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Campo Miranda: 'Con 'Playa, Brisa y Mar' demostré que sí se podía poetizar el porro'
Rafael Campo Miranda, el compositor del olimpo de la canción popular en Colombia, habla en BOCAS.
Es el compositor de temas como Playa, brisa y mar, Pájaro amarillo, Lamento náufrago, Entre palmeras, Nube viajera y Brisas del Valle. Foto: EL TIEMPO
El día en que cumplió su mayoría de edad, Rafael Campo Miranda decidió entrar a estudiar una carrera profesional en Barranquilla, pensando únicamente en la posibilidad de un sostenimiento económico que le permitiera cumplir con su sueño de dedicarse a componer canciones. Cada fin de semana, el joven aprendiz de Comercio volvía por las calles de su natal Soledad o viajaba al muelle de Puerto Colombia o a poblaciones como Caracolí, Malambo Viejo y San Blas, en busca de imágenes que le permitieran detonar su inspiración fecunda. Ello que le permitió crear, según él mismo recuerda, más de cien temas, varios de los cuales ya hacen parte del cancionero tropical colombiano de todos los tiempos.
Jorge Alí Triana es el protagonista de la edición #130 de la Revista BOCAS. Foto:Revista BOCAS
Rafael Campo Miranda es seguramente el único compositor vivo de su generación. El próximo 7 de agosto llegará a sus 105 años de edad, con un haber creativo que lo instaló hace rato en el olimpo de la canción popular en Colombia. Temas como Playa (mejor conocido como Playa, brisa y mar), Pájaro amarillo, Lamento náufrago, Entre palmeras, Nube viajera y Brisas del Valle hacen parte de ese catálogo que empezó a nacer en la década del 40 y que ha sido asumido por artistas de la importancia de Bovea y sus Vallenatos, la Billo’s Caracas Boys, Chucho Sanoja, Nelson Pinedo y Carlos Argentino Torres con la Sonora Matancera, Lucho Bermúdez, Pastor López, Nelson Henríquez, Juan Carlos Coronel, Noel Petro, la Orquesta La Playa, Los Diablitos y sus propias hijas, Margarita y Martha Campo Vives, quienes entre las décadas del 70 y el 80 conformaron el exitoso dueto vocal Las Emes, que alcanzó a grabar unos ocho trabajos de larga duración en los que hubo un especial énfasis en las creaciones de su padre.
Al igual que su hermano Rafael, destacado guitarrista clásico, Margarita Campo se ha encargado de mantener vivo el legado de su padre a través de una academia de música por la que ha pasado, en palabras de la propia Margarita, media Barranquilla. “Después que mi papá se jubiló del área de los seguros fundamos con él la Academia Colombiana de Guitarra”, cuenta. “Yo comencé a dar clases desde chiquita, pero primero fui su asistente por allá a mis 11 o 12 años. Yo me encargaba de enseñarles a los niñitos chiquitos. Papá me pagaba por las horas y ya después, cuando crecí y todo, decidí poner mi propia academia. Y mi hermano también hizo su propia academia, entonces eso ya es una tradición aquí”.
Siempre consideré que la música era un elemento esencial para la comprensión de la humanidad. Un lenguaje muy expresivo que se adentra en las partes insondables de nuestra alma
En el seno de su familia no es una sorpresa que el maestro Campo Miranda haya sobrepasado el centenario de vida hace ya cinco años. “Es que por los genes de mi papá corre raza de longevo”, me aseguró Margarita hace unos años. “El tiene unos primos medios que vivieron hasta los 103. Y eso se hereda. Entonces aquí estamos con él y ojalá Dios nos dé esa felicidad de poderlo mantener todavía muchos años más”. La presente entrevista me fue concedida en febrero del 2017, pocos meses antes de que Rafael Campo Miranda llegara a sus cien años de vida, en completo dominio de sus facultades mentales y haciendo alarde de una memoria prodigiosa, en su casa en el barrio Riomar, rodeado por sus cientos de galardones y reconocimientos a su vida y obra.
Con estos recuerdos de la historia de su relación con la música, la familia, los paisajes, las mujeres y, por supuesto, la canción popular, honraba así Rafael Campo Miranda sus propias palabras acerca de sus procesos creativos, plasmadas en el 2005 en su libro Vivencias musicales de esta manera: “Sepa pues, mi benévolo lector, que en cada una de mis composiciones hizo siempre presencia real, y de una manera palpitante, una mujer, una aventura, un amor y, siempre de fondo, la consabida figura paisajística, todo ello vivido por mí a través de los largos y pesados años que hoy gravitan tan verticalmente en mi modesta existencia de cultor y cultivador de ese bello y profundo lenguaje musical-folclórico de mi patria querida. Fueron, pues, tan reales y verídicas las vivencias gestoras de mis composiciones que hoy, a veces, recuerdo y siento el dulzor de ellas, pero también sus sinsabores y amarguras”.
Rafael Campo Miranda celebró sus 100 años en el 2018. Foto:Vanexa Romero. EL TIEMPO
¿Qué lo llevó a hacerse compositor?
Siempre fui un irador de la música y siempre consideré que la música era un elemento esencial para la comprensión de la humanidad. Un lenguaje muy expresivo que se adentra en las partes insondables de nuestra alma. Si usted quiere algún día entrar en o con la divina luz, o sea, con Dios, puede, debe usar o la oración o la música, que son los dos lenguajes que llegan al alma de la humanidad.
¿Qué instrumentos aprendió a tocar?
Solamente guitarra, mi compañera inseparable. Ella era básica en mis composiciones. Y hasta mi pobre esposa, que Dios me la tenga en el mundo sempiterno sagrado, sintió celos por la tenencia indefinida, cariñosa y profunda que yo le daba a mi guitarra. A ella le debo el cien por ciento de la concepción de mis composiciones musicales folclóricas.
¿Cuál siente usted que ha sido su mayor aporte a la música?
Prácticamente yo considero que el modesto éxito de mis composiciones se debe a que yo poeticé el porro, que era un género que no tenía letras, y las pocas que tenía no eran poéticas. Yo me di a la tarea de vestir de poesía toda la línea melódica que constituía la base de mis composiciones. Y mis obras trascendieron los linderos patrios y fueron iradas y aplaudidas en países como Brasil, Venezuela, Estados Unidos, México, España, etc. Con Playa demostré que sí se podía poetizar el porro. Y entonces me di a la tarea de adornar todas las líneas melódicas que constituyeron la base esencial de mis obras. A las obras que compuse, las revestí de poesía.
¿De cuándo es la primera grabación de Playa, ese primer tema exitoso?
Por allá por el año de 1949; ya tiene más de medio siglo. Playa ha representado para mí no únicamente un prestigio artístico, sino que me ha producido pingües utilidades a través del tiempo.
¿Por qué le terminaron cambiando el título por el de Playa, brisa y mar?
Bueno, cosas inexplicables. Lo mismo pasó con Entre palmeras, otra obra mía. Nelson Pinedo, que era uno de los intérpretes, resolvió hacerle alguna modificación. Y entonces el primer verso que dice “entre uvitos y palmeras, / ebrios de brisas marinas y sol”, él lo cambió y le puso “entre las verdes palmeras”. Ese cambio no me gustó. Los versos deben conservarse porque constituyen parte esencial en la vida de la composición. Es tanto como que alguien le cambie el nombre a un hijo suyo.
Lamento náufrago es otro verdadero clásico, el himno informal de Puerto Colombia, del muelle…
Esa fue una obra que le hice a una dama de nacionalidad mexicana. Ella estaba hospedada en el Hotel Merey de Puerto Colombia. Allí nos conocimos y surgió un amor a primera vista. Ella estaba de vacaciones, era o es una mujer casada. En ese entonces se estilaba en México, según me cuentan, que las mujeres jóvenes obligadas a casarse con señores más adultos que ellas, como yo, pudieran viajar solas a Cartagena, Santa Marta, Cancún, a todos los puertos iberoamericanos que son tan atractivos, como una manera de compensar. Y surgió, en un momento dado, la chispa del amor. Y entonces nos citábamos a la orilla del mar, caminábamos a lo largo de la playa...
Rafael Campo Miranda, 1968 Foto:Archivo EL TIEMPO
¿Cuál fue el desenlace de esa historia?
Un amanecer fui al hotel y me dijeron que se había ido para Barranquilla. Me abandonó y me dejó solo en la playa. Eso para mí fue una cosa indeseable. Y así, con esa pena, salió en forma muy espontánea la obra que estamos comentando, Recuerdo náufrago. Me han dicho algunos amigos que han visto a esa persona, cuyo nombre es Adriana, en Panamá, pero que se ha engordado demasiado.
¿El tema se llamaba primero así, Recuerdo náufrago?
Sí. En Venezuela le cambiaron el nombre. De todas maneras, esa obra constituye una bandera. Casi que la toman para hacerla himno oficial de Puerto Colombia, pero el Concejo como que se opuso porque ya el municipio tenía un himno. Yo le digo que es un gran honor enaltecer la música de este bello territorio colombiano que tanto nos halaga y halaga a nuestros queridos iradores interioranos, como usted. Yo no les digo cachacos porque no me gusta ese apelativo, yo los llamo a ustedes interioranos, a los finos agentes y cultores de la música de mi país que vienen de allá.
Otra inolvidable composición suya es Pájaro amarillo, que es como una mezcla entre ritmos llaneros y de la costa…
Sí, porque esa pieza nació en 1963, año en que me gané el segundo lugar en el Festival de la Canción Colombiana en Villavicencio con la canción Rancho solo. Estando por San Martín, un amanecer, me encaucé por una vereda cruzada por un riachuelo, y a lo lejos había una pareja de novios recreándose con la presencia del paisaje. Al lado de ellos, muy cerca, en un matorral reseco, estaba posado un pájaro, el famoso toche de la costa. Muchos creen que yo le canto al turpial. No, yo le canto al toche, que es un pájaro rabioso. De pronto el novio le dio un beso a la novia, de esos besitos huidizos, no un beso profundo que llega al alma. Y el pajarito revoloteó, batió sus alas y en forma súbita levantó el vuelo y se fue. Y yo, hombre, aquí tengo yo un motivo para crear una obra. Y ahí nació Pájaro amarillo.
Ahora que usted me dice que encontró ahí una imagen, ¿normalmente cuáles son los motivos que lo han inspirado para componer?
La belleza que descubro por donde ando. Por ejemplo, las mujeres, su caminar rítmico, el color de sus ojos, el color de su cabello, la forma como hablan. En fin, la mujer es materia prima para mis composiciones y en todas ellas hay una mujer. Lo mismo que el paisaje que me ofrece el mar. El mar, la mujer y un amor son, han sido, los verdaderos escenarios de mis composiciones. Porque allí encuentro la parte paisajística y amorosa de esta región Caribe.
¿Cómo nació su merengue Unos para todos, y por qué su espíritu de protesta?
Pues porque en todas las ciudades siempre hay problemas. Por allá a principios de los 70, Barranquilla vivía totalmente perdida en el tema de servicios públicos, y la política se había dañado en forma increíble. Entonces mis compañeros del Club Rotario me pidieron que compusiera sobre eso. Yo no encontraba ahí nada artístico, pero insistieron tanto que me di a la tarea. Así nació esa letra cargada de inconformismo: “Unos para todos es la consigna general / no más injusticias en esta tierra sinigual. / Luchemos por Barranquilla, / puerta de oro de Colombia, / somos unos para todos, / ¡salvemos a Barranquilla!”.
¿Qué consecuencias trajo ese tono beligerante?
El gobernador de esa época, cuyo nombre me reservo, supo cuál era el objeto de la obra y tuvo la intención, así lo anunció, de mandar a recoger el disco. Y me informaron. Entonces yo apelé a la amistad de un amigo abogado que me dijo: “no, Rafa, deja que la recojan porque te vas a volver rico”. Pero parece que el señor gobernador intuyó lo que iba a ocurrir y dejó que la cosa pues siguiera como venía siguiendo.
Nube viajera es un tema que se sigue escuchando mucho, en particular la versión del venezolano Nelson Henríquez.
Sí. El motivo fue el siguiente: vino otra señorita de México que traía la representación de un laboratorio de cosméticos y que estaba recorriendo toda la región Caribe. Nos conocimos en una sesión solemne de un colegio antioqueño que estaba establecido aquí en Barranquilla. Y ahí pues bailando y hablando y tratando cosas bonitas, atractivas, nos enamoramos. En su apartamento me ejecutó algunas piezas clásicas de la vieja Europa, porque era pianista clásica a pesar de ser agente viajera. Bueno, entonces me invitó a que me fuera para México con ella, pero yo no podía irme, porque mi madre dependía económicamente de mí. Yo le prometí a ella de corazón, de alma, que nunca la olvidaría. De modo que se fue con esa promesa. Se llamaba Nubia, y yo le puse Nube. Es poético, ¿no?
Mucho, sí, señor…
Con composiciones poéticas va uno arreglando todas las cosas para agradar, porque lo primordial es que uno con sus composiciones agrade a la humanidad. Por eso a mí me encanta que tengo detrás una cantidad de amigos y amigas que constituyen los seguidores y iradores de mi música. Ese es un patrimonio valioso que tiene tanto valor como el que puede ver usted allí, en las paredes, representado en esos galardones.
El próximo 7 de agosto llegará a sus 105 años de edad Foto:Archivo EL TIEMPO
Es elocuente que todos en su familia hayan seguido sus pasos en la música.
Sí. Rafael, mi hijo, es concertista y profesor aquí en la Universidad Autónoma, y también heredó un poco la composición. Y las hijas que formaron el conjunto Las Emes, muy conocidas en el pasado, fueron fieles intérpretes de la música de su padre. Y también tenían un trío, Rafa, Margarita y Martha, y ese trío lo convertimos en una entidad eminentemente musical que nos llevó a disfrutar de grandes delicias en nuestra vida privada.
Usted también ha escrito libros, ¿no?
Sí, porque descubrí que muchos iradores y seguidores de mi música querían saber qué motivo tenía yo para crear esas composiciones. Y entonces yo me di a la tarea de escribir Vivencias musicales, un libro en el cual aparece la razón de ser de mis obras, por qué, dónde y cuándo compuse yo cada una de mis canciones, obras musicales propias de mi región Caribe que hoy constituyen mi verdadero patrimonio musical.
¿Cuántas obras ha compuesto usted?
Por ahí como unas ciento y pico, pero hay una parte que está todavía ahí, estática, que espero que puedan surgir en el futuro. Las que han sido obras de impacto han sido estas que le estoy reseñando, y otros éxitos que tengo yo, que también le han dado la vuelta al mundo como, por ejemplo, Cumbia roja, una cumbia que yo le hice a mi querido terruño de Soledad.
¿Cuál es la historia de ese tema?
Cuando viví allá en Soledad mis primeros años había una calle que la llamaban ‘Cocosolo’, un lugar en donde todos los domingos había fiesta y sonaba la cumbia, y yo a lo lejos veía las luces que se veían como rojas. Para mí esa era como una obsesión. Yo me alejaba nada más para recrearme con las luces, el tambor y la flauta de millo desde la distancia. Entonces le compuse esa obra.
¿Qué balance hace de toda esta vida?
A través de la composición la vida me ha tratado muy bien. La gente, los amigos, las amigas, los familiares, todos me quieren porque soy músico, porque soy compositor. Y ellos se sienten bastante complacidos cuando yo les canto o les hago llegar esas melodías que llevan en su línea melódica… cómo te diría… un mensaje de paz y de amor.
¿Qué siente que le falta por hacer?
Bueno, divulgar el resto de mis obras para que sean conocidas en mi país como homenaje a la música de mi tierra. Ahora mismo estamos hablando de unas ocho o diez obras, pero tengo muchas más y no todas han sido éxitos. Porque uno compone una canción y tal vez piensa que va a ser reconocida, y de pronto no lo es, porque quien da el veredicto es el pueblo. Pero yo he empleado muchos años en su elaboración, de modo que espero que ese sea el futuro en mi historia personal.
Esta entrevista fue realizada por Jaime Andrés Monsalve