“La solidaridad, ya lo sabemos, es una virtud más bien aburrida. No tiene buena prensa, no tiene morbo ni glamur. Pero es una virtud que requiere una inmensa dosis de imaginación. Y sin imaginación, sin la capacidad de ponernos en el lugar del otro, es imposible formar parte cabal de una sociedad”.
Marianne Ponsford.
La solidaridad es la capacidad de una persona, o de un grupo, de construir y producir bienes, servicios, sentimientos, transacciones y valores que contribuyen a la vida digna de otros y al cuidado del planeta.
En su grado más alto, la solidaridad es la compasión, entendida como la capacidad de trabajar por evitar y disminuir el dolor en los otros. Ambas, la solidaridad y la compasión, requieren una inmensa dosis de imaginación, tener la capacidad de ponerse en lugar del otro para construir juntos la dignidad de todos y cuidar el planeta.
Formar una personalidad solidaria requiere formar en el autoconocimiento, la autorregulación y la autoestima, es decir, formar para la autonomía. En la medida que una persona se conoce más a sí misma, en sus miedos, capacidades y sueños, tiene mejores condiciones para ponerse en el lugar del otro, en reconocer al otro como él espera ser reconocido, merecedor de respeto, de cuidado y compasión.
La autorregulación es la base de la libertad y la democracia. Ser libre es la capacidad de darse orden a sí mismo para contribuir productivamente a la vida digna de los otros y el cuidado del planeta.
El autoconocimiento, la autorregulación y la libertad construida desde el interior de la persona producen autoestima para sí mismo y respeto hacia los otros. Y ese respeto al otro nos lleva a entender y a ponernos en el lugar del otro, a ser solidarios y compasivos.
Si la solidaridad y la compasión son comportamientos diarios y normales en una sociedad, y no comportamientos excepcionales, esa sociedad tiene cultura solidaria. La solidaridad es en sí misma un acto ético; entendiendo la ética como la capacidad de una persona o un grupo de tomar decisiones en favor de hacer posible la dignidad humana y el cuidado del planeta.
No importa qué tipo de trabajo, profesión u ocupación tenga una persona; si lo que hace está orientado a favorecer la dignidad humana de los otros y el cuidado del planeta es un acto ético, es un acto solidario, es un acto compasivo.
Una sociedad es solidaria y compasiva si aprende y sabe hacer transacciones ganar-ganar. Como lo podemos ver en estos momentos de cuarentena, son las transacciones, los intercambios económicos, políticos, sociales, culturales, emocionales y espirituales los que construyen la realidad. Si no hay transacciones, no hay realidad. Una ciudad es sus transacciones.
Las transacciones pueden ser:
Económicas: cuando intercambiamos bienes y servicios.
Políticas: cuando intercambiamos, negociamos o hacemos converger intereses en una dirección determinada. La política no es la ciencia del poder, es el arte de
articular intereses.
Emocionales: cuando intercambiamos sentimientos y sentires.
Sociales: cuando intercambiamos reconocimientos, roles y cargos.
Culturales: cuando intercambiamos y reconocemos las distintas formas de ver y construir el mundo.
Espirituales: cuando trabajamos por evitar o disminuir el dolor en los otros.
La vida es hacer transacciones. La solidaridad, la compasión y la creación de riqueza de una sociedad dependen de la cantidad de transacciones ganar-ganar que hace la sociedad. La exclusión, la pobreza y la inequidad son el resultado de las transacciones ganar-perder que ocurren en una sociedad. John Nash, premio Nobel de economía, lo dice de una manera más directa: las transacciones ganar-ganar producen riqueza y equidad para todos; las transacciones ganar-perder producen riqueza para unos pocos e inequidad para la mayoría.
Por eso, la forma práctica de construir la solidaridad y la prosperidad de una sociedad es aprender a hacer siempre transacciones ganar-ganar. Es nuestro desafío para todos en estos tiempos de coronavirus y de crisis climática.
Aprendemos a cuidarnos a nosotros y a los otros haciendo transacciones ganar-ganar o no somos viables sobre el planeta Tierra.
BERNARDO TORO
Responsable para Colombia en Fundación Avina