A estas alturas del partido, decir que la ‘paz total’ tiene enormes vacíos, muchos de ellos virtuales ‘pecados originales’, es de Perogrullo.
El necesario relevo de Danilo Rueda en la oficina del comisionado de Paz, ahora en manos de Otty Patiño, no representó el revolcón que todos, especialmente los habitantes de las regiones, esperábamos. Los reportes que llegan desde allá, como bien lo mostró
un informe de la Fundación Ideas para la Paz publicada por EL TIEMPO, dicen que
los enfrentamientos entre la Fuerza Pública y los grupos ilegales sí han caído (-2 %); pero los enfrentamientos entre esas bandas se dispararon un 54 %, mientras que la afectación de los civiles –¿no era para eso que nos embarcamos en la ‘paz total’?– siguió igual o incluso, como en el caso de desplazamientos y confinamientos forzados, peor.
Legalmente, pero sobre todo desde el frente ético y moral, resulta muy poco defensable que una negociación de un Estado con los violentos siga mostrando como gran resultado que hay menos policías y soldados heridos o muertos, mientras que la gente se tiene que acomodar a lo que mandan los armados, blindados por ceses del fuego con reglas opacas y con una verificación sin dientes (eunuca, dirían muchos).
Claro que hay que intentar proteger a los de la Fuerza Pública, que en todo caso siguen expuestos a ser asesinados a pesar de las treguas con Eln y disidencias de ‘Mordisco’. Pero la mejor protección es entrenarlos a fondo para que no sigan siendo presa, por demás confiada, de los grupos que una y otra vez violan el cese. Y no amarrarlos, como denuncian en voz baja oficiales y suboficiales, a la hora de defender a la población civil que juraron proteger, y sus vidas mismas.
Con una Misión de Verificación más preocupada por no hablarles demasiado duro a los ilegales y un diseño de negociación abierto a que cuando quieran pueden recibir los beneficios de la ‘paz total’, y mientras tanto pueden seguir posicionándose en la batalla por controlar coca, extorsión y rentas locales, difícilmente el país llegará a buen puerto.
Si elenos y delincuentes de pelajes similares saben que nada pasará con cada violación de la tregua, además de un improbable regaño que dado el diseño del proceso no implicará riesgo de quedarse sin la zanahoria de la paz, no tendrán mayor incentivo para jugar limpio. Empezar a corregir esa realidad es un asunto de seguridad nacional, pero también una exigencia por la memoria de decenas de uniformados y civiles que han pagado en este año los platos rotos de la ‘paz total’.
Ahora, el mensaje de que no importan los niveles de violencia indiscriminada siempre tendrán una puerta abierta explica estrategias de bandas criminales como
‘la Inmaculada’, que fue capaz de poner en jaque a Tuluá, toda una ciudad intermedia, y que ahora dice que parará la violencia porque supuestamente quiere pista en la ‘paz total’.
JHON TORRES
Editor de EL TIEMPO
En X: @JhonTorresET