Dicen que muchas veces se necesita una perspectiva externa para entender con claridad lo que sucede en el interior. En los últimos seis años, el italiano Nicoló Filippo Rosso se ha dedicado a retratar a quienes, en muchos casos, otros lentes han decidido ignorar en territorios aislados de Colombia.
Su trabajo ha sido publicado en medios internacionales como
National Geographic, Washington Post y Al Jazeera, lo que le ha abierto una ventana para
dar a conocer la condición de vida del pueblo wayú frente a la escasez de recursos hídricos potables y la imposibilidad de cultivar a causa del daño que ha generado la minería en territorio guajiro. Esa es precisamente la narrativa de su más reciente exposición ‘Enterrados en carbón’, que se expone hasta el 30 de noviembre en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, en Medellín.
Rosso llegó a Colombia por primera vez en el 2008, como turista, después de haberse graduado de una licenciatura en literatura de la Universidad de Turín. En el 2011 se volcó a la fotografía y se propuso retratar las problemáticas sociales que había en el país.
Parte de la complejidad de lo que ocurre en La Guajira es que hay un problema enorme relacionado con la corrupción
Decidió radicarse en Bogotá y en 2015
empezó a escuchar sobre el departamento de La Guajira y su crisis humanitaria: la malnutrición y la escasez de agua, entre una lista inmensa de problemas.“En las noticias, muchas veces identificaban como responsables de la situación al Estado, por abandono, y a la mina del Cerrejón. Como mi país es uno de los principales clientes de carbón colombiano, decidí investigar qué estaba pasando allí”, dijo.
Su primer viaje al departamento duró poco más de un mes. Desconcertado frente a cómo empezar a narrar las dinámicas que giraban en torno a los problemas en la región, conoció a varios líderes indígenas de la comunidad wayú que le contaron su lado de la historia.
“Pero parte de la complejidad de lo que ocurre en La Guajira –afirma Rosso– es que hay un problema enorme relacionado con la corrupción, que también involucraba a muchos de esos líderes de comunidades indígenas. Por eso empecé a relacionarme directamente con las familias, sin la intervención de ningún tipo de institución o liderazgo”, confiesa.
Aunque el primer encuentro con los pobladores indígenas fue particularmente difícil al no poder hablar su mismo idioma, supo que debía ganarse su confianza, vivir como ellos y comer como ellos, y eso hizo. En el 2016 rebuscó dinero y reservó algunos meses del año para trabajar nuevamente en esta región, aunque ningún medio lo había enviado a esa misión.
Durante seis meses intermitentes durmió en rancherías, caminó por el desierto y retrató sequías, aridez, enfermedades y hambre. Mucha hambre. Pero Rosso no quería que sus fotos fueran solo otra inmortalización de la agonía en imágenes.
Fue así como el fotógrafo consiguió el apoyo de la Fundación Caminos de Identidad, con quienes fue posible hacer gestiones para hospitalizar a personas que estaban muy mal de salud y ayudar con el sostenimiento de sus familias.
Las denuncias sociales de Rosso lo han convertido en un vocero de la comunidad y en invitado indeseado en algunos lugares. “Me han pedido hacer notas sobre la mina del Cerrejón, donde he estado ya dos veces –cuenta–, pero ahora me niegan la entrada. Curioso, ¿no?”.
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