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Fabio Melecio Palacios: la brutal historia de un hombre carimbado
La exposición de Fabio Melecio Palacios en Espacio El Dorado trae al presente un pasado infame.
Exposición de Fabio Melecio Palacios Foto: Espacio El Dorado
Fabio Melecio Palacios creó una de las obras más impactantes del arte colombiano en el siglo XXI: su Bamba, martillo y refilón ganó el Premio Luis Caballero en 2011, es parte de la Colección del Banco de la República y es una pieza que deja sin aliento: se trata de cientos de machetes que flotan en el aire y se mueven como un péndulo sobre la cabeza de los espectadores. Es una obra que destila peligro y poesía: son los machetes con los que se corta caña de azúcar en el Valle del Cauca; habla de todo al mismo tiempo: trabajo, dedicación, explotación, violencia y la herencia maldita de la esclavitud.
Melecio –en una línea que no deja concesiones– presenta una nueva obra en Espacio El Dorado igual de escalofriante y contundente; es una obra que también corta. Su sola presencia es una herida. Son los sellos –o carimbas– con los que se marcaba la piel de los esclavos. Melecio hizo las carimbas con cuchillas de afeitar en tamaño gigante. Y acercar un dedo es ponerse en peligro.
Exposición de Fabio Melecio Palacios Foto:Espacio El Dorado
“Todavía usamos marcas sobre nosotros”, dice Melecio Palacios. “La gente se pone sacos con sellos gigantes en el pecho de Gucci o Versace. O se pone tatuajes… la herencia no ha muerto”. En la investigación para su maestría en Estética y creación se planteó varias preguntas, ‘¿cómo les gustaría a los esclavos vengarse de sus amos?’, ‘¿cómo los someterían?’ Las preguntas se quedaron sin respuesta, pero en medio de su investigación llegó a varios archivos infames. Y el que lo ‘marcó’ fue el de las carimbas.
La gente se pone sacos con sellos gigantes en el pecho de Gucci o Versace. O se pone tatuajes… la herencia no ha muerto.
Las carimbas eran los sellos que usaban los dueños de los esclavos para marcar su ‘propiedad’; el cuerpo de una persona se convertía en una especie de sobre para un sello postal. El primer dueño lo marcaba con su escudo; si pasaba a un segundo dueño, recibía otro sello, otra marca con hierro candente. El cuerpo de un esclavo podía revelar su procedencia.
“Quería que la obra marcara”, dice Melecio Palacios, pero el hierro candente le parecía una idea obvia. Sin embargo –pensó–, la sensación de corte, de sangre, de dolor, tenía que aparecer, y en un abrir y cerrar de ojos, su archivo de ‘cosas inútiles’ le dio la respuesta. Melecio había guardado 10 mil cuchillas de afeitar sin un por qué definido; en el 2000, mientras se cortaba el pelo, vio como su peluquero lanzaba la cuchilla a la basura, “dámela”, le dijo. Y luego –sin saber por qué– comenzó a acumular cuchillas durante 20 años, “para algo tenían que servir”.
Exposición de Fabio Melecio Palacios Foto:Espacio El Dorado
Sobre una base de icopor pintado de dorado, dibujó con las cuchillas las carimbas –esos malditos símbolos del dolor– y luego –en un movimiento genial– los puso dentro de un marco colonial pintado de negro. Las cuchillas reemplazan a las virgenes y a los santos. El escenario hace el resto. El piso de la galería está lleno de escombros y su oscuridad de sótano ofrece la sensación de una mina bajo tierra.
Las cuchillas reemplazan a las virgenes y a los santos. El escenario hace el resto. El piso de la galería está lleno de escombros.
La pieza se cierra con un video que, como las cuchillas, esperaba su momento. Fabio Melecio viajó en 2014 a Senegal a una residencia artística; en el viaje le propusieron ir a la Isla de Gorea, un lugar que solo tiene 17 hectareas, y está apenas a tres kilómetros de Dakar. El lugar fue declarado Patrimonio de la Humanidad; Melecio la recorrió y vio sus calabozos, la historia de la infamia que se escondía ahí, era el lugar que los portuguesas usaban de cárcel, de ‘almacenamiento’ de esclavos, antes de lanzarlos a una travesía desconocida por el Atlántico. En tierra firme, en América, les esperaba un hierro candente.