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Entrevista

Jon Lee Anderson y su visión de Milei, Fidel Castro, Chávez, Trump y otros líderes mundiales

El reconocido periodista estadounidense habló con Lecturas de su nuevo libro de crónicas y perfiles 

Lecturas

El periodista estadounidense Jon Lee Anderson. Foto: (EPA) EFE

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Jon Lee Anderson uno de los periodistas más brillantes de su generación; ha cubierto guerras infames y ha entrevistado a algunas de las principales figuras de la política mundial. Y ahora tiene un nuevo libro con un título provocador: He decidido declararme marxista.
Jon Lee Anderson sigue siendo el testigo incómodo del poder, el periodista que narra lo que muchos prefieren ignorar. En He decidido declararme marxista, su más reciente publicación, dividido en dos volúmenes, revisita décadas de conflictos, líderes y revoluciones que marcaron nuestra era.
Sentarse frente a él es como abrir una caja de dinamita con un fósforo encendido. No sabes si va a estallar o simplemente va a iluminar todo con una verdad incómoda. Desde sus inicios en The Lima Times en Perú en 1979 hasta convertirse en uno de los reporteros más influyentes de nuestra época, Anderson ha recorrido el mundo contando historias difíciles de narrar. Ha trabajado en medios como The New Yorker, The New York Times y El País, dejando una huella en la manera en que entendemos los conflictos internacionales. Sus reportajes han cubierto guerras en Oriente Medio, África, Asia y América Latina, y ha perfilado a figuras como Fidel Castro, Hugo Chávez, Augusto Pinochet y Gabriel García Márquez. Ha estado cerca del poder, pero su mirada siempre ha estado enfocada en quienes quedan al margen de la historia.
Ahora, con He decidido declararme marxista, reúne décadas de crónicas en dos volúmenes publicados por el sello Debate. Lejos de ser un reflejo de su ideología, el título es una provocación inspirada en una anotación juvenil. El primer volumen abarca los conflictos de las últimas cinco décadas, desde guerras en Asia, Oriente Medio y América Latina hasta las esferas de la política y el poder. El segundo volumen se adentra en el arte del perfil periodístico, con historias de líderes que marcaron nuestra era, desde Che Guevara y Muamar el Gadafi hasta Gabriel Boric.
Su nuevo libro, He decidido declararme marxista, tiene un título provocador. En un mundo tan polarizado, ¿le preocupa que algunos lo malinterpreten o lo encasillen?
Cuando apareció la idea de usar esta acotación como título, lo pensé dos veces, justamente por eso. Pero al final dije: ‘Lo asumo, está bien, ya. Lo dije, lo pensé en algún momento’. Ahora, nunca fui alguien de dogmas. Ya de adolescente y veinteañero, cuando me topé con todas las ideologías, no me afilié a ningún partido, ni marxista ni de otro tipo. Eso sí, siempre, toda la vida, he sido antifascista. Eso sí lo tengo claro. ¿Por qué me incliné por los marxistas en ese momento? Porque eran los que estaban dando la cara en las guerras, en las guerrillas, luchando contra los que yo consideraba fascistas. Luego, muchos de ellos me decepcionaron, sí. Pero como precepto, la lucha por la justicia social, en términos teóricos, está justificada. Cuando tenía 13 años, los que estaban peleando contra el apartheid, los portugueses en África, eran marxistas. Claro, luego muchos terminaron siendo cualquier cosa, pero a los 13 me parecían gente correcta, dispuesta a morir por un ideal, y eso lo reivindico. Hoy estamos en una era en la que los dogmas vuelven a apoderarse de los argumentos y de las polémicas. Me recuerda a los años 70, cuando decir que uno era marxista te valía un golpe en la nuca. Ahora es al revés: te acusan de fascista por cualquier cosa. Hay nuevos populistas de derecha autoritaria, pero también hay populistas de izquierda caudillista, despóticos y corruptos.
Al entrevistar a figuras tan polémicas, algunos lo han acusado de ser demasiado cercano o demasiado duro con ciertos líderes. ¿Cómo maneja ese equilibrio entre narrar sin idealizar ni juzgar?
Yo no soy panfletario. No me interesa escribir desde el prejuicio ni caer en simplismos. Mucha gente cree que, porque entrevisté a Chávez varias veces y tuve a él, fui su seguidor. Pero si leen mis crónicas, lo ven claro. El primer perfil que hice de Hugo Chávez en 2001 se tituló El revolucionario. Yo no pongo los títulos, los pone The New Yorker. Pero si lees el texto, ahí está todo: el Chávez carismático, pero también el Chávez que ya prometía ser más radical. Recuerdo una escena muy simbólica. Estaba con él en su avión. Algunos me criticaron, pero yo me preguntaba: “¿Qué hago? ¿Tirarle piedras al avión o subirme en él para contar lo que pasa ahí dentro?”. Elegí montarme. Y lo que vi fue revelador. Ahí estaba Chávez, el líder populista, con su discurso de revolución. Pero también estaba su hermano, con un Audemars Piguet en la muñeca. Yo lo conté todo. Y en 2008, cuando volví a entrevistarlo, ya estaba en su apogeo. Algunos amigos venezolanos se molestaron porque no hice una denuncia más frontal. Pero yo no soy panfletario. Soy un periodista narrativo.
AFP

Mural con la imagen del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez. Foto:Pedro MATTEY / AFP

De todos los líderes, revolucionarios y dictadores con los que ha hablado, ¿quién lo ha sorprendido más por su relación con el poder?
Una vez le pregunté al expresidente de Afganistán Hamid Karzai: “¿Cómo es el poder?”. Hasta ese momento era diplomático, estoico. Pero de repente perdió los estribos y exclamó: “¡El poder! ¡El poder! No conozco lo que es poder. No me gusta el poder. Lo aborrezco”. Y de pronto tomó su taza de té y dijo: “El poder que yo conozco es como esta taza de té: está vacía”. Fue un exabrupto visceral. Y mi percepción era correcta: Karzai no tenía poder soberano. Se lo daban los estadounidenses, pero nunca fue realmente un líder independiente.
Ha estado en algunos de los escenarios más duros del mundo, ¿cómo procesa todo lo que ha visto sin volverse insensible?
No es fácil. Hay momentos que se quedan contigo para siempre. Acabo de estar en Siria y lo que vi ahí fue devastador. Un país destruido por la guerra, donde la gente se ha acostumbrado a sobrevivir en una dictadura que los ha obligado a traicionar hasta a sus propios vecinos. Me encontré con personas buscando a sus seres queridos desaparecidos, con familias que han aprendido a callar por miedo. Y eso te hace pensar en cómo una sociedad entera puede ser moldeada por el terror. En Afganistán, donde las mujeres se siguen educando en la clandestinidad a pesar de las prohibiciones de los talibanes, entendí que la resistencia humana es más fuerte de lo que creemos. Hay personas que, a pesar de todo, siguen adelante. Aprendes a procesarlo, pero nunca dejas de sentirlo. No quiero volverme insensible, porque eso significaría que el trabajo ha dejado de importarme. Pero tampoco puedes llevarte todo el peso encima. Es un equilibrio difícil.
En medio de tanta guerra y destrucción, ¿hay algún acto de resiliencia que lo haya marcado?
Las mujeres en Afganistán. Se siguen educando en la clandestinidad, siguen resistiendo en el país más machista del mundo. No pueden hablar en público, no pueden salir sin un pariente hombre, no pueden viajar solas, no pueden estudiar ni trabajar. Pero siguen luchando.
Después de tantos años documentando el poder, ¿cree que el poder ha cambiado?
No sé si el poder como tal ha cambiado. Sigue siendo el poder. Lo que ha menguado es la noción democrática. Se está perdiendo fuerza, y muchos que antes fingían tener valores democráticos ahora se quitan la máscara. Mira a Donald Trump. Es un déspota. Ya en su primer mandato era debatible, pero ahora es evidente. Es soberbio, arrogante, narcisista. Y lo peor es que hay clones de él en todas partes. Se comporta como un matón, incluso con países aliados.
AFP

Volodimir Zelenski y Donald Trump. Foto:SAUL LOEB / AFP

¿Y por qué Trump ganó con tanta fuerza?
Creo que fue una combinación de factores. Primero, Biden nunca logró inspirar emoción ni confianza en el electorado. Desde hacía dos años se le veía como un abuelo que no transmitía sensación de futuro, sino como alguien que intentaba simplemente mantener el statu quo. Su gobierno parecía reaccionar a las emergencias, pero no preverlas. El desastre en Afganistán contribuyó a la idea de una istración dubitativa, que tropezaba de crisis en crisis sin un liderazgo claro. En contraste, Trump, con su estilo burdo y grandilocuente, ofrecía una visión en blanco y negro: ‘Voy a arreglar Ucrania en un día’, ‘Voy a hacer América grande otra vez’. Promesas de opereta, pero que daban la impresión de acción y decisión, algo que Biden no logró proyectar. Pero quizá lo más determinante ha sido el papel de la tecnología y las redes sociales. Durante más de una década, Trump y otros han minado la credibilidad de la prensa tradicional, alimentando teorías de conspiración y erosionando la idea del bien común. Ha construido un electorado que no confía en los medios ni en el sistema. Trump entendió algo clave: los estadounidenses quieren certezas, no matices. En un mundo donde Estados Unidos parece atrapado en conflictos interminables con Rusia, Irán y China, su mensaje simplista de ‘Yo lo arreglo’ resultó irresistible para muchos. Les ofreció una versión hollywoodense de un país más blanco, más seguro y más en control. Les dijo: ‘Si vas conmigo, tendrás la razón y ya’. Y esa promesa, por más simplista que sea, funcionó.
El presidente de Argentina Javier Milei participa durante el Congreso Judío Latinoamericano en la ciudad de Buenos Aires (Argentina).

El presidente de Argentina Javier Milei. Foto:EFE

Entrevistó recientemente a Javier Milei para The New Yorker. ¿Qué impresión le dejó Milei como líder?
Milei es un personaje en sí mismo. En muchos aspectos tiene esa cosa trumpiana de faltar al decoro, de decir improperios, de provocar. Pero lo que más me sorprendió fue su obsesión con la imagen. Nunca había conocido a un líder tan abierto sobre eso. Antes de la entrevista, su mánager de imagen interrogó a mi fotógrafo sobre los ángulos y las luces, y terminó prohibiéndole entrar. Luego, cuando ya estaba en su despacho, apareció su estilista, una mujer que él mismo describió como la persona encargada de que ‘se luzca como un cruce entre Elvis y Wolverine’. Y se rio, pero su estilista asintió, como si fuera un tema serio. Después de la entrevista, él mismo me pidió que nos tomáramos una selfi y, cuando posó, lo vi claro: su postura era idéntica a la del personaje de La naranja mecánica, Alex, con la cabeza ligeramente inclinada, la mirada desde abajo y una sonrisa extraña. Se lo dije: “La naranja mecánica, ¿verdad?”. Y él simplemente respondió: “Sí”. Otra cosa que me pareció particular es que tenía todas las cortinas cerradas. Cuando le pregunté por qué, me dijo que era fotosensible. Me pareció curioso, porque nunca había conocido a nadie que se describiera como fotosensible. En ese momento, con las sombras, la mesa larga y él posando con los codos apoyados, casi parecía Drácula. Pero lo más interesante de Milei no es solo su imagen. Es su personalidad. Es un geek de la economía, obsesivo con los números. Puede hablar sin freno del PBI y de tecnicismos durante 20 minutos sin darse cuenta de que ha perdido a su interlocutor. En ese sentido, hay algo casi autista en su forma de comunicarse. Y esto me hizo notar algo curioso: cada vez más líderes tienen algún rasgo psicológico que influye en su manera de gobernar. Daniel Noboa, en Ecuador, ha sido descrito por su entorno como autista. Gabriel Boric ha hablado abiertamente de su trastorno obsesivo-compulsivo. Trump, por supuesto, es un narcisista clínico. Parece que estamos viendo una nueva generación de líderes en los que ciertos rasgos psicológicos juegan un papel clave en cómo ejercen el poder. En lo personal, aunque discrepo con muchas de sus posturas, encontré a Milei más razonable en privado que en sus exabruptos públicos. Es un tipo inseguro, que busca ser querido, que necesita la aprobación de los demás. No controla bien sus emociones ni su temperamento. Es un personaje hecho a medida de la era del espectáculo político.
¿Nota un cambio en cómo la nueva generación política entiende y ejerce el poder?
Sí. Te pongo un ejemplo: Gabriel Boric. Es joven, 35 años en el momento en que lo entrevisté, y aunque es socialista, en realidad es más socialdemócrata. Me cayó muy bien. Su disposición a criticar a los de su propia ideología es algo que rara vez se ve en la izquierda latinoamericana. Ha sido el primero en romper con la tradición de callar ante los abusos de regímenes afines. Ha criticado abiertamente a Maduro, a Cuba y a Ortega. Eso es importante. No importa si son de tu espectro ideológico: si violan derechos humanos, hay que decirlo. Creo que Boric representa un nuevo liderazgo en la región.
CRISTINA SAID
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