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El alma del Tolima Grande
El 36 Festival Nacional de la Música Colombiana, en Ibagué, convocó a más de 700 artistas.
Dueto Maderas, nuevos 'Príncipes de la canción' 2022. Foto: Juan Carlos Escobar
En julio del año pasado, Belén Osorio Vásquez y Dayane Eliana Fagua, jóvenes integrantes de Margarita Dueto Vocal, pasaron a la historia del Festival Nacional de la Música Colombiana como las primeras ‘Princesas de la Canción’ que se ganaban el Concurso Nacional de Duetos desde la virtualidad y no en medio de los aplausos del público ibaguereño, como era habitual. Todo por cuenta de la pandemia.
Solo hasta el sábado pasado, Belén y Dayane cumplieron el sueño de cantarle “cara a cara” al público de la Capital Musical de Colombia como ‘Princesas de la Canción’, y lo hicieron en el marco de la edición 36 del festival, que este año volvió a la modalidad presencial. La gente que llenó el Centro de Convenciones Alfonso López Pumarejo, las despidió como lo merecían, en una cerrada ovación. Minutos después, el jurado calificador anunció a Cristian Camilo Álvarez y a Anderson España, integrantes del dueto Maderas, de Florencia (Caquetá), como nuevos ‘Príncipes de la Canción’; y al maestro Leonardo Laverde Pulido, como ganador del Concurso Nacional de Composición ‘Leonor Buenaventura’ con Fiesta, un emotivo bambuco. El dueto Maderas se convirtió, además, en la primera dupla caqueteña en llevarse la victoria, mientras que el maestro Laverde, ganador de la primera edición del concurso de composición hace 25 años, revivió la emoción de quedarse con el premio.
Esa misma emoción de los artistas que vuelven a encontrarse con el público, es la que advierto en los ojos de Doris Morera de Castro, presidenta del Consejo Directivo de la Fundación Musical de Colombia, quien más allá de las angustias que dejó la pandemia, habla también de las lecciones aprendidas para el festival.
“Hace dos años, cuando nos encerraron a todos, tuvimos que replantear el festival en función de la virtualidad, algo totalmente nuevo para mí. Fueron días muy difíciles pero gracias al apoyo de muchísima gente y de entidades como el Ministerio de Cultura, logramos seguir adelante. Más allá de los obstáculos que trajo la pandemia hay que destacar todo lo aprendido, como la importancia de las redes sociales y la producción audiovisual para ampliar el alcance del festival. Este año retomamos la programación presencial con los debidos protocolos, y aunque no llegamos a la magnitud de lo que teníamos pensado para el 2020, la respuesta de la gente fue impresionante. Más de 700 artistas participantes y cerca de 35.000 personas disfrutando lo mejor de nuestras músicas, es un logro que nos deja muy satisfechos y con muchas ganas para lo que viene”.
Siendo esta mi primera vez en el Festival Nacional de la Música Colombiana, destacaría en primer lugar, el liderazgo femenino tanto en la organización (el 80 por ciento del equipo está conformado por mujeres) como en la parte artística y académica, que involucra cada vez más participación de intérpretes, investigadoras y compositoras. De nada sirven los discursos sobre perspectiva de género si la narrativa musical de este país sigue acaparada por los hombres. Cambiar eso empieza en los territorios, en las instituciones y en festivales tan importantes como este.
Por otra parte, me sorprendió la diversidad de artistas y de músicas que se encuentran a dialogar en Ibagué. Si bien la música andina colombiana ocupa un lugar central, el festival propicia una gran conversación alrededor de músicas nuestras y de otros países. En una misma función, como ocurrió este año en la tarima del barrio Villa Restrepo, uno puede disfrutar la presentación de los jóvenes de la agrupación Los Raspayucos, y enseguida deleitarse con la Coral Ciudad Musical, que recoge voces, tiples y guitarras de experimentados y entregados serenateros locales. Mientras tanto, en un auditorio del centro, los bambucos yucatecas, boleros y rancheras interpretados magistralmente por la mexicana Maricarmen Pérez, impregnan de romanticismo la noche ibaguereña.
Doris Morera de Castro, junto a los maestros Jorge Villamil (izq) y Rodrigo Silva (der). Foto:Archivo familiar
Villamil, siempre Villamil
Otro de los puntos culminantes de esta edición 36 del festival, fue el homenaje que se rindió a cuatro grandes compositores colombianos: los huilenses Jorge Villamil Cordovez (plasmado en el bellísimo afiche del evento), Álvaro Córdoba Farfán y Guillermo Calderón Perdomo; y el bolivarense Adolfo Pacheco Anillo, quien se presentó con su agrupación.
Además de ser uno de los compositores más emblemáticos del país, Jorge Villamil apoyó con entusiasmo los inicios del festival, como lo recuerda doña Doris.
“A él le debo muchísimo. No solo fue un amigo entrañable, igual que Rodrigo Silva, sino que hizo mucho por el festival. Recuerdo que venía desde Bogotá y nos metíamos a la cafetería del Hotel Ambalá a trabajar en los reglamentos de todos los concursos nacionales cuando apenas estábamos empezando. Jorge siempre estuvo a mi lado”.
Sobre la importancia de Villamil, dice el periodista e investigador opita Vicente Silva Vargas, autor de la biografía Las huellas de Villamil y director de la Radio Nacional de Colombia, que apoya desde hace años la divulgación del festival: “Su música es universal. Espumas y Llamarada dos de sus composiciones más exitosas, tienen más de 300 o 400 versiones grabadas por diferentes artistas de todas partes del mundo. Esa universalidad está además relacionada con la vigencia de su obra. El desamor, la crítica al apego por las cosas materiales que aparece en Oropel, la emoción que produce en el público de estos festivales la interpretación de El Barcino o Me llevarás en ti, confirman su plena vigencia”.
Regreso a Llano Grande
La dinastía Villamil, que esta semana perdió a su última gran figura, Graciela Villamil, primera líder cafetera del Huila y hermana del maestro (que le dedicó Noche de azahares), contribuyó de manera notable a la hermandad de los pueblos del Tolima Grande, como bien recuerda el maestro Germán Camacho, director artístico del festival.
“Los lazos entre el Huila y el Tolima vienen de mucho tiempo atrás, pero hay un punto importante y es la creación en 1959 del festival folclórico en Ibagué. Ahí fue clave el aporte del maestro Cantalicio Rojas, quien se movía entre el Tolima y el Huila. Lo mismo hacía el maestro Jorge Villamil. Y es que nuestras músicas nos unen. Los huilenses hacen cañas y rajaleñas, nosotros también; ellos hacen sanjuanero, nosotros también. Lo mismo pasa con el bambuco fiestero. Las diferencias de estructura y de estética en las obras de unos y otros son pocas en realidad. Hay que ver la hipnosis colectiva que produce el sanjuanero huilense para entender que ahí está el acercamiento más grande que hay entre el Tolima y el Huila. Ahí está nuestra hermandad. Puede que haya diferencias políticas, pero diferencias de región y de música no tenemos. Cuando hay eventos aquí en Ibagué, los huilenses vienen con sus cucambas, sus caránganos, rajaleñas, coplas, todo ese folclor musical, demosófico y coreográfico. La organología musical es también muy parecida, de modo que no existen mayores diferencias”.
El esfuerzo del festival es grande, además, en el propósito de acercar a los niños y jóvenes a la música tradicional colombiana, no solo en clave de bambuco o de guabina, sino a través de todos los aires y expresiones que han dado resonancia mundial a nuestra diversidad étnica y cultural. En esa línea, se realizan exposiciones de instrumentos musicales, se creó un banco de partituras con todas las obras inéditas que han pasado por el festival, se dictan clases magistrales y se presentan libros y trabajos de investigación musical. También se llevan a cabo un concurso departamental en el que los más jóvenes interactúan con los grandes maestros; y los encuentros Nacional Universitario y Nacional de Música de las Regiones, eventos en los que se intercambian sonidos y conocimientos desde la academia y los saberes tradicionales. En esto, hay que decirlo, la visión de Doris Morera ha sido amplia y generosa, al punto de convocar, como lo hizo en plena pandemia, a varios directores y gestores de los más importantes festivales de música del país para tejer con ellos una conversación en torno a lo aprendido y a lo mucho que falta por hacer en términos de gestión cultural, difusión, promoción y profesionalización de nuestras músicas. Porque si algo preocupa hoy, es justamente la escasa difusión que tienen en los medios masivos de comunicación y la poca investigación que se les dedica, algo que contrasta con el entusiasmo que despiertan en los públicos de todas las regiones, donde lejos de apagarse, siguen en constante y vigoroso movimiento.
Según el libro Las músicas andinas colombianas en los albores del siglo XXI, presentado en el marco del festival por John Jairo Torres, cantautor, investigador y director ejecutivo del festival Antioquia le canta a Colombia, hasta 2018 estaban activos 107 festivales, concursos y encuentros de músicas colombianas. ¡107!
“Sé que hay más, pero esto da como resultado la presencia de muchísimos artistas en los escenarios, con un promedio de edad de 23 años. Otro dato: entre 2010 y 2018, se produjeron casi 800 trabajos discográficos de músicas andinas colombianas, casi todas independientes. Esos discos circulan y se venden en estos festivales y encuentros, y más recientemente a través de las redes sociales e internet. Otro hecho que destaca la buena salud de nuestras músicas andinas, que siguen siendo subterráneas por la falta de difusión a través de los grandes medios, es que tienen fuerte arraigo en la academia”.
Lo propio anota Vicente Silva, para quien hacen falta más trabajos de investigación musical en todo el espectro de la música colombiana. “Se han hecho esfuerzos valiosos pero, por ejemplo, no ha habido una gran investigación sobre quiénes fueron Garzón y Collazos. Las referencias que hay son muy pocas, apenas están los discos, pero ¿quiénes eran esos señores? ¿Cómo fueron sus entornos familiares y sociales? ¿Qué papel jugó la radio en el éxito de su música? Creo que ahí nos hace falta más contexto para entender los grandes fenómenos musicales. La investigación musical es fundamental para que los músicos e intérpretes sean mucho más que simples personajes de ocasión o de tarima, para que trasciendan”.
Este ha sido un festival lleno de alegrías y nostalgias. He bailado y cantado canciones como El canalete y Llano Grande, que me aprendí de niño viajando por carreteras opitas con mis padres, ambos huilenses, cuando paseábamos en familia a ritmo de sanjuaneros y rajaleñas; y he sentido la añoranza de esos años en que pasaban por mi casa Jorge Villamil o Rodrigo Silva, siempre con una guitarra y una canción para alegrarnos.
“Si quieren verme llorar, que toquen Alma del Huila”, me confiesa Doris Morera de Castro. Y es que el alma del Tolima Grande está hecha de pasillo y de bambuco, de caña y sanjuanero. De esa preciosa música que fuimos y que somos.