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El alcohol es solo el detonante de cosas muy profundas: Martín Franco
El libro 'La sombra de mi padre', del manizaleño, es una confesión valiente, espejo de la sociedad.
Franco (1981) ha trabajado en este diario, en las revistas DONJUÁN, Cromos y SoHo, entre otras. Foto: Néstor Gómez/ EL TIEMPO
La sombra de mi padre es una autoficción en la que echo mano de los recuerdos para construir un relato íntimo y doloroso en el que giran –entre muchos otros temas– la salud mental, la paternidad, el significado de ser hombre en esta sociedad machista y el papel del alcohol en nuestra cultura. Pero, sobre todo, como me dijo una colega amiga, es ‘una larga carta de amor’ ”, cuenta el escritor y periodista manizaleño Martín Franco Vélez.
Para el lector, puede resultar extraño este relato, que no es novela, ni diario, pero que se muestra como una propuesta narrativa particular y poderosa.
“Uno debe escribir sobre el dolor que siente más próximo. El dolor de los otros también puede ser nuestro. Lo es. (…) No se trata de tomar las vida de los otros para escribir acerca de ellos porque sí, sino de narrar el impacto de esas vidas en la nuestra. No se trata de exponer a los demás gratuitamente, sino de exponerse uno mismo para hacer ver las experiencias dolorosas que parecen privadas, y que la cultura nos ha enseñado a proscribir de nuestras conversaciones con pudor, son en realidad marcas comunes, esenciales para la construcción de nuestra realidad”.
Este epígrafe del escritor peruano Renato Cisneros es el que la da bienvenida a los lectores de la segunda parte del libro La sombra de mi padre, que Franco está poniendo en las librerías del país. Y no podrían ser más atinadas esas palabras que el autor escogió, para entender este duro y doloroso relato.
Narrar un episodio profundamente íntimo en público no es nada fácil. En una época la gente recurría a un sacerdote. Otros optan por hacerlo ante un psicólogo. Franco fue más allá. Y este libro duró muchos años dándole vueltas en su cabeza. Trató de escribirlo de en diferentes momentos y maneras. “Tardé unos tres años en darle forma, porque en el camino fueron sucediendo cosas que nos afectaron como familia y cambiaron el rumbo de la escritura”, anota.
¿Por qué relatar algo tan personal?
Creo que hay varios temas sobre los que muchas familias guardan silencios deliberados. “La ropa sucia se lava en casa”, suelen decirnos nuestros padres, y es cierto que poner los reflectores sobre esos episodios oscuros puede resultar liberador en una sociedad que mete el polvo debajo de la alfombra. Tenemos que hablar más de ciertos temas y entender que no está mal mostrarnos frágiles ante situaciones que nos sobrepasan.
¿Había un interés de reflexionar en primera persona sobre el fenómeno del alcoholismo en Colombia?
Quizás ese es un efecto colateral, pero mi intención no era hacer esa reflexión. Creo que, como lo digo en algún punto del libro, el alcohol es tan solo un detonante de cosas que están más al fondo. Pero es cierto que el exceso de trago es una constante en casi todas las familias colombianas.
Unido al alcohol, usted relata una tragedia familiar, que le permite también hablar de la depresión…
Sí, hay un intento de suicidio que nos cambió la vida a todos en la familia, a cada uno de forma diferente. A mí me ha hecho reflexionar sobre muchísimos aspectos y, paradójicamente, entender que la vida es frágil y que por eso lo mejor que podemos hacer es tratar de andar ligeros en muchos sentidos. Como sea, considero que el tema de la salud mental en Colombia tiene todavía muchos tabús. Tenemos que hablar más sobre la depresión, entender que podemos ser vulnerables y que muchas veces esta sociedad tan hostil y competitiva nos sobrepasa. Y que eso no está mal.
El libro es editado por Planeta. Foto:Archivo particular
La memoria es frágil y caprichosa. ¿Cómo fue la reconstrucción de estos recuerdos?
Entiendo que mis recuerdos sobre una situación específica puedan ser diferentes a los de otro que también la haya vivido. Es normal. Y por eso comprendo que alguno pueda decir, en algún punto, “esto no fue así”. Pero, como dice Claudia Piñeiro en uno de los epígrafes: “Los recuerdos son nuestros, entonces en ellos no hay verdad ni mentira”. Para la segunda parte del libro, cuando narro la historia de mi abuelo, tuve la fortuna de echar mano de sus dos libros de memorias, que escribió a máquina hace más de treinta años y repartió entre su familia más cercana. Se llaman Antes del olvido.
“Pocas cosas son tan implacables como el juicio de un hijo”, escribe. ¿Qué lectura hace de esa frase ahora?
Creo que sigue siendo válida, y que seguramente –como lo anoto también en el libro– tarde o temprano yo también pasaré por ese “tribunal” de mi propio hijo. Esa es la vida. Hay otra frase del libro que lo resume bien: “Somos implacables como hijos y esperamos benevolencia como padres. Esa es la paradoja de nuestras vidas”.
Unido a la reflexión anterior más adelante usted anota: “La venganza con los padres la pagan nuestros hijos”. ¿Cree que valía la pena remover estos recuerdos?
Muchas veces pienso que no. Pero ha pasado una cosa muy bella: he recibido decenas de mensajes muy sentidos de gente que ve su propia historia reflejada en la nuestra y entonces entiendo que solo por ese hecho aislado, por “llegar al corazón de un lector lejano”, como dijo Cela, sí ha valido la pena escribir el libro.
¿Ha tenido alguna retroalimentación de sus padres y su hermano?
Sigue siendo difícil para ellos en muchos aspectos. Mi esperanza es que puedan ver algún día lo que la gente está viendo al leerlo: que a pesar de los hechos complejos que allí se narran, el libro es una carta de amor a una familia que, como todas, pasa por momentos muy difíciles. Ojalá el tiempo sane las heridas.
Claro, muchas veces. Pero me queda una tranquilidad: antes de que saliera fui a una papelería, imprimí el manuscrito y se lo di a mi familia para que lo leyera. Les conté que eso iba a publicarse y que me dijeran con sinceridad si había algo con lo que no iban a poder estar tranquilos, pero ellos fueron muy respetuosos y no me cambiaron una sola coma. Eso lo agradezco, porque sé que no ha sido fácil para ninguno, ni siquiera para mí: al final, el más expuesto en esas páginas soy yo.
¿Siente que se quitó un peso de encima?
No sé. A veces sí y otras no. Una vez entrevisté al escritor peruano Renato Cisneros –que escribió también sobre su padre–, y él me decía que lo peor que le puede pasar a una familia es tener a un escritor entre sus filas. Quizás sea cierto. Pero quienes escribimos sabemos que no podemos hacer otra cosa: hay que poner las cosas sobre el papel porque este oficio es así de implacable.