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El padre Gaitán Orjuela, Cervantes y nuestra lengua castellana
Ambos autores realizaron aportes significativos a la lingüística castellana, en Colombia y el mundo.
Feria del Libro rinde homenaje al Día del Idioma. Foto: Archivo EL TIEMPO
¿Ustedes saben cuál es el origen de la palabra carajo?
Perdónenme, pero es mejor que empecemos por recordar que el pasado 23 de abril, el mundo entero, y no solo el de habla hispana, celebró el Día del Idioma Español. Abril es el mes de la lengua castellana y por eso en algunos lugares suelen llamarlo “el mes de las letras” o, también, “el mes de Cervantes”, ya que se cumple un aniversario más de su muerte. Eso es, precisamente, lo que se conmemora.
Don Miguel de Cervantes Saavedra, el más grande escritor que ha parido nuestra lengua, murió el 22 de abril de 1616, hace ya 406 años, pero fue sepultado al día siguiente, y por eso el 23 de abril quedó consagrado como el día de nuestro lenguaje.
Miren ustedes cómo es la vida de asombrosa y de milagrosa. Resulta pasmoso, prodigioso, mágico y casi sobrehumano que, el mismo 23 de abril de 1616, mientras estaban sepultando a Cervantes, haya fallecido William Shakespeare, el más grande escritor de la lengua inglesa. Murieron con un solo día de diferencia y subieron juntos a la misma gloria. Por eso es que el Día del Idioma Inglés también se celebra el 23 de abril.
Por mi parte, yo quiero aprovechar este mes dedicado a nuestro idioma para hablar con ustedes, aquí en familia, de un personaje colombiano que la gente injustamente desconoce. Es uno de los más grandes cultores y promotores de nuestra lengua en este país. Es un irable sacerdote. Espérenme y les echo el cuento.
El periodista Francisco Celis Albán, al que todos sus colegas llaman Pacho, es mi editor aquí en EL TIEMPO. Editor es un decir; en realidad, es mi coautor, ya que se la pasa sugiriéndome unos temas extraordinarios para estas crónicas.
Pues bien: hace unos cuantos días, echando cuentos telefónicos con Pacho, me preguntó que si, con ese amor que yo tengo por las palabras y los dichos, ya conocía la historia del padre Efraín Gaitán Orjuela. Lo primero que sentí fue un soplo de viento fresco en el corazón. Se revolvieron en mi alma aquellos tiempos de la adolescencia escolar, cuando leí por primera vez la Biografía de las palabras, uno de los libros que más me ha impresionado en la vida.
El padre Gaitán, su autor, murió hace once años en un accidente de tránsito. La suya fue una vida realmente irable, al servicio de las comunidades más pobres del Chocó, donde realizó su formidable tarea pastoral, pero al mismo tiempo se dedicó a desentrañar los orígenes de cada palabra castellana, desde su propio nacimiento. Como dice José Mosquera, el padre vivió entre la sotana y la pluma.
Efraín Gaitán fue considerado el padre del periodismo chocoano. Foto:EL TIEMPO
Efraín Gaitán Orjuela nació en Bogotá y en 1967 fue a aislarse en las selvas del Chocó, como párroco en la población de Bellavista, y después de haber estudiado sociología y periodismo en Roma. Pero lo que realmente lo apasionaba era el estudio de cada palabra, su origen, su significado y sus anécdotas. La semántica, mejor dicho.
Todo eso es irable, especialmente por tratarse de aquellos tiempos, ya que la primera edición de su obra maestra fue hecha por el Banco de la República en 1956, hace ya 64 años, cuando el padre apenas tenía 27 años de edad.
De ahí que yo me haya pasado media vida preguntándome con genuina curiosidad cómo hizo este hombre para investigar y desentrañar la biografía entera de cada palabra, en un libro de quinientas páginas, en una época en que no existían los computadores, ni las consultas electrónicas ni el teléfono celular.
Como si fuera poco, el padre tuvo tiempo para escribir otras obras, entre ellas La clave del éxito periodístico, Conferencias de un misionero del Chocó, Anécdotas sobre periódicos y periodistas y Rastros y rostros del periodismo chocoano.
La palabrita aquella
Pues, sepan ustedes —volviendo al comienzo de esta crónica— que el padre Efraín Gaitán Orjuela, en su inigualable Biografía de las palabras, trae la mejor investigación sobre el origen de la expresión carajo.
Aunque hoy sea uno de los vocablos más usados y repetidos cada día en la lengua española, terminó convertida en una expresión grosera y altisonante, y hasta contradictoria, porque sirve de igual manera para elogiar o para insultar: “Vaya al carajo” es una afrenta, pero “tú eres un tipo del carajo” es un elogio.
Resulta pasmoso y casi sobrehumano que, el mismo 23 de abril de 1616, mientras estaban sepultando a Cervantes, haya fallecido William Shakespeare, el más grande escritor de la lengua inglesa
Y resulta que, como logró descubrirlo el padre Gaitán Orjuela, carajo ni siquiera es palabra de nacimiento castellano. Su etimología, como dicen los lingüistas, es otra. Antes del descubrimiento de América, carajo era el nombre de una tribu indígena del Brasil. De ahí lo heredamos.
(A propósito de lo que mencioné hace unas pocas líneas, en relación con las curiosas palabras que, de manera simultánea, significan una cosa pero también su contraria, voy a ver si un día de estos nos ponemos a conversar con ustedes sobre ese tema tan apasionante como asombroso y divertido).
Don Miguel y sus inventos
Los invito a que vayamos ahora a hacerle una visita, aunque sea breve, a quien es, sin duda alguna, el santo patrono de la lengua española, la figura cimera, el más grande de todos: don Miguel de Cervantes Saavedra, el creador de don Quijote, ese hombre delgaducho y de grave semblante.
Cervantes fue un escritor tan grande que inventó, por su propia cuenta, más de 140 refranes y sentencias, que aparecieron por primera vez en sus obras geniales, y desde entonces entraron a formar parte del torrente de nuestro lenguaje. Aquí les voy a poner apenas algunos ejemplos:
"El hacer bien a villanos es echar agua en la mar”.
"Un hombre es mayor que otro cuando hace cosas mayores”.
"Más vale pena en el rostro que mancha en el corazón”.
"En casa llena, pronto se guisa la cena”.
"Lo que se sabe sentir se sabe decir”.
"El vino en exceso no guarda secreto”.
"Más vale el buen nombre que las muchas riquezas”.
"Una retirada a tiempo vale más que una derrota”.
"Donde reina la envidia no vive la virtud”.
¿Qué significa 'quijote'?
Como si fuera poco haber creado todo ese montón de nuevos refranes, Cervantes inventó también una gran cantidad de palabras que hasta entonces no existían en nuestro lenguaje.
La primera de todas, naturalmente, es quijote, el sobrenombre inmortal que le puso a don Alonso Quijano, personaje central de su novela. Hasta entonces, el quijote era una prenda de montar que los caballeros antiguos se ponían a la hora de iniciar su cabalgadura.
Pero Cervantes la consagró para siempre, de modo que hoy el término quijote aparece registrado de estas dos maneras en el Diccionario de la Real Academia Española: “1. Hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas. 2. Hombre alto, flaco y grave, cuyo aspecto y carácter hacen recordar al héroe cervantino”.
Pero es que, como si fuera poco con los 140 refranes, los investigadores más acuciosos han logrado establecer que Cervantes también creó o rescató unas 20 palabras que no existían antes de él o que ya habían sido olvidadas. Algunas de ellas hoy son tan populares y comunes como rocín, que es el caballo basto y de mal aspecto (por eso, precisamente, al caballo de don Quijote le puso por nombre Rocinante).
Pero también creó palabras como mesura, para referirse a la moderación, o alevoso, como sinónimo de traidor, y denuedo, para señalar el coraje de ciertos hombres. También fue don Miguel de Cervantes el padre de galgo, que es el perro esbelto, de musculatura fuerte y muy rápido.
De la misma manera, rescató algunos vocablos que se usaron en los orígenes de la lengua española, por allá en el año 800 de la era cristiana, pero que ya habían desaparecido cuando él escribió el Quijote. Por ejemplo: celada, una pieza que usaban los soldados antiguos para protegerse la cabeza. Es el mismo caso de sayo o sayal, una prenda de vestir enteriza que llegaba hasta las rodillas.
La estatua de don Quijote y Sancho Panza custodia el monumento de Miguel de Cervantes. Foto:AFP
Cervantes en Cartagena
No puedo terminar esta crónica sin relatarles una historia realmente curiosa y emocionante, pero que muy pocos colombianos conocen, y de la cual hice breve referencia alguna vez en estas mismas páginas.
Ustedes saben que a Cervantes, que también era militar, lo llamaban, y lo siguen llamando, ‘el manco de Lepanto’, a causa de la herida de tres disparos que sufrió en la batalla naval de Lepanto, en la que los cristianos de varios pueblos europeos se unieron para combatir a los musulmanes turcos, y que para siempre le dejó inválido el brazo izquierdo.
Pues bien: en esos tiempos existía en España una ley muy justa y bienhechora según la cual el Estado estaba dispuesto a darles empleo a los soldados que sufrieran esas invalideces en batalla.
Haciendo uso de ese derecho, Cervantes escribió una carta al rey pidiéndole trabajo y sugiriendo que se le nombrara contador oficial de barcos en Cartagena de Indias, que tenía apenas cuarenta años de fundada. El rey accedió a esa solicitud y ordenó que lo emplearan. Pero el secretario del rey escribió al margen una nota que decía: “Concédasele la merced, pero aquí en España”.
Y de esa manera Cervantes, que aún no había escrito la historia de don Quijote, nunca pudo venir a Cartagena ni a Colombia. Lastimosamente, nos privamos de esa maravilla.
Epílogo
En el centro histórico de Cartagena, como un homenaje de iración pero también de gratitud por el episodio que acabo de contarles, está el monumento a don Miguel de Cervantes, que aparece sentado frente a su escritorio y con la pluma de escritor en la mano. Lo rodean matas y árboles.
Al frente de él, calle de por medio, se extiende el legendario Camellón de los Mártires, donde se alinean los bustos en mármol de los mártires que luchaban por la independencia y que fueron fusilados en ese mismo sitio por las tropas españolas en 1815.
Esa es una de las más perversas y dolorosas ironías de la vida: el hombre que simboliza lo mejor que nos dejó España, que es el idioma, frente a lo peor que nos dejó España, que es la muerte.