Silvia Pérez Cruz, cantar para unir soledades

Escudriño el poema que me dio la vida, ese que me prestó un nombre, el Martín Fierro, la epopeya gaucha del ballesterense José Hernández, obra cumbre de la literatura argentina. Recito algún fragmento de memoria y abrazo quien soy porque, de alguna forma, el nombre que de allí toma mi padre augura mi amor por la escritura:

al compás de la vigüela,

que el hombre que lo desvela

una pena estrordinaria, como la ave solitaria

con el cantar se consuela

Por esas vueltas de la vida, estoy sentado en un café entrevistando a la cantante catalana Silvia Pérez Cruz a pocas horas de su debut en Colombia. Sobre el escenario la acompañará el grandioso contrabajista español Javier Colina. 

La idea de reunirlos fue de Paulo Sánchez, director del Teatro Colsubsidio, quien en mayo pasado logró el colosal reencuentro de Ivan Lins y Gonzalo Rubalcaba en Bogotá, tras 25 años de no actuar juntos. Mientras Silvia y yo conversamos aparece Javier Colina, recién llegado del aeropuerto, y presencio conmovido el largo abrazo musical que los une. 

Hace trece años, grabaron En la imaginación, uno de mis álbumes favoritos, un trabajo que confirma la calidad con que versionan los españoles el fecundo cancionero latinoamericano. La expectativa crece, la emoción nos desborda.

Volver al Martín Fierro tampoco es gratuito. En el último trabajo de Silvia, Toda la vida, un día (que presentará con su grupo en Bogotá, el próximo 22 de septiembre, también en el Teatro Colsubsidio) se incluye el tema Ayuda (Martín), escrito por Edgardo Cardozo, un bello homenaje al poema del gaucho matrero. 

Acompaña a Silvia en esa grabación el gran Juan Quintero, voz y guitarra de Aca Seca Trío, una de las agrupaciones más relevantes del nuevo folclor latinoamericano. En sus voces se escucha un canto telúrico que va creciendo hasta alcanzar la acústica solemne de las catedrales, envuelto en una atmósfera coral y suplicante.

El primer encuentro de Silvia con el público colombiano fue amor a primera vista. El teatro estaba abarrotado y la aplaudió hasta el último aliento. A ella y a Javier, porque juntos crean un hechizo, una intimidad protectora de la que uno no quiere salirse. 

En la voz de Silvia resuenan los siglos que la anteceden. El suyo es un canto fresco y a la vez ancestral, un canto que trae las voces de muchas mujeres cantando a través suyo. Javier, por su parte, sabe bien cómo triscar ese don a la sabia madera de su instrumento.

“El carisma se tiene o no se tiene. Y a ella claramente le sobra. Silvia trae consigo la poesía y el canto. Llevamos muchos años trabajando juntos, pero nunca ha habido una actuación anodina, todas han sido especiales”, dice este maestro de mil viajes, quien conoce como pocos los intersticios que van del blues al bolero y de allí al flamenco. 

Su forma de tratar la canción, de acompañar improvisando, adereza suavemente la voz de Silvia, quien a su vez comenta: “Javier es uno de los grandes maestros, una persona capaz de entender el alma de muchas músicas y de muchas culturas, alguien que hace fácil lo imposible. La gente aplaude sus solos de contrabajo porque los entiende, son como cuentos. Es irable cómo tiende puentes entre tantos países de Latinoamérica, a través del jazz, el flamenco, el bolero, en fin, es algo que solo puede lograr alguien con su capacidad de empatía y sensibilidad”. 

De conciertos así, uno sale distinto. El arte que remueve y congracia es el único por el que vale la pena arriesgarse. Silvia abre con Tonada de luna llena, de Simón Díaz, seguida por algunos temas de Toda la vida, un día. Luego vierte sobre nosotros un raudal de preciosas canciones, la voz y los ojos chispeantes en medio del trance y la respuesta del público.

Silvia Pérez Cruz nació en Palafrugell, Girona, en 1983 y creció entre canciones populares ibéricas y latinoamericanas, formándose desde los cuatro años en solfeo, saxo y piano clásicos, cajón, armonía, canto jazz (se licenció por la Escuela Superior de Música de Cataluña, Esmuc) y flamenco, improvisación arreglos y composición. 

Fue cofundadora y cantante del grupo Las Migas y, en 2012, debutó como compositora y solista con el álbum 11 de novembre. Desde entonces, ha publicado nueve álbumes de estudio, sin contar numerosas colaboraciones con artistas como Jorge Drexler, Lila Downs, Joan Manuel Serrat y Hamilton de Holanda, entre muchos otros. 

En enero de 2011, tras la muerte de su padre, quien la introdujo en el repertorio del filin y la canción tradicional cubana, lanzó En la imaginación; y en 2023, presentó Toda la vida, un día, álbum que marca un punto muy alto en su extensa carrera.

Además de su discografía como cantautora, Silvia ha participado en diferentes montajes teatrales y fue la voz de la película Blanca Nieves, de Pablo Berger, ganadora de 10 premios Goya en 2023, incluido el de Mejor Canción Original. Asimismo, compuso y grabó la banda sonora de Cerca de tu casa, película de Eduard Cortés, que también protagonizó. El cine ha sido una constante en su labor artística. 

Una buena manera de entender esta versatilidad se encuentra en la transición que une sus dos últimos álbumes Farsa (género imposible) y Toda la vida, un día, sobre la que Silvia señala:

“Farsa nació en un momento en el que no entendía el mundo y lo veía muy de plástico, de ahí el nombre, porque ves mucha fachada pero poca sustancia. Este trabajo me animó a explorar otras disciplinas artísticas como el teatro, la danza y el cine para plasmar ese malestar haciendo música en diálogo con otras expresiones, un poco para reencontrarme en el silencio que las une y para entender cómo cuenta cada disciplina la misma emoción. Farsa tuvo tres directos y ahí es donde conecta con mi último álbum, porque el primer directo lo hice sola con los instrumentos; el segundo, con la banda; y, el último, en una casita de madera en la que quise unir todas las disciplinas e hice equipo con una coreógrafa, un director de teatro, un cineasta y un pintor. A todos les dije: yo hago música, pero tengo un gesto; no soy bailarina, pero muevo mis brazos; no soy actriz, pero me emociona la palabra. ¿Me ayudan a encontrar la mesura justa para abrir estas puertas? Aquel fue uno de los espectáculos más plenos que haya hecho, porque en esa casita conseguí unir estos aprendizajes. Luego vino Toda la vida, un día, un álbum para el cual me sirvió mucho lo que había alcanzado en Farsa, como si a partir de ahí hubiera trazado los conceptos que luego desarrollé casi como una obra de teatro, a partir de los movimientos que conforman el disco”.

A propósito de este último trabajo, vale decir que está ligado a tres círculos esenciales en la vida de Silvia: el primero, un haiku (brevísimo poema japonés) que le regalaron cuando tenía dieciocho años y que conservó durante veinte más, a la espera de saber qué hacer con él.

Un segundo círculo, aparece como una poderosa revelación durante la pandemia, en 2020, cuando abrumada por la sensación de indefensión que le producía siquiera irar un paisaje a campo abierto, descubrió un cactus que solo daba una flor en un momento específico del año. Por esos días, Gloria Cruz, su madre, también le enviaba muchas flores para animarla.

El tercero apareció en un poema de William Carlos Williams, en que puede leerse: “aterrados, buscan una flor familiar donde guarecerse”. La salida a tanta inmensidad, ite Silvia, estaba en ir de flor en flor, en abrazar la perfecta circularidad de aquel poema. Toda la vida, un día es, por tanto, una oda a la amplitud que habita los instantes, un álbum que se escucha como un salto de estaciones y de temporalidades, que nos va llevando del aroma de una flor a otra.

El tema homónimo que da nombre a ese trabajo está dedicado a la cantautora argentina Liliana Herrero, con quien Silvia plantó una entrañable amistad. “Cuando nos conocimos, Liliana recién había perdido a su marido y hablaba con una verdad sobrecogedora sobre la vida y la muerte. Le hice esa canción porque sentí la vida entera en aquel momento. Ahí supe que todo lo que venía componiendo guardaba relación con las distintas etapas de la vida: la sonoridad de la infancia; la búsqueda en la juventud; la intimidad de la madurez, la profundidad de la vejez y la vitalidad del renacimiento. Así nace Toda la vida, un día”, recuerda.

En este álbum también participan artistas como Natalia Lafourcade, Pepe Habichuela, Maro y Rita Payés, entre otros.

Antes de despedirnos, Silvia me cuenta que quiere conocer la Sierra Nevada de Santa Marta, explorar el ritmo de currulao, vivir las músicas del Pacífico. Bailar en el Petronio Álvarez. Se emociona al decir que musicalizó el poema Pastores, del escritor wayú Vito Apüshana, que cantó aquella noche de julio, en Bogotá:

Somos los hombres que viven en el mundo de las sendas.

Nosotros, también, apacentamos,

también regresamos a un redil… y nos amamantan.

Y somos leche del sueño, carne de la fiesta… sangre del adiós.

Aquí, en nuestro entorno,

la vida nos pastorea.

El universo sonoro de Silvia Pérez Cruz es un viaje a la geografía poética de Iberoamérica: ese lugar que habitan Federico García Lorca, Chicho Sánchez Ferlosio, Idea Vilariño, Marta Valdés o Fernando Pessoa. 

Cuando amanece en el Martín Fierro, el sol abraza la pampa argentina y alcanza su punto más alto en la península de La Guajira. Atardece entre dos continentes. La inmensidad ya no duele sino que une las almas solitarias que divagan por ella. Almas que se consuelan en el canto de Silvia, la mujer que florece una vez, todos los días. “Intento coser con hilos de oro las heridas que persisten en las dos orillas, en estos dos mundos que no cesan de sangrar a pesar de encontrarse con tal intensidad. Mi lenguaje es curativo y de máximo respeto. Un lenguaje de amor”.

Amor coplero y boleril. Amor rupestre y transoceánico. Amor florecido en tantas mujeres que son una. Como la pampa. Como la pena extraordinaria que con el cantar se consuela.

AUTOR: JUAN MARTÍN FIERRO (*) 

Para EL TIEMPO 

(*) Escritor y periodista.