En el corregimiento de Tasajera, municipio de Puebloviejo (Magdalena), sus habitantes dicen estar viviendo una pesadilla sin fin. Esta comunidad, que ya recibía los golpes del covid-19, el cual no ha dejado de propagarse y afecta duramente su precaria economía, ahora debe soportar el dolor de ver morir a más de una docena de sus habitantes en una tragedia sin precedentes.
No justificamos lo que hicieron, pero nadie merece morir de esa manera. Eran muchachos que en medio de su desespero, por no tener trabajo, vieron una oportunidad que quisieron aprovechar
Con el transcurrir de las horas, al pueblo llegan reportes de nuevos fallecidos: jóvenes, que eran hermanos, primos, tíos y papás, que gozaban del cariño de la gente. Por tratarse de una localidad pequeña, sus habitantes se conocen los unos con otros y el pesar de una familia se convierte en la tristeza y el lamento de todos.
Alberto Maldonado asegura que ver crecer y morir tan rápido a varios de sus habitantes los tiene devastados. “No justificamos lo que hicieron, pero nadie merece morir de esa manera. Eran muchachos que en medio de su desespero, por no tener trabajo, vieron una oportunidad que quisieron aprovechar. Desafortunadamente el destino les dio la peor lección”, precisó.
Una larga angustia
“Ya no sabemos ni cuántos muertos van. Muchos han preferido no leer más noticias ni saber nada. Solo se mantienen en oración pidiéndole a Dios que se apiade del pueblo”, añadió Carmela Gutiérrez.
Algunos de los hijos de víctimas del incendio en el kilómetro 47 se mantienen bajo el cuidado de los vecinos, mientras las madres acompañan al respectivo cónyuge en una clínica de Santa Marta, Barranquilla o Valledupar.
Los pobladores de Tasajera consideran que el destino ha sido injusto con ellos. Camila Ariza, por ejemplo, llegó con su familia a este corregimiento desplazada por la violencia. Desde entonces viven una lucha sin fin para sobrevivir.
No hay oportunidades de estudios y mucho menos laborales. Y así nos la ingeniamos para salir adelante, sin la ayuda de nadie
“No hay oportunidades de estudios y mucho menos laborales. Y así nos la ingeniamos para salir adelante, sin la ayuda de nadie. Pero esto que nos viene pasando con el virus y ahora con esta tragedia supera nuestra capacidad”, indicó Camila, quien es prima de los hermanos Carlos y Álvaro Ariza, quienes murieron en las últimas horas en centros asistenciales de Santa Marta.
Si bien este siniestro ha impactado a todo el corregimiento y el municipio de Puebloviejo, en los barrios Carrizal, Panamá y La 40, de donde son la mayoría de víctimas, la tristeza y la desolación se hacen inmensas.
Estos tres sectores son los más cercanos al peaje de Tasajera; por lo tanto, fue donde primero se conoció del camión volcado, que atrajo la atención de muchos jóvenes, quienes tras ir en busca de lo que creían era una oportunidad, encontraron la muerte.
Tragedia de una familia
A las familias Maldonado, Ariza y Franco las une ahora no solo un lazo de sangre, sino también un mismo drama. Gran parte de los quemados, unos muertos y otros en estado de gravedad, pertenecen al mismo núcleo.
Aunque la muerte de varios de sus los ha quebrantado, este grupo familiar no ha tenido otra opción que mantenerse fuerte y unido, aferrándose a un milagro que saque con vida a aquellos que siguen hospitalizados bajo pronóstico reservado.
Flor Franco Gutiérrez señala que son en total 12 los parientes afectados. Dos ya murieron y otros 10 luchan contra la muerte. El martes, cuando se realizaba el traslado a Bogotá de dos de sus seres queridos, ella, junto a hermanas y primas no pudieron resistir la angustia y se volcaron sobre una ambulancia en la que iba un familiar.
Estas mujeres se negaban a quedarse en Santa Marta mientras sus familiares eran llevados a otra ciudad. Su principal miedo era no volver a verlos con vida.
“No nos dejen aquí con esta angustia tan grande , queremos ir con ellos”, gritaba desesperada Flor mientras obstaculizaba el paso de la ambulancia, que finalmente se retiró con destino al aeropuerto.
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ROGER URIELES
Especial para EL TIEMPO
Santa Marta