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‘Acá hay muchos NN esperando un nombre o al menos una tumba’: Luis Luna M
El escritor colombiano habla de su novela 'Muertos bajo tierra fértil', sobre los desaparecidos.
Luna (Pamplona, 1963) combina el oficio de escritor con la publicidad y las artes plásticas. Foto: cortesía del autor
“Cuando removieron el tronco, lo encontraron; el cuerpo era eso, una masa, solo torso, congestionado y cárdeno; no había cabeza en el sitio de la cabeza y unos girones grisáceos salían en lo que se adivinaba la zona de los brazos”.
La descripción podría ser la del rescate de uno de tantos desaparecidos que ha dejado el conflicto en Colombia o la noticia sobre la tortura de un campesino, de una madre, de un hijo que nunca regresó... Podría ser la de un familiar de los más de 80.000 desaparecidos que ha dejado el conflicto en el país y, aunque hace parte de la ficción, no se aleja de la realidad.
Ese es el inicio de 'Muertos bajo tierra fértil' (finalista del Premio Azorín de Novela 2021), la nueva novela del escritor colombiano Luis Luna Maldonado, en la que los personajes se sitúan entre el amor, la soledad, las atrocidades de la guerra y la corrupción; aspectos que enmarcan su cotidianidad y que desatan en ellos sensibilidades, anhelos, dolores, recuerdos, amores y odios.
Aristides, el protagonista, es un periodista que dirigió la página roja de un periódico y en el regreso a su pueblo lo asalta un difuso recuerdo de infancia: una escena violenta y desgarradora en la que su versión infantil vio cómo rescataban el cuerpo degradado de un no identificado: un sin nombre, un NN.
“Logró abstraerse y entró en esa patria mullida, en ese estadio en que lo aparcaba el licor; remembró las corrientes furibundas del río cuando llovía de diluvio, esas aguas de chocolate que bajaban con palos, espumas y alguna vaca dando vueltas como una tómbola blanquinegra. Esas aguas que no habían podido remover aquel tronco hasta la tarde en la que algunos machetes con olor a campo desmontaron el dique con lazos y machetes y sacaron al Muerto justo cuando el niño Aristides miraba tras el cristal del campero”.
El recuerdo y el deseo por averiguar qué pasó con esa persona conducen al protagonista hacia una lucha interna y externa que lo lleva a vivir (aún más cerca) las desapariciones, torturas, las guerras políticas, la violencia, el narcotráfico y el dolor, que van tejiendo pedazos de verdad en esta historia que salta de la realidad a la ficción.
Luis Luna nació en Pamplona, aunque ahora está radicado en Barcelona (España), es redactor publicitario, con un recorrido por la literatura y el arte. En 2017, con Aquí sólo regalan perejil, publicada en Argentina, Colombia y España, ganó el XX Premio Clarín de Novela, y estuvo nominada al V Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2019. En 2013 publicó el libro de relatos Cortoletrajes, historias comunes sobre gentes corrientes. Fue editor también de la publicación pHi (papel Higiénico ilustrado).
Fue seleccionado en dos ocasiones para el Salón Nacional de Artistas de Colombia y dirigió el Museo de Arte Moderno Ramírez Villamizar de Pamplona, Norte de Santander. Actualmente es columnista de los diarios La Opinión y El Nuevo Siglo y dicta talleres literarios.
La novela es editada por Tusquets. Foto:Archivo particular
¿Cómo llega un publicista a la escritura literaria?
Por insuficiencia laboral. Bueno, en parte, porque tenía en la recámara varias historias y no veía el momento de escribirlas. En uno de los baches que tenemos los freelance, me sacudí el temor y conté la primera, y ahora llega la segunda. En realidad, ya había escrito un libro de relatos y algo más, pero eso sí, el hecho de escribir, el rigor con la palabra, me lo ha dado el oficio de redactor publicitario.
¿Cómo surge la idea alrededor de Muertos bajo tierra fértil?
La imagen inicial es un recuerdo de infancia. Tenía alrededor de doce o trece años y en un paseo familiar vi sacar un cadáver desnudo de un río. Ese recuerdo quedó alojado en una de esas gavetas que se abren cualquier día y, como suele suceder, buscando una cosa encuentras otra. Redacté entonces (hace unos diez años) un par de párrafos con esa evocación. Por ahí, a comienzos del 2018, inicié a escribir la novela. Muchas veces, en la literatura, ese es el germen: un fotograma, la visión de algo que nos cala. Y ese algo hace preguntas.
¿Hay alguna o algunas personas puntuales en las que se haya inspirado para la creación de los personajes?
Siempre digo que quienes escribimos ficción adoptamos el rol de dioses o de doctor Frankenstein, y creamos personajes con retazos de personas que conocemos, con aspectos de nosotros mismos, con la manera de caminar del vecino, con los aires de la señora tal y, cómo no, también con tus propias fantasías. En el caso de Aristides, el reportero y protagonista de la historia, supe primero sus atributos que su fisonomía. Me interesaba más su manera de moverse en su oficio, cómo la tensión y la realidad de su país lo lanza al desastre, y cómo se ancla a ese recuerdo para remendar lo que parece irremendable. Al final, la clave es que los personajes sean creíbles para el lector, quien es el que les pone cara, construyéndolos con su propio imaginario.
¿Cómo fue sumergirse en la violencia, que es tan cotidiana en este país, que a veces se vuelve paisaje?
La literatura tiene la función de decir algo, de hurgar, no de resolver. Generaciones enteras hemos nacido y crecido entre la saña, el desafuero y la opacidad hasta llegar a lo peor: la costumbre. No hacen falta inmersiones. Eso no quita que el abordar la temática de las desapariciones forzadas y todas las disciplinas olímpicas complementarias de nuestro país exija un trabajo de investigación, de documentación. Muertos bajo tierra fértil se nutre de ese material y trata de despellejar ese “cómo hemos llegado a tanto”.
Aristides es un periodista enfermo que lucha por descubrir verdades que liberan a muchos, pero que a veces torturan. ¿Cómo lo percibe?
Le dejo la palabra a Aristides que, a pesar de su alcoholismo o gracias a él, tiene salidas más o menos esclarecedoras. En un diálogo con su fuente principal (un malandro que juega a tres bandas) dice “los periodistas solo buscamos la verdad; y la verdad como la mierda siempre sale a flote”. Y en otro pasaje también suelta: “La verdad, la verdad; la verdad tiene dureza de diamante y flaqueza de alfandoque”.
Las guerras políticas, la corrupción, la violencia, el narcotráfico y el dolor sientan las bases de esta historia. La cotidianidad de tantos en este país…
Agreguémosle los desaparecidos, tanto N.N. esperando eso: un nombre, y si no hay justicia, al menos la tumba que esperan darle sus familiares. Si se trata de sensaciones, te diría que la mía es de cansancio. Son tan reiterativos y tan creativos los delincuentes de todo pelaje, que poco dejan a quienes buscamos una catarsis en la escritura de novelas, que no son otra cosa que mentiras en busca de la verdad. Pero, como decía antes, a pesar de que nuestra realidad agote, como contadores de historias debemos comprometernos con algo y como ese algo no se detiene, pues ese cansancio debe convertirse en terquedad. Mientras haya tela, habrá quien rasgue y quien remiende.
¿Por qué seguir contando el conflicto colombiano?
¿Por qué se sigue escribiendo sobre la Guerra Civil española, la pederastia y sobre toda clase de abusos y atropellos? Respondo con preguntas porque la literatura está encargada de hacerlas. Y aunque viva lejos, lo colombiano –un lance de todos contra todos y todos decimos tener la razón– es lo que me tocó. Alguien podrá decir que mejor la literatura que entretiene… Sí y no. El lector se desconecta leyendo, pero también se enchufa a los mismos temas en otro nivel porque lo busca. Lo que se llama conflicto colombiano sigue mutando y hay que hablar sobre eso, a través del periodismo, en La Tribuna o en la ficción. Autoras y autores colombianos, desde diferentes miradas, tenemos la obligación de seguir haciéndolo.
A pesar de la violencia, el amor está muy presente en el libro…
Claro, porque los asesinos, las señoras mal casadas y los borrachos también se enamoran. Y se desenamoran. Aunque trate el tema que trata, Muertos bajo tierra fértil también es una novela de amor. Peinilla, el antagonista de Aristides, es un traqueto de provincia con un pasado atroz y solitario. Para esta clase de personas también existe el amor, el dolor y el humor. Y si el periodista fue novio de juventud de su esposa, pues también tiene derecho a ser un celoso despreciable. Debo agregar que este triángulo se convierte en cuadrado cuando Mina, una mujer frentera y fotógrafa de La Tribuna, también tiene algo que ver, mucho qué decir.
¿Qué fue lo más difícil de escribir la novela?
El título.
Luna (Pamplona, 1963) combina el oficio de escritor con la publicidad y las artes plásticas. Foto:cortesía del autor
¿Cuál fue la anécdota más simpática en el proceso de escritura?
Mi cómplice y mecenas, Margarita, cuenta que algún día (debió ser sábado), yo estaba escribiendo y ella me llamó para algo o preguntó algo desde la habitación y yo dizque le respondí: “espérese que estoy matando a alguien”.
A propósito, ¿tiene algún ritual cuando escribe?
Más que un ritual, hay que asumirlo como un oficio cualquiera, pero en solitario. En mi caso, una vez quedo solo en casa, sobre las ocho de la mañana, pongo esa música que seguimos llamando clásica y escribo hasta las doce o doce y treinta, cuando toca cambiar el overol por el delantal. Ya en la tarde, releo y corrijo con rock y otros ruidos.
¿Y en qué anda ahora? ¿Ya está escribiendo algo nuevo?
Ya estoy zambullido en otra historia, opuesta por completo a las dos novelas anteriores, pero antes quisiera que se leyeran esta, porque un libro que no se lee no existe. El otro día escuchando a Javier Cercas, en la presentación de su reciente novela, decía que un escritor que no arriesga es un escribano. A ver en qué resulta el nuevo proyecto y qué resulto siendo yo.