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‘El conflicto es la razón por la que muchos médicos renunciaron’
Alejandrina Camargo, doctora en Médicos Sin Fronteras, habla de cómo es ejercer en una ‘zona roja’.
Médicos Sin Fronteras en los últimos 2 meses ha atendido a 2.051 personas en el Triángulo de Telembí. Foto: Luis Ángel Argote. Médicos Sin Fronteras.
En el Triángulo de Telembí, Nariño, uno de los enclaves más difíciles del país hoy por hoy en cuanto a condiciones de seguridad, la labor médica enfrenta dificultades adicionales que rara vez sucederían en una ciudad.
Acogerse a las normas de la comunidad, pero también a condiciones que imponen grupos ilegales, ver que el conflicto no da tregua y exponerse a perder la vida son algunas de las situaciones que relata la doctora Alejandrina Camargo de 31 años y quien hace tres está en Médicos Sin Fronteras, una ONG internacional de acción médico-humanitaria que no ha frenado su atención en lugares de difícil ni siquiera en la pandemia.
A mí siempre me gustaron las actividades que realizan, enfocados en lo humanitario, llegar donde nadie más llega y hacer lo que otros no pueden. Primero estuve un tiempo corto con otra organización que se llama Médicos del Mundo, los conocí cuando hice mi rural en Mapiripán, Meta. Luego, en Bogotá, quise darle chance a trabajar en urgencias en un hospital y en promoción y prevención en salud, estuve menos de un año, fue interesante y aprendí cosas, pero después de haber hecho el rural y encontrarme con personas que tenían necesidades tan básicas desatendidas, sentía que mi trabajo tenía más sentido en un área rural.
¿Hace cuánto está en el Triángulo de Telembí?
Vivimos en Barbacoas hace tres meses y nos movemos por el Triángulo de Telembí. Antes había estado de forma intermitente en esta parte del Pacífico, nuestra última base fue en Tumaco. Yo era 'flying doctor', que es un médico que siempre viaja y va apoyando todos los proyectos en Colombia.
Foto:Luis Ángel Argote. Médicos Sin Fronteras.
¿Qué tan diferente es ser médica en una ciudad y en los lugares en los que ha estado en este tiempo?
La diferencia es abismal. Yo soy de Bogotá, vivir y trabajar ahí tiene unas comodidades muy importantes. Cuando uno está acá, deja a su familia y esas comodidades. Recorrer las comunidades es otra historia, cambia desde la alimentación hasta preocuparse por los grupos armados, por enfermedades endémicas como malaria, dengue, o hasta una culebra. Barbacoas es una comunidad con un porcentaje importante de desescolarización y analfabetismo.
Somos independientes, neutrales e imparciales, no discriminamos a nadie y no tomamos partido
Son campesinos que nunca han ido a la ciudad. Muchas veces a las comunidades hay que explicarles cómo tomar el medicamento con las horas del sol –cuando sale y cuando se oculta– en vez de decirle una hora en específico. Tratamos de explicar muy bien estas cosas, no solo es la consulta médica, sino una charla de educación en salud.
No son los 20 minutos con un paciente que uno se demora en Bogotá. Nosotros somos médicos generales, no somos especialistas, pero la clave está en escuchar, escuchar mucho, tener un acercamiento a la comunidad, entender cómo es buscar salud cuando estás a 8 horas de un hospital y de un viaje por el río que solo en gasolina puede costar entre 80.000 o 100.000 pesos, cuando estas son personas humildes que solo tienen para lo del día. Allí no solo eres el médico, no solo vienes a formular medicamentos, eres mucho más.
¿Cómo es trabajar en una zona con difíciles condiciones de seguridad?
A los lugares adonde vamos acá en el Pacífico nos conocen desde hace mucho tiempo, saben en qué trabajamos porque tenemos principios claros: somos independientes, neutrales e imparciales, no discriminamos a nadie y no tomamos partido.
Esa neutralidad es la bandera y lo que nos da tranquilidad. Siempre estamos identificados con nuestro chaleco, que es nuestro blindaje. También tenemos protocolos de seguridad para mitigar las posibilidades de riesgo frente a grupos armados. Sabemos qué son zonas muy duras; precisamente, el conflicto armado es la razón por la que muchos médicos renunciaron a un puesto de salud o dejaron de llegar las vacunas, por eso mismo son lugares que no podemos abandonar.
¿Tienen que cumplir con normas que les exijan grupos ilegales?
Nosotros ya tenemos unas reglas que siempre manejamos, como no andar trayectos de noche y siempre estar identificados. Ellos saben que no tomamos partido, que llegamos a lo que vamos. Más bien, nosotros tomamos las reglas de la comunidad, por ejemplo, los líderes nos mencionan dónde estar y a dónde no ir. La idea es ayudar a las personas y que nuestra visita no sea un motivo de discordia.
Médicos Sin Fronteras en los últimos 2 meses ha atendido a 2.051 personas en los municipios que integran el Triángulo de Telembí. Foto:Luis Ángel Argote. Médicos Sin Fronteras.
¿Cómo los ha afectado el covid-19 en esta región?
Nos tocó revaluarnos muchas cosas, empezamos a hacer campañas para sensibilizar sobre el tema, ya que en estas zonas las personas creen en algunas plantas que ayudan para el que llaman ‘quiebrahuesos’, una dolencia en el cuerpo que están acostumbradas a tratar con plantas como el ‘matarratón’, pero cuando llegó el covid, tuvimos que hablar con ellos de ir al hospital, y respondían: “No, tenemos nuestras formas de sentirnos mejor”.
Ha sido muy complejo. De otro lado, encontramos comunidades que se comenzaron a cerrar por el covid-19. En Catatumbo había retenes con duchas, nos pedían ducharnos completos antes de entrar a la comunidad. Ese mismo control lo ejercían los grupos armados en algunos puntos. Siento que ya después de un año, los líderes están muy al tanto de lavarse las manos, de que si alguien está enfermo, debe ir al hospital, pero cuando hay alguien con síntomas moderados o graves de covid-19, puede ser muy difícil. Muchos han fallecido. Si estás a ocho horas del primer puesto de salud de primer nivel, es complejo; y si necesitas oxígeno, toca remitir. Pueden durar hasta 2 días saliendo, eso se ha cobrado muchas vidas.
¿Qué es lo más retador de ese trabajo?
Yo creería que salir de comunidades donde hicimos atención y, al hacer seguimiento, ver que los eventos de violencia siguen aumentando. Es muy agobiante ver que no cambian las cosas, ver el sufrimiento de cerca. También presenciar situaciones como la de Roberto Payán, entramos a la comunidad a brindar atención en salud, pero vimos que lo primero que necesitaban era comer.
¿Recuerda una anécdota que la haya marcado?
Uno de los momentos que más me han tocado fue en Roberto Payán, con los desplazamientos que se viven desde hace más de un mes.
Antes hemos atendido comunidades confinadas o desplazadas, pero esta es la primera vez que veo tantas personas, que están en un evidente sufrimiento por el temor de lo que les pase, pero también por dónde dormir, por el hambre, por lo que va a pasar con sus hijos, incluso, en el desespero mandaban a sus hijos primero, y llegaban niños solos a la cabecera municipal. Son muchas las historias del dolor de estas familias, más de 6.000 personas desplazadas.
Fue muy intenso escucharlos, en un punto les preguntamos qué podíamos hacer para que se sintieran más tranquilos y pidieron unos arrullos, entonces conseguimos los instrumentos y unos comenzaron a cantar, otros estaban llorando, fue una forma de resiliencia.
Foto:Luis Ángel Argote. Médicos Sin Fronteras.
¿Qué destacaría como lo más gratificante de su trabajo?
Lo que le dejamos a la comunidad, por ejemplo, que se dejaron centros de salud y que ellos los cuidan, que están más organizadas, que salen cuidadores propios de la comunidad que solicitan un curso de primeros auxilios. El impacto está en la transformación en la comunidad después de hacer una atención de emergencia.
¿Este es el trabajo que le gustaría hacer siempre?
Desde antes de estudiar medicina yo sabía que iba a estar en actividad humanitaria, ser médico humanitario genera un desgaste físico y emocional importante, es difícil, pero soy consciente de que desde que era adolescente quería la vida humanitaria.
Uno también tiene claro que uno asume ciertos riesgos
Ahora estoy ad portas de hacer intercambios internacionales para conocer un poco más del trabajo en otros lados, mi salida iba a ser en agosto para Etiopía, pero pasó algo y cancelaron las actividades. Lo bueno de las misiones internacionales es que uno se va unos meses y regresa y luego te plantean una siguiente misión; se va uno moviendo por el mundo, que me parece hermoso, pero también muy intenso. Lo de Etiopía paró porque asesinaron a tres compañeros nuestros, yo iba a coordinar un equipo en el Tigray, pero hubo cancelación completa.
Ese tipo de cosas son las que nos recuerdan que estamos en lugares muy tensos, la organización hace todo lo posible por mitigar este tipo de hechos, pero uno también tiene claro que uno asume ciertos riesgos. No sé si esté en esto toda la vida, pero lo quiero hacer los siguientes años. Probablemente si paro, sería para estudiar algo más o porque quiera tener una familia, pero esto es algo que siempre me va a llamar.