En el oscuro panorama de la violencia contra las mujeres en el país, violencia que sigue viva hasta en los más mínimos detalles de la vida de todos los colombianos y que tiene en el feminicidio su más terrible expresión, el crimen contra
Valentina Trespalacios nos deja, como sociedad, importantes reflexiones.
Como Valentina,
el año pasado fueron asesinadas más de mil mujeres en Colombia. Al menos en uno de cada diez casos, el responsable del homicidio fue su pareja o expareja: esta semana, cuando prácticamente todo el país seguía en vivo los detalles de las audiencias contra el estadounidense
John Poulos, Esterlin Jhoan Vásquez Hernández apuñaló hasta la muerte a una mujer de 26 años, madre de su hijo de 7, en las calles de Tunjuelito, en Bogotá. Y en Cali, el cuerpo de Yuliana Loaiza, de 24 años, apareció en aguas del río Cauca casi 10 días después de que su familia la reportó como desaparecida. Su expareja, padre de su hijo de 6 años, es buscada por las autoridades por el asesinato.
En un país en el que cada día centenares de ellas son golpeadas en casa, y decenas de mujeres y niñas son víctimas de agresiones sexuales, mucho nos falta para llevar a la realidad el discurso políticamente correcto de que nada, absolutamente nada, justifica la violencia contra las mujeres.
Es una deuda pendiente que requiere muchos más esfuerzos por lograr que tanto en casa como en el colegio los niños y niñas no crezcan con la idea de que la violencia, en cualquier expresión, no es parte del precio que se paga por vivir en nuestras sociedades sino una distorsión que debe ser denunciada y detenida. Y sus responsables, sean quienes sean, procesados y castigados por la justicia. Y esto último –sin dejar de lado la deplorable explotación mediática de esta tragedia– es lo que se ha visto en el caso de Valentina. En la gran mayoría de asesinatos, casi siete de cada diez, el homicida nunca es atrapado. Pero en este caso, apenas dos semanas después de los hechos, el señalado responsable está esperando juicio en una cárcel de Bogotá. Eso a pesar de que logró huir a Panamá, desde donde esperaba embarcarse rumbo a Turquía, y a que muchos pensaron que su ciudadanía estadounidense le iba a servir para sacarle el cuerpo a la justicia colombiana.
Esto no ocurrió. Fue tal el rastro criminal dejado por Poulos en cámaras de seguridad de varios puntos de la ciudad, y tan rápidos los investigadores ubicando potenciales testigos, que apenas días después de la aparición del cuerpo de la víctima el sospechoso estaba de vuelta al país, expulsado por Panamá, listo para ser procesado.
Y claro que hubo deficiencias en la traducción inicial, pero ninguna violación de garantías –Estados Unidos, que es tan celoso con los derechos de sus ciudadanos en el exterior, no ha hecho el menor reparo– que pueda poner en duda que, al menos en este caso, habrá justicia.
Nada va a devolverle la vida a Valentina. Pero gracias a la juiciosa acción de la Policía y la Fiscalía salió de las calles –no de Colombia, del mundo– un señalado feminicida.
JHON TORRES
Editor de EL TIEMPO
En Twitter: @JhonTorresET