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Reseña
Ana Mercedes Hoyos: la artista que hizo visible la belleza de San Basilio de Palenque y la geometría espiritual de una ventana
La retrospectiva Ana Mercedes Hoyos en el Mambo repasa exhaustivamente toda su obra.
Ana Mercedes Hoyos era famosa entre sus amigos por sus largas charlas telefónicas en las que mezclaba arte, política y vida. Su exposición en el Mambo ha desatado más de una conversación. Foto: Archivo particular
“Mi mamá hace esas cosas”, me dice Ana Mosseri la noche de la inauguración de la retrospectiva de Ana Mercedes Hoyos en el Mambo. “El día que murió, uno de los tres cuchillos que tenía colgados César Gaviria en su casa se vino abajo”.
El estruendo tuvo que haber sido atronador. Los cuchillos de las palenqueras de los que me habla Ana —una de las últimas obras de Hoyos— miden poco más de dos metros y generalmente están protegidos por un vidrio grueso. En mi caso, un plato de su preciosa vajilla —también con moños de palenqueras— salió disparado de la alacena y se estrelló contra el piso el día que me llegó la invitación para su retrospectiva. Ana Mercedes todavía sabe llamar la atención. Pero no necesita ser un fantasma; 10 años después de su muerte está más viva que nunca.
Su retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, titulada ‘Desde la ventana’, y curada por la venezolana-británica Cecilia Fajardo-Hill y el cubano Osbel Suárez, muestra el tamaño de su grandeza y la complejidad de su obra. Ana Mercedes —para el gran público— está encasillada en San Basilio de Palenque. Y no está nada mal: sus bodegones de frutas tropicales son una explosión de color y una postal reconocida de Colombia. Sus patillas, sus bananos, sus papayas, la exquisita geometría de los cortes de las palenqueras son tan icónicos como las murallas de Cartagena.
La serie de las palenqueras de Ana Mercedes Hoyos son parte de la iconografía del arte colombiano. Foto:Cortesía Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Su pecado, en su momento, fue el éxito que tuvo; porque el éxito, sobre todo en las artes plásticas, es una especie de sombra sospechosa. Lo sufrió Fernando Botero y lo sufrió Ana Mercedes. En el caso de Botero, la mayoría ve gordura y no volumen, ven cientos de cuadros con los mismos personajes y no ven todos los temas y las historias que cuentan y, mucho menos, no ven un perfeccionismo que raya en la histeria. En el caso de Hoyos, la gente ve patillas y bananos; no ve la geometría ni el poder ni la historia de San Basilio de Palenque.
Hoy en día, Ana Mercedes sería una rockstar en el mundo biempensante: su obra habla de mujeres, de negritudes y de minorías; solo que ella lo hizo por primera vez a finales de los años 80, mucho antes del Black Lives Matter o de que San Basilio fuera declarado patrimonio inmaterial de la humanidad en 2005, pero además llegó a toda esa riqueza cultural tras un largo viaje que, en la exposición del Mambo, queda más visible que nunca.
Esta obra de la época pop de Ana Mercedes Hoyos, parte de la colección del Mambo, fue restaurada para la muestra. Foto:Fernando Gómez
La exposición comienza con un cuadro de Ana Mercedes de los años 60 —en su época universitaria— en el que su trazo tiene las pinceladas de los expresionistas y el de una generación de artistas en Colombia; luego se inicia el fuego: su época pop. Y en la exposición empieza a revelarse una Ana Mercedes absolutamente atrevida que pintó los buses bogotanos, el cielo y los anuncios de gaseosas; hay una pieza en particular —que salió de la colección del Mambo y se restauró para la retrospectiva— que es una mezcla de pop y surrealismo: la pintura muestra la chimenea de una fábrica que lanza un furioso soplido que se convierte en una nube de latón y su cielo se puede golpear con los nudillos; en ese mismo espíritu pop está su serie de puertas: puertas de madera —pintadas de blanco, rojo o azul— con ventanas de vidrio —como las de las cocinas— que dejan ver el interior de una casa o el cielo afuera. “Y aquí llegan las Ventanas”, me dice Osbel.
Osbel Suárez, que, entre otras cosas, fue coordinador de exposiciones del Museo Reina Sofía, no disimula su entusiasmo con Ana Mercedes. Señala cada obra como lo que es: un tesoro. “Tuvimos mucho cuidado en no sobresaturar la muestra”, me dice, “¡aquí podrían ir 200 ventanas!” La pared que me señala tiene varias ventanas con cielos bogotanos; la primera obra de Ana Mercedes Hoyos en la que logra un perfecto equilibrio entre lo figurativo y la abstracción, entre la arquitectura y la vida.
Para la exposición se reunieron 15 Ventanas que llegaron de colecciones privadas de EE.UU., Australia y Colombia. Foto:Fernando Gómez
Ana Mercedes pinta el vano de las ventanas y sus marcos entreabiertos y deja al espectador frente a una obra abstracta que, al mismo tiempo, abarca la profundidad del horizonte. La exposición tiene 15 ventanas que dejan asomar al cielo bogotano, a sus cerros o al blanco de las nubes contrastado con el azul profundo de la noche; luego esas ventanas toman más complejidad, de pronto desaparece todo signo figurativo y solo es el vano contra el borde del cuadro y una atmósfera de luz u oscuridad.
Suárez escribió un catálogo de Ana Mercedes —con una entrevista inédita con Marta Traba— en el que trae a colación una frase del artista uruguayo Joaquín Torres García que define, de alguna manera, la obra de Ana Mercedes en ese momento: “Hay dos tipos de geometría: una intuitiva, podemos decir espiritual; y otra hecha con la regla y el compás. La primera es la que nos sirve, no la segunda”.
La “geometría espiritual” de Ana Mercedes Hoyos llegó a su punto más alto con una serie de obras con las que ganó el Salón Nacional de Artistas en 1978: sus Atmósferas. “Es mi obra favorita”, me dice el crítico de arte Eduardo Serrano. “Ana Mercedes habría sido feliz viendo otra vez sus Atmósferas en el Mambo”, me dice el galerista Carlos Hurtado, “fue la obra que le dio sus primeros grandes reconocimientos; viajó con ellas a varias bienales y fue una obra muy incomprendida en su momento y ahora es totalmente imprescindible: si uno se queda viendo esos cuadros, encuentra azules, naranjas, encuentra la riqueza del cielo”.
Atmósfera, de Ana Mercedes Hoyos. Foto:Fernando Gómez
Serrano, por su lado, recuerda varios chistes bobos alrededor de esos cuadros aparentemente blancos que trataban de atrapar una atmósfera, “la gente no los entendía, no veían su potencia minimalista, no encontraban los colores que había detrás: decían que faltaba pintarles un cuadro encima”.
Cecilia Fajardo-Hill —en el guion de la exposición— encadenó las Atmósferas con una fotografía de Ana Mercedes en la playa en Cartagena; en sus archivos encontró algo que le pareció definitivo. Ana Mercedes editaba sus fotos con cinta de enmascarar. Y en sus encuadres —además de las frutas, los delantales y las manos de las palenqueras— editaba el azul del cielo, lo atrapaba como una atmósfera o como si estuviera enmarcado desde una ventana.
Ana Mercedes usaba sus fotografías como punto de partida para sus cuadros; en la esquina derecha puede verse la edición que hace del cielo de Cartagena. Foto:Cortesía Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Ana Mosseri me cuenta que Ana Mercedes conoció a las palenqueras por primera vez en unas vacaciones en Bocagrande. Habían alquilado un apartamento en el primer piso de un edificio icónico, la Máquina de Escribir, que tenía salida directa a la playa. “Fue amor puro”, me dice. Ana Mercedes se hizo especialmente amiga de Zenaida y se convirtió en su musa y su comadre hasta el último día de su vida. Descubrió que su cuchillo era tan potente como su pincel.
Ana Mercedes se había interesado por los bodegones y había pintado —a su manera— un bodegón de Caravaggio que, entre otras cosas, hace parte de la exposición, pero finalmente era un bodegón europeo, lleno de higos, uvas y melocotones y la luz oscura del invierno: una ‘naturaleza muerta’. En las playas de Cartagena, Ana Mercedes descubrió las palanganas y el color del trópico. Se enamoró de la geometría de la piña y la patilla. En la exposición —tras todo el recorrido de las Ventanas y las Atmósferas— todo San Basilio se revela desde un orden geométrico y la luz del Caribe. Una de sus últimas obras fue una serie de cuchillos —los mismos que se le cayeron al expresidente Gaviria— que para ella eran un símbolo de resistencia único: el cuchillo como un arma para crear, para mantener a una familia con el corte preciso de una fruta y no un cuchillo para matar.
Ana Mercedes y Zenaida se conocieron en los años 80 y hasta la muerte de Ana Mercedes fueron amigas y comadres. Foto:Fernando Gómez
Ana Mercedes insistía en sublimar la belleza y la potencia de las palenqueras, “mira este retrato de Zenaida”, me dice Cecilia Fajardo-Hill, “lo puse arriba para que se viera el tamaño de esa mujer y el cariño de Ana Mercedes, si lo hubiera pintado completo, de cuerpo entero, sería una mujer de tres metros de altura”.
Vista de la sala de Palenque de Ana Mercedes Hoyos. Foto:Cortesía Museo de Arte Moderno de Bogotá.
En la sala de Palenque hay otros ejemplos de la mirada de Ana Mercedes. Hay fotos de Bazurto en las que se ven la precariedad del mercado, la suciedad del piso, los desechos, pero Ana Mercedes —en su pintura— se queda con la pureza de las frutas y el delantal blanco de una vendedora.
En la última sala de la muestra —luego de atravesar su serie del arco iris y una espectacular sala llena de sus girasoles— está su cierre alrededor de Palenque. Hay un mapa donde se muestra cómo era el tráfico de esclavos y los posibles lugares del África desde donde llegaron los fundadores de San Basilio y todos los hombres y mujeres que sufrieron la esclavitud en Colombia. También hay varias piezas doradas donde Ana Mercedes replicó —también en una abstracción— cómo eran brutalmente transportados en barcos desde el otro lado del mundo.
La muestra, como me cuenta Ana Mosseri, se cocinó durante 10 años. Antes de que el Mambo se apropiara de la muestra, la tuvo el Museo del Banco de la República, pero en la junta estaba Beatriz González y, según Ana, nunca dejó que avanzara. Porque Ana Mercedes y González fueron rivales toda la vida, para bien y para mal (siempre será una pena que dos gigantes no compartan su sabiduría). González ha documentado el horror de Colombia en su obra y Ana Mercedes se empeñó en mostrar su riqueza y su vida desde la belleza.
Cecilia Fajardo-Hill y Osbel Suárez en la instalación de girasoles de Ana Mercedes Hoyos en el Mambo. Foto:Fernando Gómez
“Las varias derivas en el discurso de Ana Mercedes la convierten no solo en una artista imprescindible y fértil en el paisaje del arte colombiano, sino también en el continental. Hay en ella una pretensión sutil de ser universal y local a la vez. Su breve incursión en el pop está cargada de guiños locales, importa un estilo, pero al mismo tiempo lo reconstruye. En su periodo geométrico de las ventanas se consolida un proceso. En sus atmósferas sus niveles de abstracción llegan a una sofisticación como pocos nombres del continente llegaron a alcanzar. No en vano tres voces muy autorizadas de la crítica latinoamericana, Marta Traba, Eduardo Serrano y Roberto Pontual, se detuvieron y teorizaron en profundidad sobre estos periodos. Es curioso que la recuperación reciente de estos momentos se deba a ejercicios curatoriales que han venido más del exterior, como si se le hubiese obligado a dormir un sueño del que recién despierta. Quizá su mordacidad con el medio artístico colombiano tenga algo que ver con esto, pero más allá de lo circunstancial, los aportes de Ana Mercedes Hoyos están fuera de toda duda y la retrospectiva del Mambo es una ocasión definitiva para poder valorar su genialidad”, dice Osbel Suárez.
“La obra de Ana Mercedes representa una de las aproximaciones más originales al paisaje en América Latina —finaliza Cecilia Fajardo-Hill—, pasa por las ventanas, por la utopía de las atmósferas y llega al paisaje del Caribe; navega desde la abstracción hasta el fragmento figurativo que celebra por primera vez en Colombia la cultura negra de Palenque”.
Y eso no es poca cosa.
Es una exposición para ver varias veces.
Y para extrañarla. Ana Mercedes era una persona fuera de serie.