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Los artistas que encontraron en las videollamadas su mejor aliado
Alberto Granja y Cristina Matias decidieron dictar clases a sus estudiantes por internet.
Alberto Granja es artista bogotano y desde hace décadas dicta clases. Foto: Foto Cortesía
Alberto Granja se rehusaba a dictar clases de forma virtual. “Estoy acostumbrado a mostrar la intervención en el lienzo, la mezcla de colores. Sin embargo, uno se adapta”, dice el artista.
Él y su esposa, Cristina Matias, también artista, decidieron que nunca es tarde para adaptarse a los cambios. Al fin y al cabo su herramienta es la creatividad.
La casa de Alberto y Cristina se transforma constantemente según las necesidades. En ese tiempo pasado que llamamos “normalidad”, los martes, miércoles y sábados, la afluencia de gente que pasaba por la puerta era algo que no es frecuente en cualquier hogar.
Esos días llegaban estudiantes de la clase de pintura de él. Unos por la mañana y otros por la tarde. También de la clase de escultura de ella. Entraba y salía gente cargando cuadros y diferentes piezas, con las manos untadas de pintura y de barro.
Ambos artistas se han dedicado a sus obras y a sus clases desde hace décadas. Alberto Granja ha enseñado desde los 17 años y acumula más de 35 impartiendo o, mejor, acompañando a sus estudiantes a través del mundo del arte. Por su lado, Cristina Matias ha enseñado cómo convertir la tierra en una obra de arte a niños, adolescentes y adultos; en colegios, en instituciones, en empresas, en su taller...
Y de pronto todo paró. El frenesí se detuvo. Aunque el silencio nunca reinará en esa casa, porque está llena de pájaros, el hijo menor de la pareja es baterista y porque la música es la compañera de la creación artística. Pero se ha perdido el calor de los estudiantes.
Además, el sustento económico de la familia ha sido principalmente las clases y la venta de sus obras. Pero ahora ambas entradas empezaron a estrecharse. Eso no les preocupa. A ellos no los ha detenido nada. Ni siquiera el infarto que ataco a Alberto hace poco menos de un año, que lo incapacitó por un largo tiempo. Por esa misma razón son muy conscientes de que lo mejor es la prolongación de la cuarentena.
Hace unas semanas, Anabella, una de las estudiantes de Alberto Granja en Panamá –a donde él suele viajar varias veces al año para exponer su obra y dictar clases–, le dijo que no quería dejar de pintar. Para motivarla, Alberto le dijo que lo hicieran: que pintaran juntos en la distancia. Ella se encargó de la parte técnica y decidieron hacer un primer ensayo. Funcionó.
Hay algo muy bonito y es que, como es personalizado, se comparten las dudas, los miedos, las incertidumbres, las alegrías…
A partir de ese momento brotó una cascada. Empezaron a aparecer, uno tras otro, estudiantes suyos. Ahora el profesor ya no tiene casi tiempos libres ni horas para dictar más clases.
“Hay algo muy bonito y es que, como es personalizado, se comparten las dudas, los miedos, las incertidumbres, las alegrías… Creo que en parte es la situación. Hay una incertidumbre que hace que lo vivido y lo que se tenga que vivir sea de otra forma”, reflexiona Granja.
A través videollamadas, el artista guía a sus estudiantes, les corrige la forma de usar el pincel o les indica qué color deben usar para pintar el cielo de la mejor manera. Pero más allá de que la herramienta es una pantalla, la clase mantiene su esencia. Incluso la práctica de hacer una pausa y tomar té y conversar sobre recetas de cocina, sobre la vida y sus ritmos.
Los estudiantes siguen con su proyecto individual, pero lo están llevando de una forma más tranquila. “Cada cual está asumiendo su proceso según su estado anímico. Es muy bonito ver que en el arte hay que mirar hacia dentro, y la cuarentena es ideal para hacerlo. Al fin y al cabo, el arte es estar más con uno mismo”, y agrega: “Estábamos inconformes con el paisaje, y resulta que está dentro de nosotros, en lo más simple”.
Cristina Matias es escultora portuguesa, desde hace más de 30 años vive en Colombia. Foto:Cortesía.
Por su parte, Cristina ha tenido un proceso más complejo, pues sus estudiantes no tienen en sus casas barro ni herramientas como espátulas o rodillos. Sin embargo, encontró que podía enviarles a sus casas un kit.
“Primero lo dudé. La escultura es muy táctil, siempre hay que estar en o con el material, por la textura, por las características... Me arriesgué y ha funcionado muy bien”, dice la artista portuguesa.
La maestra creó un soporte en el que pone su celular y trabaja al mismo tiempo que sus estudiantes. Con ese método logra explicarles de mejor manera. Son tres horas por cada clase. Hacen pausa y también toman un café o un té. “Lo importante es que no se pierde esa relación que se forja entre profesor y estudiante. Ha sido muy interesante”, comenta.
Así, el arte en el estudio de los Granja Matias buscó la forma de permanecer.