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El libro que revela los maravillosos secretos del 'Boom' latinamericano

'Las cartas del Boom' reúne las charlas de Gabo, Fuentes, Cortázar y Varga Llosa.

Carlos Fuentes (Izq.) y Gabriel García Márquez, en el homenaje por los 80 años del Nobel, en el castillo de Chapultepec, en Ciudad de México.

Carlos Fuentes (Izq.) y Gabriel García Márquez, en el homenaje por los 80 años del Nobel, en el castillo de Chapultepec, en Ciudad de México. Foto: David de La Paz / EFE

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Hasta antes de que se publicara 'Las cartas del Boom', este año, los tres libros obligatorios para los estudiosos del Boom eran: Historia personal del boom, de José Donoso; Aquellos años del boom, de Xavi Ayén, y Nueva narrativa hispanoamericana. Boom. Posboom. Posmodernismo, de Donald Shaw. Pero desde ahora, este será el libro ineludible. No más en la introducción, el lector queda enterado de que el único antecedente en cuanto a afinidades entre autores en la literatura hispánica fue la Generación del 27.
El extenso epistolario de 207 misivas comienza en 1955 con una carta de Fuentes a Cortázar y termina en 2012 con el mensaje de felicitación por los 85 años, de Fuentes a García Márquez.
Con el contenido de las cartas se puede organizar todo un curso de teoría de la Novela y análisis literario, cuyos ejemplos, claro está provienen únicamente de las obras de los cuatro maestros (aunque hay también comentarios y opiniones sobre obras de los autores que comportan una especie de Boom periférico, tales como Cabrera Infante, José Donoso, Guimarães Rosa y Octavio Paz).
Hablando en plata blanca, los primeros ensayos sobre La ciudad y los perros y La casa verde; La región más transparente, Cambio de piel; Rayuela, Octaedro, y Cien años de soledad provienen de la pluma, cuando no de la máquina de escribir, de los tres compañeros del respectivo autor. De Las cartas del Boom también se podría extraer un curso de Historia y de geopolítica y un noticiario de todo lo que, especialmente en los años posteriores a la Revolución cubana, pasaba en la región.
Las cartas sirven para comprender por qué la primera y común característica de los cuatro maestros es el cosmopolitismo. Eran en realidad ciudadanos del mundo. También evidencian el apoyo mutuo (cada uno leía los manuscritos de los otros tres y generaba críticas o sugerencias y publicaban reseñas o artículos en revistas: “Excelente tu nota sobre Rayuela en Les lettres Nouvelles. En América Latina, los creadores son los únicos críticos válidos”, le dice Fuentes a Vargas Llosa en una carta de 1967). Apoyo que incluía gestiones con miras a participaciones en eventos, congresos, etc.
El libro es editado por Alfaguara.

El libro es editado por Alfaguara. Foto:archivo particular

Es cierto que no se dio sino una ocasión en la que todos estuvieron juntos, pero así mismo llegaron a sentir un inusitado entusiasmo por un proyecto de escribir entre todos un libro sobre las dictaduras (que ellos denominaban, con toda razón “gorilatos”) en América Latina, que, al fin, no se sabe por qué, no se concretó. En realidad, se trataba de un ejercicio a veinticuatro manos, que, de haberse llevado a cabo, el Boom hubiera sido, no un movimiento de cuatro, sino de doce escritores (incluida una mujer).
En una carta de febrero de 1968, Fuentes le dice a Gabo que “El libro de los dictadores está en marcha. Lo han tomado ya, sin ver, Gallimard, Feltrinelli y Jonathan Cape, y en sesión de trabajo con Mario fijamos el 1ro. de julio como fecha de entrega”. Y a continuación le refiere la lista definitiva de los autores, cada uno con su dictador escogido o asignado, la cual quedaba conformada así: Carpentier: Machado; Monterroso: Somoza; Claribel Alegría: Maximiliano Martínez; García Márquez: Mosquera; Otero Silva: Gómez; Vargas Llosa: Sánchez Cerro; Donoso: Melgarejo; Edwards: Balmaceda; Roa Bastos: Francia; Martínez Moreno: Rosas; Cortázar: Eva Perón, y Fuentes: Santa Anna.
A propósito del candidato de Gabo, este le escribe a Fuentes en carta de junio de 1967 desde México, esto que es una verdadera joya, que convierte a un personaje histórico en uno de novela: “mi candidato es el general Tomás Cipriano de Mosquera, aristócrata, antiguo oficial de Bolívar, que se tomó cuatro veces la presidencia. Por cierto, tiene mucho de tu Santa Anna. Don Tomás estaba completamente loco, y sin embargo fue un gran hombre: el primer liberal que se interpuso a la fiebre dictatorial del Libertador, y, que, como es lógico, terminó a su vez de dictador. Tenía toda la quijada reconstruida en plata, se vestía, en su segundo período, como los reyes de Francia, y era cruel, arbitrario, verdaderamente progresista y muy buen escritor. Expulsó a los jesuitas del país, encabezados por su propio hermano, que era arzobispo primado de Bogotá. Ya en plena decadencia, loco y alcohólico, andaba con su viejo sable persiguiendo a los niños que se burlaban de él en las calles”. Con razón Fuentes creía (como se lo dijo a Cortázar en carta de mayo de 1967 desde Venecia) que “la historia solo se hace verdaderamente histórica cuando es literatura”.
Los escritores

Los escritores Foto:Archivo El Tiempo

Un grupo sin envididas

No hay una sola carta de ninguno que sugiera un mínimo de envidia por alguna producción, y, muy por el contrario, por ejemplo, cuando se publicó Conversación en la catedral, Fuentes le dice a Vargas Llosa en una carta de noviembre de 1970: “De nuevo, Mario, mis felicitaciones y iración por su Conversación en la catedral. Creo que no solo es tu mejor libro, sino la única gran novela política que se ha escrito en castellano”.
O como cuando en una carta de mayo de 1967, Gabo le escribe a Fuentes a propósito de la novela de este, Zona sagrada, que “es un libro hermoso y triste. El patetismo de esos protagonistas, y el mundo absurdo en que viven, me resultan terriblemente conmovedores […]Esa impresión me causa tu técnica: no hay un solo tropiezo en ese laberinto de prejuicios, necedades, mezquindades, pasiones y compasiones en que te has metido a explorar. Los personajes están vivos”.
Y ni qué decir del efecto causado en el ‘Águila Azteca’ Fuentes, el ‘Cronopio’ Cortázar y el ‘Gran Jefe Inca’ Vargas Llosa (como se llamaban entre sí) por la publicación de Cien años de soledad, no escatimaron congratulaciones ni elogios hacia la novela de alias el ‘Coronel’, al punto de que Gabo le dice a Vargas Llosa en carta de noviembre de 1967: “Hermano: ¡Eres un bárbaro! Acabo de leer tu nota sobre Cien años –reproducida por El Espectador, de Bogotá, pues nunca recibí Amaru– y estoy sencillamente abrumado. Creo que en el mundo de la amistad se vale un poco la generosidad, ¡pero no tanta, viejo!”. En la mencionada nota publicada en la revista que García Márquez dijo no haber recibido, Vargas Llosa se refiere a la novela de Gabo como “el Amadís en América”.
García Márquez (Der.) con Julio Cortázar (Izq.) y Borges, en octubre de 1982.

García Márquez (Der.) con Julio Cortázar (Izq.) y Borges, en octubre de 1982. Foto:Archivo EL TIEMPO

Curiosidades

Dos centenares de cartas no dejan de ser inagotable fuente de datos, conceptos y opiniones que abarcan lo literario, lo ideológico, lo sociopolítico y lo cultural, que los estudiosos (y los biógrafos que vayan apareciendo) sabrán utilizar y atesorar. A continuación, algunos botones de muestra.
La relación en la que primero apareció una grieta fue la de Cortázar con Vargas Llosa y el motivo fue el distanciamiento que el peruano fue tomando respecto a la Revolución cubana, asunto que se evidencia en por lo menos dos cartas de 1972 de Cortázar a Vargas Llosa, en tono de reclamo por no haber asistido a un evento programado con ellos dos en La Habana.
La última carta de García Márquez a Vargas Llosa fue enviada desde Barranquilla en marzo de 1971, curiosamente pidiéndole su opinión sobre si recibir o no el doctorado en letras honoris causa de la Universidad de Columbia.
La única fotografía (muy borrosa, por cierto) en la que aparecen los cuatro autores (nunca se habían reunido y nunca más se volvieron a reunir), data del 15 de agosto de 1970 y fue tomada en un restaurante de Bonnieux, de camino a la casa de Cortázar en Saignon, un día después de asistir en el festival de Avignon al estreno de El tuerto es rey, de Carlos Fuentes; debido a la presencia de José Donoso y Juan Goytisolo en dicha reunión, es que estos dos escritores terminaron vinculados al Boom.
El más querido y valorado dentro del combo de amigos fue Cortázar (que de hecho era el de las cartas más largas), pero es evidente que entre García Márquez y Fuentes se dio la amistad más entrañable (“¡Aparece, carajo!”, le pide Gabo a Fuentes en carta desde Milán en junio de 1968, desesperado por la falta de comunicación).
Entre las personalidades literarias que no gozaban de ningún aprecio por parte de los del Boom (es más, no ocultaban la animadversión), estaban, Elena Garro, Marta Traba y Germán Arciniegas, aunque con Cabrera Infante fueron tomando también distancia, más que todo en lo literario, porque para ellos, el cubano era más ingenioso que talentoso.
Al fin de cuentas, ¿qué viene siendo el Boom?
Lo primero que no se puede decir del Boom es que haya sido una generación, no solo las fechas lo dicen, sino que en uno de los artículos (Mi amigo Cortázar) que, además de las cartas, aparecen en el libro, Fuentes escribe que “mi generación –la que, en plazos orteguianos de quince años, nació en 1914 con Cortázar y Paz y terminó con los escritores nacidos en 1929–…”. Es decir, que Vargas Llosa, nacido en 1936, no cabría.
¿Se puede, entonces, hablar de grupo, cuando, juntos no estuvieron sino una sola vez? Queda la duda, como también genera dudas la idea de un movimiento literario en toda ley, dado que se expresaron en estéticas muy distintas (y así se lo manifestó Vargas Llosa en rueda de prensa a quien pergeña estas líneas).
Para complicar más el asunto, Cortázar nunca se avino con la idea de una expresión anglosajona (cuyo doliente es Luis Harss) para designar algo tan latinoamericano y propio de la lengua castellana. Quizá la clave la da el menos académico de los escritores, Gabo, cuando en carta de diciembre de 1967 desde Barcelona le escribe a Fuentes: “Para mí que el famoso Boom no es tanto un boom de escritores como de lectores. ¡Qué maravilla!”. No estaba nada descaminado. Pero si eso no convence a los estudiosos, entonces convengamos en que el Boom fue un movimiento epistolar; un movimiento que ahora nos destapa sus cartas.
Jorge Iván Parra* 
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
*Crítico literario, autor del blog 'De libros y autores' de EL TIEMPO y profesor de la U. Distrital.

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