En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Exclusivo suscriptores
El Día del Amor y la Amistad en Colombia debería ser todos los días
El Gobierno debería decretar que sea fiesta nacional y patriótica, dice Juan Gossain.
Es importante revisar el rol que se le otorga al otro. No debe estar ligado al apego ni al poder. Foto: Pexels.com
Oiga, amigo, dígame una cosa: ¿cuál es el origen de la palabra ‘amigo’?
Este sábado se celebra en Colombia el Día del Amor y la Amistad. Por eso, y como no tengo nada que hacer, me puse en la tarea de averiguar dónde diablos fue que nacieron palabras como ‘amigo’ y ‘amistad’, quién las inventó y por qué motivo.
Ya que nos pasamos los 12 meses del año celebrando entre nosotros el Día del Rencor y la Enemistad, declaremos en Colombia el Año del Amor y la Amistad en vez de un solo día
Como ocurre con todo nuestro vocabulario, la historia de ‘amigo’ está llena de detalles emocionantes y novelescos. Para empezar, digamos que el término amicus, que es el original, procede de la lengua latina que se hablaba en todos los confines del Imperio romano, y que es la madre que parió a nuestro idioma castellano.
Esa palabra latina, amicus, se deriva de amor. Una historia muy antigua indica que ‘amigo’ y ‘amistad’, con todas sus variaciones, proceden de dos términos diferentes, animi, que significa ‘alma’, y custos, que significa ‘guardián’ o ‘custodio’. O sea, el que guarda o protege el alma. Un amigo es el alma del otro. Y lo contrario, el enemigo, es precisamente inimicus en latín, ‘el que no tiene alma’.
Los grandes filósofos de la antigua Roma se ocuparon del tema. Cicerón, por ejemplo, decía que la amistad verdadera se construye sobre valores fundamentales como la lealtad, la solidaridad, la sinceridad y el compromiso mutuo. Ya dijo la cultura popular que un amigo es uno mismo en otro cuerpo.
El odio, el rencor, la rabia
Fuertes confrontaciones se presentaron entre Esmad y manifestantes. Foto:Francisco Perafán
De manera, pues, que, tras ese breve viaje que acabamos de hacer por la Roma antigua, hemos decidido regresar a la Colombia de hoy (lástima que no tuvimos oportunidad de saludar al emperador Julio César).
Aquí estamos de regreso. Llega uno y encuentra que el país está repleto de violencia e iracundia, de odio y rencores, de maldad y disputas, de trifulcas y reyertas, de disparos y pedradas, de camorras y trompadas, de peloteras, zafarranchos, altercados. Ya la gente no habla sino que grita. Ya no hay saludos sino agravios.
Cada día hay más querellas. Organizan manifestaciones y marchas en cualquier parte por motivos variados, para protestar por algo, pero siempre concluyen en tiroteos, garrotazos, heridas y contusiones.
Por eso, yo traigo hoy una propuesta que les quiero hacer a todos los colombianos, al país entero, en pueblos y ciudades, desde la montaña hasta el mar, pasando por la selva y la llanura.
Parece que cada día en Colombia fuera, más bien, la celebración del día del rencor. Seamos sinceros: ¿no sería más honrado que pasado mañana celebremos el Día del Odio y la Maldad? La verdad hay que decirla aunque duela.
Todo el año
Mi propuesta es la siguiente: ya que ahora nos pasamos los doce meses del año celebrando entre nosotros el Día del Rencor y la Enemistad, declaremos en Colombia el Año del Amor y la Amistad en vez de un solo día. El país requiere de una terapia larga, un tratamiento que dure por lo menos un año entero, para que podamos tener la curación mental y espiritual que estamos necesitando.
Por lo pronto, para comenzar de una vez, el Gobierno debería decretar que pasado mañana es día de fiesta nacional y patriótica. Así empezaríamos esa monumental campaña con el propósito de recuperar, estimular y acrecentar el cariño, la comprensión y el afecto entre la gente. Eso es lo que estamos necesitando de urgencia en esta Colombia alterada, iracunda, conflictiva, peleonera y agresiva.
También aprovecho esta oportunidad –como decían los grandes ciclistas cuando los entrevistaban por radio al final de cada etapa– para contarles cómo y por qué nació en el mundo entero el Día del Amor y la Amistad y cómo fue, además, y por qué motivo, que en Colombia le cambiaron su fecha anual.
Para allá vamos.
El amoroso Valentín
Cierre usted los ojos, invoque su imaginación y haga de cuenta que estamos en el año 226 después de Cristo, hace ya la friolera de mil ochocientos años, y que estamos en la Roma imperial que dominaba el mundo.
Ese año nació un hombre llamado Valentín, que se convertiría al cristianismo y se haría sacerdote. Mientras practicaba la medicina, dedicó su vida a pregonar el amor entre las personas y a predicar con fervor que la amistad es el más puro de los sentimientos humanos. En esas andaba cuando el emperador Claudio II expidió una ley rigurosa en la que se prohibía que los soldados del ejército romano se casaran o tan siquiera tuvieran una amante y formaran familia.
Semejante disposición, que pretendía manipular la propia naturaleza de los hombres, se debía a que el gobierno pensaba que, al tener una familia, los militares dedicaban mucho tiempo a ella y poco tiempo a la milicia, lo cual afectaba el rendimiento de las tropas en el campo de batalla.
El monje Valentín de inmediato se sublevó contra esa ley. Dijo que ella desobedecía y contradecía los mandamientos de Dios.
Decapitan al santo
A couple pose in front of the "I love you wall" near Sacre-Coeur (Sacred Heart) in the Montmartre District of Paris on February 14, 2019, on Valentine's Day. / Foto:AFP / Lionel Bonaventure
Valentín siguió casando a los soldados con sus novias, a escondidas del emperador, incluso en las cárceles, y entonces fue cuando Claudio montó en cólera y prohibió la existencia del cristianismo en todo su territorio.
Aun así, el monje siguió celebrando matrimonios. Como siempre ocurre, no faltó el chismoso que le fuera con el cuento al emperador, quien dio la orden de capturar a Valentín y llevarlo ante él para darle la oportunidad de que se arrepintiera y le pidiera perdón. Había planeado que solo lo regañaría.
Pero el gran Valentín, con la enorme valentía que pregonaba su propio nombre, se ratificó en todos sus principios y se negó a disculparse. De manera que Claudio, ofendido en su poderío imperial, ordenó que lo decapitaran por desobediente.
Llevaron al santo a la cárcel, esperando que llegara la fecha de ejecutarlo, y ahí es donde cuentan los historiadores y testigos de la época lo que pasó. La hija del juez del presidio era una jovencita ciega. Valentín rezó a Dios pidiendo que la muchacha pudiera ver.
Cuando ya lo llevaban al cadalso, para descabezarlo, escribió en un papelito y se lo entregó a la chica. Ella lo agarró y lo abrió. Decía: “Con amor, Valentín”. Fue la primera vez que ella pudo ver.
El día del amor
Valentín fue decapitado el 14 de febrero del año 270. Fue por eso que la Iglesia católica decidió que el mismo 14 de febrero, cada año, se celebre el día de San Valentín como la fecha consagrada a la amistad y el amor.
De esa manera, entre gallos y medianoche, llegamos al año de 1842. Fue entonces cuando una pintora norteamericana, que también se dedicaba a los negocios, y que se llamaba Esther Howland, tuvo la feliz idea de diseñar y dibujar con imágenes románticas las primeras tarjetas que se conocieron para celebrar el día de San Valentín. Las vendió en las tiendas, convirtiéndose en la creadora comercial del Día del Amor y la Amistad.
Valentín pierde en Colombia
e manera, pues, que Colombia también mantuvo esa fiesta tradicional en su calendario, al igual que los demás países de América y Europa. Hasta Cuba, que desde hace más de sesenta años tiene un régimen marxista de gobierno, festeja el día consagrado al santo que pregonaba los lazos del amor entre los seres humanos y que terminó pagándolo con su propia vida.
Ese día el novio llevaba la novia a cenar, le regalaba un hermoso ramo de flores y le brindaba una copa de champaña. El marido le compraba a su esposa el vestido que ella estaba soñando y los amigos verdaderos llamaban a sus compañeros para desearles salud y bienestar.
Hasta que llegó el año de 1969 –hace ya 52 años, un poco más de medio siglo– y las cosas cambiaron. Resulta que los comerciantes convencieron al Gobierno de aquella época para cambiar la fecha. Los empresarios argumentaban que febrero es una pésima época para festejos porque la gente había quedado sin plata después de los gastos de diciembre y de lo que costaba el inicio de la temporada escolar.
En cambio, decían ellos, septiembre era un mes propicio que, además, no tenía un solo día festivo, como cosa rara en Colombia. El argumento era poco romántico, pero muy rentable, de modo que el Gobierno accedió a cambiar la fecha y pasarla para el tercer sábado de septiembre.
Sábado y no domingo
Foto:iStock
De modo que en todos los confines del mundo san Valentín le ganó la disputa al emperador de Roma, nada menos, pero perdió en Colombia.
Al pasarlo para septiembre, los comerciantes pidieron, además de todo, que se celebrara el tercer sábado de ese mes. Fecha perfecta para ellos porque ese día los trabajadores acaban de recibir su quincena. Y entonces, empezó a preguntarse la gente, por qué un sábado y no un domingo, como hubiera sido lo lógico.
La razón también es práctica y de justificación mercantil. Porque siendo domingo no puedo irme a cenar contigo, mi amor, ni ir a bailar sabroso, ya que el lunes tengo que madrugar para ir al trabajo.
Esposos, novios, amigos, amantes, enamorados, seductores y seducidas tuvieron que acostumbrarse a todos esos cambios. He ahí, en consecuencia, los motivos por los cuales el Día del Amor y la Amistad, en nuestro país, ya no sea el día de San Valentín sino el de pasado mañana, sábado 18 de septiembre.
Epílogo
Hablando de la fecha que cada año se dedica a la amistad, hace quince días falleció, agobiado por el coronavirus, el periodista colombiano Javier Ayala, verdadero maestro en el tema de la información económica.
Yo tenía veinte años y el cabello largo cuando llegué a Bogotá, por primera vez en mi vida, con el propósito de empezar mi carrera de periodista en El Espectador. Estaba comenzando, precisamente, el mes de septiembre de 1969. Yo no contaba en aquella ciudad con un solo pariente, ni un amigo ni un conocido. Sueños e ilusiones eran lo único que tenía en esta vida.
Ayala era reportero en el mismo periódico. En medio de mis penurias y necesidades, de mi soledad y mi tristeza, Javier fue el primero que me tendió la mano y me dio un abrazo, con una sonrisa fraternal, y me sirvió un plato en su mesa y me brindó una cama cálida en su casa.
Mientras exista la amistad, Javier Ayala no ha muerto; él vive en mi corazón.