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Rock, oscuridad y literatura pura en la pluma de Mariana Enríquez
La argentina habla de Nuestra parte de noche, una de las novelas más poderosas de los últimos años.
La oscuridad es esa parte que tensa la vida para darle sentido. Desde lo sombrío podemos llegar a comprender al otro, porque la penumbra nos habita a todos. De ese gusto por lo siniestro nace el terror, el camino literario por el que nos lleva Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) con su novela Nuestra parte de noche. Con la escritora argentina sabemos que siempre, al leerla, terminamos por cuestionarnos y replantear el bien y el mal, el poder y la debilidad, lo justo y lo vil.
Desde la visión del miedo europeo hasta lo inexplicable latinoamericano, con una de las mejores novelas escritas en los años recientes, la autora hace eco del terror occidental de Bram Stoker o de Poe para traerlo a nuestras aguas y lo pone sobre la mesa, en la penumbra, hablándoles al oído a los mitos nativos de nuestros pueblos. A partir de Juan, un médium capaz de controlar la Oscuridad y que hace lo indecible por proteger a su hijo Gaspar del control siniestro de la Orden, una secta ocultista que se remonta a la antigua Europa, Enríquez nos hace recorrer cincuenta años de la historia argentina arrastrados por la fuerza de todo aquello que no nombramos por miedo a Dios.
Hay cánticos que se susurran en espacios ocultos, una maldad innata, códigos y rituales, manos tenebrosas, miedos que Enríquez vuelca desde las primeras páginas para que el lector, paralizado, se pregunte si ese terror es el de sus pesadillas o si, más bien, podría ser su propia realidad. A través de la política, el miedo al no futuro, las sectas, el demonio que no tiene nombre y tiene tantos, los cuerpos devorados, el poder de la riqueza, los embrujos sexuales, los profundos ojos oscurecidos de la Omaira de Armero, el invunche, la magia que se hace negra y el rock de mensajes nigromantes, Nuestra parte de noche muestra que todos nos sentimos instigados, alguna vez, a hacer el mal.
En el libro hay una mezcla de crónica periodística falsa, novela de viaje, y algo de poesía romántica y de magia. ¿Cómo articuló todo para este libro?
Hacía mucho venía escribiendo cuentos y quería tener la experiencia de una novela que reuniera en un mundo coherente todas las cosas que me interesan y me obsesionan, pero que tuviese un recorte que lograra una correspondencia entre todas. Por supuesto, todas las obsesiones están relacionadas, así que terminó funcionando. Tiene una arquitectura bastante pensada, pero no muy obsesiva. Tenía una idea muy clara de que quería una primera parte entre road movie y lovecraftiana; una segunda parte más (Stephen) King; después, una parte larga en primera persona que fuese más histórica, que explicase la historia de la Orden y de ese mundo de los años sesenta. En fin, tiene un poco de todo lo que me interesa: la magia, el rock, el horror cósmico, el poderío de los ricos, la idea de la vida eterna y un montón de cuestiones que creo que se fueron encadenando con bastante naturalidad; no fue una cosa forzada.
¿Cuánto tiempo se demoró escribiéndola?
Diría que un año y medio, más o menos, y después unos seis meses más de corrección, que fue casi una reescritura porque corté mucho.
Tiene un poco de todo lo que me interesa: la magia, el rock, el horror cósmico, el poderío de los ricos, la vida eterna y un montón de cuestiones que se fueron encadenando
¿Cuándo aparecieron esos personajes en su cabeza? A algunos ya los conocíamos desde Las cosas que perdimos en el fuego.
Es algo complicado. Cuando pensé en una novela tenía muchas ganas de hacer una de terror, así que mi primera idea fue una trama de la oscuridad, la secta, esta gente que habla con este dios, y cuando empecé a pensar cómo se iban a comunicar con él, apareció el personaje de Juan como el intermediario, también el conflicto de la herencia. Una vez que establecí la trama y tuve claro ese background aparecieron los personajes; la trama quedó en un segundo plano, como telón de fondo, pero sin ella no habría tenido a los personajes. Yo armé un mundo y después lo poblé; entonces apareció muy claramente, sobre todo, el tema de la herencia; si nosotros les trasmitimos nuestras maldiciones a nuestros hijos o no, y si es posible cortar eso o no. Ese es uno de los temas, quizá el más importante, el más claro y el que enmarca el viaje de Gaspar hasta el final.
Hay una parte de la novela bellísima, cuando los personajes hablan sobre una colección de discos en vinilo. ¿Esta banda sonora es la suya propia, o creó una para la historia?
En general elijo bandas musicales acordes con la novela, más allá de lo que a mí me gusta, y coincidentemente hay cosas que me gustan mucho como Bowie, Zeppelin y Dylan, que fueron los más importantes en la novela, en esa transición de los años sesenta a los setenta. También, aunque no están mencionados, escuchaba y me inspiraron bastante los Rolling Stones de esa época, que son muy oscuros. Pero sobre todo era la música de ese periodo, que es cuando se termina el sueño hippie amable donde los jóvenes creen que van a cambiar el mundo, y todo se oscurece muchísimo. Empieza el momento donde ya es claro que la juventud dorada no era tal; en la música hay muchos cambios y experimentaciones, y pasan cosas bastante oscuras: los Stones en Altamont, donde matan a un tipo delante de ellos; hay muchísimo juego con el ocultismo; Bowie directamente nombra cosas; aparece Black Sabbath, que es una banda muy relacionada con eso. La búsqueda espiritual se oscurece y los jóvenes de la novela estaban muy cerca de eso. Esa fue específicamente la banda sonora.
El libro es editado por Anagrama. Foto:Archivo particular
Entre 1985 y 1986 aparecen los amigos de Gaspar, como de su generación, que reflejan cómo era Argentina en ese momento. ¿Así fue su vida en esa época?
Es parecida. Ellos tienen un poco más de dinero que yo. Sobre todo Gaspar y Pablo, que son los más acomodados. Victoria es, a lo mejor, a quien me parezco más, pero tampoco soy ella; no es nada autobiográfico. Es un tipo de casa y un tipo de relación con los padres que me parecía más cercano. Yo quería que la novela fuese de terror, pero que tuviese muchísimos momentos que le permitieran al lector un reconocimiento hiperrealista, porque necesitaba ser verosímil. A mí el terror loco y fantástico me encanta, pero quise escribir una novela que rompiese esa barrera para la gente que no lee terror habitualmente, y sin que dejara de ser una novela de género. Hay pandemonios, un dios que come gente, escenas horribles, pero también un nivel de hiperrealismo detallado: las bicicletas, los hoteles, los balnearios de la zona, incluso esa escena que mencionabas de los discos. Hay cosas totalmente reales como lo de Omaira Sánchez, que para mí fue escalofriante y uno de los recuerdos audiovisuales más impactantes de mi infancia; y sentí que tenía que estar en el libro porque es una suerte de presagio para los chicos. Yo necesitaba eso: no engañar al lector, sino que, si alguien no está acostumbrado a leer fantasía oscura o ficción rara, pudiera entrar al libro con más amabilidad. Se trataba de permitirme crear ese mundo que tuviera momentos del mundo real, no solo para que funcionara el miedo, sino también el efecto verosímil, y para que yo, como escritora, pudiese acompañar la historia con mayor intensidad y cercanía a los personajes.
Otro de sus libros es editado en el país por Laguna Libros. Foto:Archivo particular
Plantea su novela como un sistema que construyó con los temas que le obsesionan y las cosas que le conforman. ¿Cuál es el punto de partida o el eje de ese sistema?
El inicio de este sistema fue la trama de un montón de gente que quiere mantener su poder a partir de mantener la vida eterna en este plano, de mantener viva la conciencia. Esa fue la idea última que me perturbaba y que, acá entre nosotros, está sacada de La invención de Morel de Bioy Casares.
Es muy interesante la combinación del terror con temas políticos como la dictadura, que fue, en sí misma, siniestra. ¿Cómo logra la alquimia de esos temas?
En general, el terror escrito en esta parte del mundo es necesariamente político-social porque todos lo experimentamos de alguna manera y vimos cambiadas nuestras vidas, las de los que conocemos, o la de nuestros países, por cuestiones políticas y sociales. Está absolutamente enganchado; es muy difícil hablar de un terror en América Latina que no tenga relación con algún tipo de exceso de poder desde el Estado, las bandas criminales e incluso la vida cotidiana. Vivimos en el continente más violento del mundo y eso nos marca, sí o sí. Para mí la experiencia del miedo real y como género, el terror es lo más apropiado para contar la realidad, o al menos las sensaciones de la realidad. Desgraciadamente en nuestro continente hacer desaparecer cuerpos es de lo más común; es algo que un mexicano, un colombiano, un argentino, pueden entender perfectamente: una fosa común, el poder de deshacerse el cuerpo del enemigo, cualquiera que sea, el trauma y las consecuencias que trae eso después en el cuerpo social. Por eso la cuestión de la herencia es muy importante, si este trauma se lo voy a pasar a mi hijo, si voy a cortar con eso o si lo vamos a continuar para siempre, si vamos a ser siempre cómplices de esto o no. Así es como está engarzado el terror con lo real que experimentamos.
Otro de sus libros editado por Laguna Libros en Colombia. Foto:Archivo particular
¿Qué puede decirle a un escritor del género para que tome distancia de la tradición europea y logre otras visiones?
Es difícil, pero creo que hay que empezar a mirar esto de los terrores reales, cuáles son nuestros miedos, qué es un bosque embrujado para nosotros, porque no es donde está el espíritu de la naturaleza, sino la selva donde se esconden los criminales. Después, leer el fantástico y el terror latinoamericano; no hay mucho, pero hay cosas contemporáneas interesantes. Se trata de leer y ver por dónde va esta generación que creció con Spielberg, Twin Peaks, Stephen King, y se formó sentimentalmente con eso. Luego, en cuanto a lo fantástico, investigar, leer y conocer desprejuiciadamente nuestros mitos y creencias populares, que hablan de miedos compartidos, para después deformarlos y usarlos para nuestra producción de ficción. Hay una tradición riquísima que está invisibilizada, subexplotada y muchas veces ridiculizada como cuentos de viejos. Por eso es importante recuperarlo, cambiarlo, retorcerlo y acomodarlo a la ficción en la que estamos trabajando, porque quizá el mito, tal cual es, ya no nos sirve porque fue demasiado despreciado y es difícil volver a darle el respeto que requiere el miedo. Pero nosotros, quienes escribimos ficción, podemos hacer lo que queramos con la historia.