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Soplan vientos de recuperación

Distintos cálculos y análisis coinciden en que  tendrá lugar una reactivación importante en el 2021.

Salvar empleos para proteger los ingresos de las familias, la meta de medidas de reactivación económica.

Salvar empleos para proteger los ingresos de las familias, la meta de medidas de reactivación económica. Foto: Mauricio Moreno. EL TIEMPO

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El diccionario de la Real Academia define la palabra ‘prever’ como “conocer, conjeturar por algunas señales o indicios lo que ha de suceder”. Eso es precisamente lo que vienen haciendo los especialistas encargados de escudriñar el futuro de la economía colombiana, después de que la pandemia arruinó todos los pronósticos que hace doce meses se hacían con respecto a 2020.
Y es que frente a las apuestas originales que hablaban de una velocidad creciente en la actividad productiva, el año se cierra con la peor cifra desde cuando se llevan estadísticas, en lo que atañe al crecimiento. Recesión, desempleo y deterioro de los indicadores sociales son algunas de las características que dejó la irrupción del covid-19, por cuenta de los confinamientos obligatorios y el mal comportamiento del consumo y la inversión.
Es evidente que Colombia no está sola en esa descripción. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, nueve de cada diez países a nivel global cierran el calendario con números en rojo, a pesar de excepciones notorias como la de China.
Ahora, la expectativa es que el viento a favor sople con más fuerza. Los cálculos de las entidades multilaterales y de los analistas de las firmas privadas coinciden en que tendrá lugar una reactivación importante en 2021, que servirá para enjugar parte de las pérdidas ocasionadas por la peor crisis sanitaria de los últimos cien años.
Aun así, el repunte no alcanzará a ser suficiente para volver al punto de partida. La Comisión Económica de América Latina y el Caribe (Cepal) señaló la semana pasada que la región tendrá que esperar hasta 2024 para recuperar el terreno perdido.
Además, vale la pena subrayar que los signos de interrogación abundan. Tal como dijo Alicia Bárcena, secretaria general del organismo adscrito a las Naciones Unidas, cualquier mirada hacia adelante “está sujeta a una alta incertidumbre relacionada con el riesgo de rebrotes de la pandemia, de la agilidad para producir y distribuir las vacunas y de la capacidad para mantener los estímulos fiscales y monetarios para apoyar la demanda agregada y a los sectores productivos”.

La emergencia sigue

Semejante advertencia es justificada. Vale la pena reiterar que así se vea la luz al final del túnel, el peligro continúa. Basta con mirar lo sucedido hace unos días, por cuenta de la aparición de una nueva variante del virus en Gran Bretaña, que obligó a las autoridades en Londres a adoptar medidas restrictivas y a un virtual aislamiento de la sexta economía más grande del mundo.
Por tal razón, nadie puede bajar la guardia. Más allá de que sean indeseables las cuarentenas, no se pueden descartar plenamente, como acaba de quedar claro en Europa, en donde la mayoría de la población se verá obligada a celebrar la llegada del Año Nuevo sin salir de su casa.
Es verdad que en América Latina la realidad es distinta. Hay que reconocer que los países de la zona fueron durante varios meses el epicentro de la pandemia en el planeta, lo cual, aparte de dejar un elevado saldo de fallecidos, acabó dando lugar a situaciones muy heterogéneas pues la expansión del mal tuvo dinámicas diferentes.
Así ocurrió en Colombia, según lo certifican los estudios de seroprevalencia que ya se han adelantado en ocho ciudades y que muestran diagnósticos muy diversos. Ello justifica la afirmación del ministro de Salud, Fernando Ruiz, en EL TIEMPO, para quien la posibilidad de volver al modelo adoptado en abril es muy baja: “La disparidad del comportamiento de la epidemia en el país no justifica que se adopte una misma medida a nivel nacional”.
Si ese es el caso, el proceso de normalización seguiría su curso en las semanas que vienen. Puesto de otra manera, la tendencia favorable observada en las mediciones más recientes se mantendría.
Los datos disponibles muestran que la mejora viene en marcha. El indicador de seguimiento de la economía que elabora el Dane registró en octubre una contracción del 4,5 por ciento, que contrasta con el bajón del 7,7 por ciento correspondiente a septiembre. Aunque lo ideal sería un guarismo positivo, la brecha se está cerrando.
Dentro de los factores que impulsaron el avance se puede mencionar el comportamiento de las remesas venidas del exterior que expandieron la capacidad de consumo de medio millón de familias, al igual que el precio interno del café que benefició a otro tanto. Las transferencias gubernamentales apuntalaron la demanda y diversos subsidios reanimaron las ventas de vivienda.
Que el viento cambió de dirección es algo que se nota en el ánimo de los inversionistas. En noviembre, el índice Colcap de la Bolsa de Valores de Colombia tuvo su mejor mes en once años con un avance del 10,7 por ciento, pues ningún título bajó de precio.

Lo que sigue

Para continuar por esa senda es obligatorio que la reapertura no se detenga. Dentro de los sectores claves que están pendientes de dar el paso está la educación, en donde se permitiría el regreso paulatino de millones de estudiantes a las aulas.
Aparte de las implicaciones que ello tendría sobre la enseñanza, hay encadenamientos en el ámbito económico que son destacables. De especial importancia es el retorno al mercado laboral de las mujeres que se vieron obligadas a permanecer en el hogar por motivos de fuerza mayor.
Tal como están las cosas, los observadores consideran que el producto interno bruto de Colombia registraría una expansión superior al promedio latinoamericano en 2021. Frente a un cálculo de 3,7 por ciento para la región, según la Cepal, en el caso del país las proyecciones oscilan entre 4,5 y 5,0 por ciento.
De acuerdo con la encuesta de opinión financiera que hace Fedesarrollo, los expertos también consideran que el Banco de la República dejará inalterada su tasa de interés en 1,75 por ciento en el corto plazo y que la inflación seguirá controlada. Con respecto a la tasa de cambio, el pronóstico es que se ubique por debajo de los 3.500 pesos, al menos hasta finales del primer trimestre.
El valor del dólar se encuentra atado a la cotización de los hidrocarburos, que son el primer renglón de exportaciones del país. Un petróleo más caro no solo trae más divisas, sino que estimula la inversión en exploración y desarrollo de campos existentes.
Debido a ello, el presidente de Anif, Mauricio Santamaría, considera que hay oportunidades para que la situación evolucione favorablemente con mayor rapidez, y más si los pilotos de fracking empiezan a adelantarse sin contratiempos. Aparte de lo anterior, el exministro aspira a que el turismo –sobre todo el internacional– resurja de sus cenizas en caso de que las campañas de vacunación sean exitosas al reducir significativamente los contagios.
Otro elemento probable es que venga un auge del consumo, cuando el peligro de la pandemia quede atrás. En opinión del experto Camilo Herrera, “cerca de dos terceras partes de los hogares están en un momento de contención de compra que se puede liberar si viene una ola de optimismo”.
A lo anterior vale la pena sumarle el papel de la inversión pública, de acuerdo con lo aprobado en el presupuesto nacional de 2021. Aquí el énfasis debe estar en acelerar la ejecución con el apoyo de los entes territoriales, para que iniciativas de todos los tamaños –comenzando por la infraestructura– pasen de los anuncios a las obras.
Adicionalmente, no se ven grandes sobresaltos en el plano internacional y menos con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Los principales bancos centrales han enviado la señal de que la tasa de interés permanecerá estable y que la liquidez será abundante, con lo cual los capitales buscarán los mercados emergentes.

Riesgos a la vista

Aunque hay motivos para confiar en que lo peor quedará atrás, no basta pensar con el deseo. Todavía es demasiado temprano para declarar la victoria en la guerra contra el covid-19, por lo cual es imposible bajar la guardia, sobre todo en lo que corresponde a las máximas de bioseguridad. Enfrentar la amenaza de forma responsable es la mejor garantía de que no vengan decisiones que descarrilen la economía ni, mucho menos, la salud.
De otro lado, hay que prestarles atención a las luces de alerta. Así el desempleo haya disminuido, serían encomiables programas de choque encaminados a disminuir la desocupación para mitigar las afectaciones sociales. Es previsible, igualmente, que estrategias como la de Ingreso Solidario se extenderán en el tiempo, con el fin de evitar que millones de personas caigan en la miseria.
Sin embargo, la viabilidad de estos esquemas dependerá de que las cuentas públicas no se deterioren todavía más. Según el Ministerio de Hacienda, el déficit fiscal en 2020 ascenderá a unos 90 billones de pesos por cuenta de los hechos extraordinarios conocidos.
Si bien la tolerancia ante un saldo en rojo que equivaldría al 8,9 por ciento del producto interno bruto existe, es de carácter temporal. Las firmas calificadoras de riesgo han señalado que esperan ver una senda creíble de disminución de ese faltante, para que el país conserve la nota que le da grado de inversión a los títulos que emite para financiarse.
El problema es que cerrar la brecha fiscal hace inevitable el debate de la reforma tributaria, sobre la cual hay dos claras posiciones en el Gobierno: la de Alberto Carrasquilla, quien preferiría que una propuesta se presente el semestre que viene, y la de Iván Duque, quien opina que es inconveniente tratar el tema mientras el coronavirus esté presente.
Dicha discrepancia complica la que, en todo caso, sería una iniciativa muy debatida. Cualquier intento de buscar recursos recibe una apreciación negativa por parte de la opinión pública, incluso en tiempos de prosperidad. Ahora ese reto es todavía más complejo, dada la difícil coyuntura económica y social.
Como si lo anterior fuera poco, un amplio número de precandidaturas a la Presidencia de la República comienzan a calentar motores, al tiempo que buena parte de los congresistas aspiran a la reelección. Conseguir los votos en el Capitolio y no perder el control de la discusión serán tareas titánicas, pues el remedio no puede ser peor que la enfermedad.
También habrá que saber explicarle a la ciudadanía los pasos que se den y saber manejar los brotes de descontento. El liderazgo será definitivo para acercar posiciones, construir consensos y desmentir las noticias falsas.
La otra opción es cruzarse de brazos con el fin de evitar el desgaste político. Lamentablemente, la falta de acción puede salir muy costosa y se asemeja a jugar con fuego, justo cuando de lo que se trata es de apagar el incendio causado por la pandemia.
En conclusión, 2021 debería ser un año de recuperación, pero no estará exento de tensiones. Aparte de la prioridad de mantener el virus a raya y comenzar con la vacunación, es indispensable saber darles aire a las actividades productivas. Ello pasa por transmitir confianza, enviando las señales correctas en el sentido de apoyar a los más necesitados, estimular la reactivación y mantener la casa en orden. Solo así, Colombia saldrá de la peor crisis económica de su historia más temprano que tarde.
RICARDO ÁVILA
Twitter: @ravilapinto
Analista senior
Especial para EL TIEMPO

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