de otros datos?
También creo que llegué a un momento de rabia por no haber hecho nunca ciertas preguntas, no haber ido más al fondo.
Ahora hay mucha más documentación accesible y más información con la cual construir. Además la tecnología me permitió hablar sobre la guerra con personas en Vietnam, gente con 80 o 90 años que ya no le tiene miedo a la censura y habla hoy más abiertamente. También creo que llegué a un momento de rabia por no haber hecho nunca ciertas preguntas, no haber ido más al fondo. En ese sentido, Em es sobre mí y el proceso en que voy descubriendo que las cosas en que creía eran casi todas erróneas. Es un libro personal por tener que hacer las paces conmigo y reconocer que antes era joven y no tenía muchas herramientas para entender la verdad.
Sus libros suelen estar construidos por capítulos muy pequeños. ¿A qué se debe esta decisión?
Nadie me cree cuando digo que no tengo suficiente vocabulario y que por eso cada capítulo es tan corto, pero es cierto. Si supiera más palabras, si conociera mejor el francés, podría escribir frases y capítulos más largos. Tal vez no me creen porque puedo expresarme en francés, pero es porque conozco suficientes palabras para reemplazar las que no me sé y cuento la historia alrededor de la palabra desconocida.
¿Cree, entonces que lo que no se nombra guarda cierta belleza?
Cuando no tienes la palabra, solo puedes apelar a los sentidos y las emociones. Entonces lo que quieres decir se vuelve más íntimo. Cuando te digo ‘vaso’ solo estoy diciendo eso: ‘vaso’. Pero si lo rodeo con las palabras, puedo decirte cómo se siente sostener el vaso y en esa imagen ves mis dedos, ves a quien habla. Invitas a las personas a ir detrás de las palabras y revelas más. En ese ejercicio también hay que confiar en el lector, que va a ver los silencios y va a detenerse en ellos.
Usted sabe algo de vietnamita, francés e inglés. ¿Qué tanto se mezclan esos idiomas en su cotidianidad y en la escritura?
A veces hay algo de frustración porque quiero decir algo en un idioma y estoy hablando en otro que no tiene cierto concepto, pero en la escritura me funciona porque lo que hago es rodear el concepto y eso les da cierta suavidad a las frases.
¿Cómo fue la rutina de escritura para Em?
La escribí entre las 11 de la noche y las 3 de la madrugada, el único tiempo que tenía para mí. La escritura nunca es una prioridad en mis días, es lo último. Es así porque escribir, para mí, tiene que ver con el placer, un placer egoísta. Mis prioridades son mis hijos, las personas que me necesitan. Justo en este momento tengo como prioridad amar, estoy dándome ese tiempo.
¿Siempre está escribiendo, o hay espacio entre libro y libro?
A veces no tengo tiempo, pero la mente no para y la realidad tampoco. De manera que, sin saberlo del todo, estoy de forma constante absorbiendo ideas, coleccionando pedazos. Como sigo viviendo, muchas cosas siguen llegando. Ahí quedan acumuladas. Cuando finalmente me tomo el tiempo de sentarme a escribir, ya hay algo ahí.