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‘La radio crea entre el oído y el corazón una línea directa’: J.A. Monsalve
El periodista musical llega a librerías con su nuevo libro 'El ruido y las nueces'.
Jaime Andrés Monsalve es el jefe musical de la Radio Nacional de Colombia. Foto: Néstor Gómez/ EL TIEMPO
“Mucho ruido y pocas nueces”. Esa frase del inglés William Shakespeare, que luego el cantante español Joaquín Sabina incluyó en su canción 'Más de cien mentiras', resonó durante años en la cabeza de Jaime Andrés Monsalve, periodista especializado en música y jefe musical de la Radio Nacional de Colombia. Ahora, la misma frase, con un pequeño giro, le da título a su nuevo libro, 'El ruido y las nueces'. Historias asombrosas de la música colombiana, que hoy brilla en las librerías.
Son relatos que transitan entre el ensayo, la crónica y el perfil. En total, son 16 textos de temas poco conocidos. Como la historia del niño genio colombosuizo del piano clásico que un día desapareció del ojo público, o el viaje que llevó a un cuarteto de niños ibaguereños hasta el famoso Show de Ed Sullivan, tres años antes que los Beatles. Monsalve también cuenta la supuesta estafa a Camilo Sesto en su primera gira en el país, el duelo a muerte al que retaron acá al músico catalán Xavier Cugat y la detención de Carlos Gardel en Bogotá.
Vengo de una familia de melómanos con muy diferentes inquietudes. Mi padre era amante de las voces líricas al servicio de la música popular, como las de Juan Arvizu, Víctor Hugo Ayala y Alfredo Sadel. Por parte suya tuve una tía a la que le heredé la famosa colección de Grandes Compositores Salvat, y ahí me involucré con la música clásica. Mi madre, como lo digo en la primera línea de la primera de las crónicas del libro, es un cancionero andante de boleros, tangos y bambucos, dueña de “la voz de un ángel y la memoria del Funes borgiano”. El resto de mi familia por parte de ella está compuesta por gocetas absolutos de la música tropical colombiana. A eso hay que sumarle mi iniciación al rock pesado en el colegio, el descubrimiento posterior de la salsa y el jazz en la universidad, recién llegado a Bogotá desde Manizales, y el flechazo que me dan el bolero, el flamenco y, sobre todo, el tango llegados mis veinte. En ese caldo de cultivo me crie en la melomanía.
¿Cómo fue la historia de Gardel? Es raro que todavía haya cosas por decir de un personaje tan estudiado...
Sucedió el lunes 17 de junio de 1935, exactamente una semana antes del fatal accidente en Medellín. Gardel estuvo de paseo por las afueras de Bogotá y al regresar a su hotel en el centro, obligó a su conductor a pasar con el carro por una vía estrictamente peatonal. Eso hizo que se le retuviera por espacio de unas horas y se le multara. Lo increíble es que las pruebas de dicho acontecimiento están en los periódicos de la época, pero ningún biógrafo la había narrado porque todos se habían basado en un libro escrito por el empresario que trajo al cantante al país, quien prefirió no narrar el hecho o matizarlo, seguramente para no alterar la imagen impoluta de Gardel. Hoy tengo la alegría de que esta anécdota se haya incorporado en la historiografía gardeliana gracias a la enciclopédica biografía lanzada hace poco por el historiador argentino Felipe Pigna.
El libro es publicado por 'El Malpensante'. Foto:archivo particular
¿Y qué fue lo que pasó con el músico español Cugat?
Xavier Cugat estuvo en el país en 1951 por espacio de un mes, en gira por varias ciudades. En ese entonces era el músico latino más importante en los EE. UU. y un tipo de muy malas pulgas. Eso le trajo de inmediato la animadversión de un sector de la prensa. Justamente una de esas broncas se dio con el corresponsal de este periódico en Cali, Hernán Mateus Becerra, luego de que Cugat desmintió una información suya. Horas después el músico obtuvo, por toda respuesta, un telegrama donde el periodista lo conminaba a elegir arma, padrinos y fecha de encuentro. Como en los tiempos isabelinos.
¿Usted también descubre en dónde arranca la tradición del jazz en el país?
No la tradición en general, pero sí quiero pensar que la discográfica en particular, en una crónica llamada Luis Rovira y el primer disco de jazz en Colombia. Rovira fue un clarinetista catalán, primer director de una big band en España tras el fin de la Guerra Civil. Llegó a Colombia en 1953 invitado por el Club Campestre de Cali y se quedó 10 años. Aquí conformó un sexteto al estilo del de Benny Goodman, con vibráfono y guitarra eléctrica, del que me atrevería a decir que el único sobreviviente es León Cardona, nuestra gloria de la música andina colombiana, que se encargó de la guitarra. Esta crónica fue publicada en 2010 y obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Desde ese entonces hasta hoy he logrado encontrarme con otros antecedentes fonográficos del jazz colombiano, pero el disco Luis Rovira Sexteto, de 1961, sigue ostentando, hasta que venga otro hallazgo, el título de primer trabajo de larga duración dedicado de manera deliberada al jazz en nuestro país.
¿Qué se oía entonces en el país y cómo fue recibida esa nueva corriente?
En realidad, había más curiosidad que otra cosa, y se le recibió con entusiasmo llegado el momento, aunque nunca dejó de ser un género de nicho. Eran épocas de conquista de la música tropical en el interior, cabeza a cabeza con el bambuco y el pasillo. Una de las crónicas incluidas en el libro narra la primera visita de un jazzista importante al país, el clarinetista Woody Herman, en 1958. Es curioso ver cómo la prensa en ese momento no solo anunciaba su visita, sino que les daba espacio a artículos “didácticos” en los que se explicaba profusamente de qué se trataba el jazz, el porqué de las improvisaciones, qué era una jam session y cuál debía ser el protocolo debido en un concierto del género.
¿Uno podría comparar a ese sexteto con procesos similares como el de Onda Nueva de Aldemaro Romero en Venezuela o incluso fue influencia para propuestas posteriores como la de Zumaqué?
Creo que justamente con Zumaqué es que podemos empezar a hablar de un Aldemaro colombiano, un músico que con el álbum “Macumbia”, de 1984, le abre el camino a una música tropical progresiva. El disco de Luis Rovira es más bien una muestra de jazz de estilo clásico aplicado a nuestros territorios, y justamente la pieza más notable de dicho disco es un potpurrí compuesto por los clásicos temas Atlántico, Cosita linda y Guabina chiquinquireña. Sin embargo, ese trabajo nunca tuvo una recordación entre el público, y sólo hasta la aparición de mi crónica se le empezó a ponderar en su calidad pionera.
En esa misma línea, está también la novedosa propuesta del merecumbé que creó Pacho Galán. ¿Cierto?
Totalmente. Pero el merecumbé sí logró un reconocimiento mundial inmediato. Tanto así que en 1962 el sexteto del saxofonista Paul Winter, otra de las agrupaciones que giró por Latinoamérica con apoyo del Departamento de Estado de los Estados Unidos, tomó ese ritmo luego de haberlo conocido en México, y lo incorporó en una de las piezas de su primer disco, que fue estrenado en la Casa Blanca. Esa llegada extraña y maravillosa del merecumbé hasta la sede de gobierno norteamericana está narrada también en el libro, en una crónica llamada 'Un merecumbé para los Kennedy'.
Monsalve con su preciada colección de vinilos. Foto:Néstor Gómez/ EL TIEMPO
Usted ha probado casi todos los formatos periodísticos para hablar de música. ¿Cuál es el más afortunado para su divulgación?
He tenido la suerte de transitar 30 años por radio y medios escritos al mismo tiempo. Si de divulgación inmediata y eficaz se trata, definitivamente debo decir que la radio trae la ventaja de poder alternar música y contexto en el mismo instante. El proceso comunicativo es más espontáneo e inmediato.
¿Qué magia singular encierra la radio?
Es una, y simple: que entre el oído y el corazón hay una línea directa.
¿Siente que está amenazada la radio, como les ha pasado a otros formatos periodísticos, con la irrupción de la era digital?
No creo, en tanto no exista una democratización absoluta de internet. En un país como el nuestro, en el que la conectividad sigue siendo un trabajo en proceso, la radio seguirá siendo el medio de mayor alcance, cobertura y, espero yo, credibilidad. Nada me ha brindado más felicidad y orgullo que mi recorrido en la Radio Nacional de Colombia.
Sigamos con la nostalgia de los tiempos idos. ¿Qué encanto encierra el vinilo, que no solo no murió, sino que ahora regresa con fuerza?
Yo, que más que coleccionista soy un acumulador como mi papá, no me siento un chapado a la antigua ni soy de esos románticos que aseguran que el vinilo suena mejor que un disco compacto. Cada quien tendrá sus razones para volver al formato, y todas son válidas. La mía es simple: como melómano irredento, quiero tener a la mano un pedacito de la memoria de la música de mi país y de Latinoamérica, y eso solo se encuentra en los viejos formatos.
¿Qué tan grande es su colección musical?
He perdido la cuenta de los discos compactos, aunque próximamente forrarán tres paredes de mi casa. Vinilos, debo estar por los ocho mil. Es un número conservador si hablamos de coleccionismo verdadero. Conozco gente cuyas colecciones frisan los 40.000 volúmenes.
Muchos jóvenes de hoy no van a entender esta pregunta. ¿Conserva todavía algo de su música en casetes?
(Risas) Pero como recuerdos de otra época. Tengo un puñado para lucir en casa como piezas de museo. Ah, más algunos que guardo con celo porque encierran entrevistas hechas a lo largo de mi labor periodística. No son muchos, pero los cuido.
¿Si no hubiera sido periodista, hubiera sido músico?
No lo creo. Eran tiempos en los que el ejercicio de la música era mal visto en una ciudad de provincia. En mi infancia, lograba extraerle melodías de oído a un pianito eléctrico que luego me robaron en la calle, y ese fue mi mayor acercamiento que tuve a ser un Rubinstein. Tal vez hubiera estudiado Derecho o Publicidad, pero en algún momento me hubiera ganado el afán por escribir. De eso no me cabe la menor duda.
¿Se atrevería a hacer el top 5 de la banda sonora de su vida?
Dios bendito... Es una tarea difícil, básicamente porque si respondiera esto mañana, seguramente algunos de los incluidos en la lista cambiarían. Sin embargo, puedo dar un top 10 de mis músicos favoritos de hoy mismo: Astor Piazzolla, Carlos Gardel (ya les dediqué un libro a cada uno en 2009 y 2005, respectivamente), la banda sa Magma (le dedico un texto en el libro), Charles Mingus, Adolfo Mejía Navarro, Israel ‘Cachao’ López, Camarón de la Isla, Paco de Lucía, The Mars Volta y Glenn Gould.