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'Me preguntan si esto es una novela. Mi respuesta es simple: sí'
El escritor colombiano Andrés Felipe Solano publica Gloria, con su madre como protagonista.
Solano también ha publicado obras de no ficción como Corea, apuntes desde la cuerda floja. Foto: Cortesía del autor
Allí está ella, en medio de la marea humana que canta, que se desgañita, que se desborda como una ola de deseo ante el atractivo del cantante argentino Sandro, que en esa noche, la del 11 de abril de 1970, está haciendo historia: es el primer latinoamericano en presentarse en el Madison Square Garden.
Y ella, Gloria, es una de las cinco mil personas que se congregaron allí para corear los éxitos del argentino que arde en la hoguera de la forma: la voz profunda, los labios que se tuercen en rictus de sensualidad, las caderas que dibujan formas imposibles y efímeras en ese aire cargado de electricidad y euforia.
Y ella, en medio de esa babel de acentos latinoamericanos en Nueva York, en ese caldo de juventud que suda y que baila y que llora, no sabe aún que tendrá un hijo llamado Andrés Felipe Solano que cuatro décadas más tarde le hará un regalo único: que Sandro de América, el ídolo de toda una generación, atraviese desde el escenario con su mirada el bosque de cuerpos en éxtasis para clavar sus ojos en los de Gloria. Y así, por un microsegundo, solo existen en el mundo Sandro, que mira a Gloria, y Gloria, que, sorprendida, le devuelve la mirada a Sandro.
Un día en la vida de Gloria
La madre como figura es, desde hace unos años, un tema obsesión y casi fetiche de los escritores. Del padre tiránico, absoluto y asfixiante, al cual había que matar como metáfora del sistema patriarcal, ha habido un lento y constante desplazamiento hacia entender qué demonios es una madre. Así, el corpus sobre la literatura materna ha crecido exponencialmente en estos últimos años. Y a ese campo atestado de acercamientos (desde la ternura o desde la rabia, desde la distancia o la cotidianidad, desde la comprensión o el ajuste de cuentas) se une el escritor colombiano Andrés Felipe Solano con su novela Gloria, un ejercicio narrativo y estético que se pregunta por su madre, por sus temporadas en Estados Unidos, por su vida antes y después de parir, por los relatos familiares que se heredan y por los paralelismos entre nuestros progenitores y nosotros, los hijos.
Gloria, la nueva novela de Solano, es publicada por Sexto Piso. Foto:Archivo particular
El leitmotiv para la historia es esa noche del 11 de abril de 1970, cuando Sandro electrificó a una generación entera de latinoamericanos en Nueva York. De este evento particular, que es un día en la vida de Gloria, se desprenden todos los otros instantes primordiales para intentar hacer un bosquejo sobre su existencia. Historias que ella le fue transmitiendo a Andrés Felipe Solano a través de relatos que se cuentan, fotografías que se guardan en cajones y caminatas juntos, ya no como la madre que guía al hijo de la mano para que no se pierda, sino como dos adultos que se miran a los ojos como iguales o casi. Y con este material él escribió un libro con un narrador que hace saltos en el tiempo, interviene el pasado, susurra al oído de su madre y supone, porque, como él mismo dice, se trata de suponer qué hubiera pasado si algo hubiera sido diferente.
¿Qué tanto de ficción o realidad hay en Gloria? Esa es la pregunta que menos importa. Gloria, a pesar de arar en los campos de lo no ficcional, es una novela. No es una crónica ni un reportaje, no es una biografía ni una semblanza, ni siquiera un tartamudo diario íntimo que busca hacer las paces con una figura tutelar. Es una novela, es decir, un artefacto estético, narrativo e intelectual que a pesar de hablar de una mujer en particular (Gloria), extiende sus brazos para hablar de realidades universales: la juventud, el amor, la maternidad y el relato. Un ejercicio que no le debe nada a esa cosa etérea que los periodistas llamamos ‘verdad’.
En varios instantes de la novela el narrador reflexiona sobre el momento en que surgió la idea para escribirla. Le pregunto a usted, el escritor, ¿cuándo supo que escribiría Gloria?
La historia siempre estuvo ahí, desde pequeño. Hace parte de la mitología familiar, porque mi madre guardaba muchas cosas de su juventud en Nueva York en los cajones. Mi cabeza de nueve o diez años empezó a imaginar a medida que descubría estos recuerdos. Pasaron muchos años y también muchos libros, hasta que llegaron dos momentos claves. El primero es que colgué en Instagram la foto que aparece al final del libro, que es de mi madre con Moondog, un vagabundo. Y alguien me dijo: “¿Su mamá conoció a Moondog?”, lo cual me motivó a buscar quién era este personaje que resultó ser alguien muy importante para la escena musical de los setenta. Me sorprendió que Gloria lo hubiera conocido. El segundo momento definitivo fue cuando empecé a reflexionar sobre la forma del libro: si sería confesional o no. Entonces leí unos relatos maravillosos de Lucia Berlin, quien tuvo una historia igualmente fascinante. A pesar de que su vida fue una mezcla de glamour y tragedia, evitó el registro trágico.
¿El libro siempre tuvo esta forma en la que se evita lo trágico, lo cursi, en el que Gloria parece tener vida propia?
Había tres momentos narrativos bastante diferenciados: el concierto de Sandro, las vacaciones en Miami y la escena de la cueva. En medio de esto, yo había apostado por insertar fragmentos que reflexionaran sobre lo que sucedía, pero también sobre las relaciones filiales y sobre lecturas relacionadas con la maternidad y la paternidad. En esta ocasión, les di por primera vez a leer el borrador inicial a varias personas. La opinión general fue prácticamente unánime: querían saber más sobre los tres momentos de Gloria y menos sobre mis propias reflexiones. Ahí me di cuenta de que debía alejarme del embeleco de tratar de armar un libro híbrido fragmentado, que ya había hecho con Corea, apuntes desde la cuerda floja, y que se me había convertido en una zona de comodidad.
Este es un libro sobre relatos familiares que se heredan: los que su madre le heredó a usted, los que la madre de ella le heredó a su vez, etcétera. ¿Qué tan importantes son los relatos familiares para la literatura?
Creo que es el relato primigenio, el primer o que realmente tienes con las historias. Y es una manera de relato que puede transmitirse de muchas maneras: por medio de tus padres, si vives con ellos, o por medio de tus abuelos, si fueron ellos quienes te criaron, o a través de las experiencias de tus hermanos mayores y demás. Claro, no recibes pasivamente estas historias. Porque al escribirlas puedes asumir o las puedes combatir, rebelándote ante ellas en la escritura.
El narrador del libro es bastante peculiar: me recuerda a ese momento en que queremos gritarle al personaje dentro de una película de terror que mire hacia atrás porque ahí está el loco con el hacha. La diferencia es que en este caso es el narrador el que protege a Gloria y le susurra cosas desde la ternura (como ese instante entre ella y Sandro). ¿Cómo fue su construcción?
La anterior novela de Solano es Cementerio de neón (2017). Foto:Cortesía de la editorial
Lo que voy a responder sonará medio perezoso o insatisfactorio, pero es la respuesta más honesta que puedo dar: es un misterio. Al idear que un día en la historia de Gloria podría englobar el resto de la narración, me llevó a pensar sobre la forma en que podría narrar esto dando saltos hacia el futuro y el pasado de manera constante. Con un reto adicional: sin que el lector sintiera esto como un simple truco, sino como un deslizamiento natural. En medio de esa búsqueda, surge este narrador particular que llega a atar esos dos momentos temporales. No fue algo premeditado, sino azaroso. Me alegra haberlo encontrado. Justamente para eso escribo: para poder verme envuelto en esta clase de misterios. Qué aburrido sería tener todo planeado.
Sobre los progenitores se ha escrito mucho, pero sobre todo de los padres. Ahora hay un interés por la literatura sobre la madre. ¿Qué tiene la madre que atrae tanto a los escritores?
Si lo ves bien, Gloria siempre está en la calle: o está trabajando o está caminando o está merodeando. Eso es un motor fundamental a la hora de escribir esta historia, porque la Gloria real es así. Si mi intención hubiera sido narrar a otro tipo de madre, quizá no me habría generado tanto interés. Su libertad y su manera de merodear (que quizá explique mi gusto por la calle) me parecían fascinantes a la hora de contar una historia.
El narrador también habla de lo importante que es suponer a la hora de contar. Una vez más le pregunto al escritor: ¿qué tan esencial es la suposición para la literatura?
Una vez encontré a este narrador, tuve que decidir hasta qué punto iba a reelaborar la realidad. Entre las primeras frases del libro el narrador dice “decido”, en un gesto que deja entrever que esta es su versión de la historia. Una forma de decirle al lector “esto es una reelaboración de algo que le sucedió a mi madre”. Claro, yo vengo de escribir no ficción y novelas, pero incluso estas últimas desde un entrecruzamiento entre lo ficcional y lo veraz. Sin embargo, en Gloria hago un gesto más radical y me permito convertir todo el material del que dispongo en ficción.
Muchas veces este juego entre la ficción y no la ficción, así se trate de una novela, genera ciertos cortocircuitos en la crítica cultural a la hora de abordar el relato...
Hasta el momento, afortunadamente, no me han hecho la pregunta de qué tanto hay de verdad en lo que narro. Sin embargo, sí me han preguntado constantemente si esto es una novela. Mi respuesta es simple: sí, lo es, porque asumí este libro como una novela, con todo lo que esto implica. Hay algo importante en este abordamiento: la figura de la madre pasó de ser objeto a ser sujeto, es decir, en mi primer borrador Gloria era un objeto de estudio visto desde mis ojos que pretendían diseccionarla y en el libro publicado lo que se ve es mi afán por seguirla a ella y a su historia.
¿Qué implica que Gloria haya pasado de ser objeto a sujeto?
Que pasé de cuestionar su vida a oírla. Una madre siempre conocerá a su hijo desde el primer día. Así este se vaya de la casa, ella tendrá una idea más o menos vaga de quién es esa persona que ella dio a luz. Un hijo desconoce la historia de su madre antes de que él esté en el mundo. Entonces, tenía una encrucijada: cuestionaba a Gloria, como una especie de investigador que espera revelar algo, o simplemente la oía. Cuando la madre pasa a ser un sujeto, nos convertimos en oídos amorosos.
Un tema importante en la novela es la imagen, más específicamente, la fotografía. La novela termina con una y Gloria trabaja en un laboratorio fotográfico en el que es expuesta a la zoofilia a través del revelado. Susan Sontag reflexionó sobre el poder de la imagen, la manera en que puede alterar a las personas, su capacidad para remover las emociones… ¿Qué tan importante es la imagen para usted?
Esta es una historia de la que me enteré después. Yo sabía que ella había trabajado en Agfa (una empresa dedicada a la producción y revelado de imágenes analógicas), y un día me contó que mientras trabajaba allí un cliente reveló imágenes zoofílicas que la perturbaron profundamente. Eso para el escritor es como una mina de oro. Sin ese momento, no sé si el libro hubiera terminado de cuajar, porque si bien la idea era ser un oído amoroso, también era necesario introducir capas de oscuridad. Además, cuando Gloria me contó esta historia, debí haber relacionado inconscientemente esto con un cuento de Juan Carlos Onetti que me gusta mucho: El infierno tan temido. Es brutal. Sí, así, con esa palabra.