Es todo nuevo para los jugadores colombianos. El pragmatismo de la escuela europea, el sacrificio extremo que no conoce de nombres o posiciones, la arrolladora exigencia atlética, el acento, el papel de favorito.
Bajo el mando de Carlos Queiroz, bajó el volumen de la música y subió el de la concentración, para asumir el papel de líder de las apuestas sin que eso desvíe la atención de dos temas en los que el DT ha sido claro: la Copa América es el inicio de un proceso que necesita tiempo y es la preparación para la eliminatoria al Mundial de Catar, no el fin último.
La presión la puso James al decir que “ya era hora” de que su generación ganara un título; la reafirman todos los días sus compañeros cuando hablan del “paso a paso” que lleve hasta el séptimo partido, y el propio Queiroz la ratificó cuando no evadió la realidad de tener un rango distinto, jugados los tres primeros partidos del torneo de Brasil: “Lo mejor del fútbol es la fiesta; no hay problema con tener triunfalismo, ilusión, celebración; trabajamos para eso, para darles alegría. Pero cuando empieza el juego es una cosa muy seria y muy difícil”, decía recientemente.
Y es en ese punto donde habrá que poner, de ahora en adelante, para Copas América y cuanto partido oficial se juegue, el verdadero acento: Colombia necesita aprender a convivir con la más alta expectativa porque su talento obliga a ello, sin perder de vista la realidad elocuente de no haber ganado casi nada hasta hoy. Un título en 46 ediciones no es como para perder la cabeza…
La facilidad con la que se dice –y se escribe– no tiene nada que ver con la realidad. Como decía Queiroz, en la cancha es todo impredecible, una sucesión de felices accidentes que permiten levantar el trofeo, ensayos, errores –más que nada–, frustraciones de distintos tipos que aún, felizmente, no conoce el equipo nacional, pero que llegarán, con su pesada y necesaria carga de aprendizaje.
La dicha de estar fuera del campo permite ser juez y parte: si ganamos, lo hacemos todos, y si pierden, lo hacen ellos. Pero el curso de candidato habría que empezar a hacerlo desde la tribuna, aprendiendo a mirar el triunfalismo a los ojos y llevarlo con decoro, sin dramatizar sobre los resultados y sin criminalizar sobre las fallas. En algunos lugares del mundo le dicen ‘jerarquía’. Aquí, donde es tan incipiente, debería llamarse ‘crecimiento’.
Jenny Gámez A.
Editora de Futbolred
@jennygameza