Arnold Ricardo Iregui, de 58 años de edad, se convirtió el pasado 16 de marzo en el primer fallecido por coronavirus del país. El hombre, que durante 20 años se ganó la vida como taxista en las calles de Cartagena, además vivió un verdadero paseo de la muerte por clínicas y hospitales en los días previos a su deceso.
Su tragedia comenzó el día 4 de marzo cuando transportó a dos viajeros italianos desde la zona turística de Bocagrande hasta un hostal en el Centro Histórico. La misma víctima le había relatado a un familiar que, durante el trayecto, uno de los turistas había estornudado en varias oportunidades.
El 6 de marzo comenzaron los primeros síntomas respiratorios y las visitas a su EPS, Salud Total, donde fue evaluado en varias oportunidades, pero no advirtieron la gravedad de la enfermedad.
Finalmente, el paciente fue remitido el viernes 13 de marzo a la clínica Cartagena del Mar, donde fue aislado de inmediato como potencial sospechoso de covid-19.
Sin embargo, allí solo se le realizaron las pruebas para coronavirus el lunes 16 de marzo, luego del fallecimiento de Arnold, ocurrido de las 6:30 de la mañana. El resultado se conoció 5 días después de su deceso.
Hoy, las autoridades de la salud en Cartagena señalan a los italianos como los principales sospechosos de la cadena del contagio que culminó con la muerte del taxista.
Mamagallista desde siempre
Para reconstruir la historia familiar de Arnold debemos trasladarnos hasta el centro de Barranquilla, donde la familia Ricardo Iregui pasó años felices y de unión durante las décadas de los 60 y 70.
El matrimonio de Orlando Ricardo Patrón y Nora de Lourdes Iregui dejó como descendencia siete hijos, de los cuales Arnold fue el mayor. Le siguieron Marivi, Jorge, Liliana, Claudette, Iveth y Damaris.
“Él, de pelado, siempre fue muy mamagallista, pero tranquilo; nunca fue pelionero en el barrio y fuimos nosotras, las hermanas mayores, las que lo sacábamos de apuros cuando lo molestaban y le hacían matoneo, porque siempre fue gordito”, recuerda Liliana Ricardo, con quien Arnold pasó los últimos 8 meses de su vida, y quien lo acompañó en su lecho de muerte, al punto de terminar contagiada.
Él, de pelado, siempre fue muy mamagallista, pero tranquilo
Hoy, ya libre del virus, Liliana se recupera en Cartagena donde mantiene una estricta cuarentena. “Nosotros dos siempre fuimos muy unidos, hasta para molestar a mi hermana mayor, Marivi. Él siempre se prestó para el juego sano, respetuoso y cariñoso con su familia y amigos”, recuerda Liliana Ricardo.
Desde Barranquilla, Marivi, un año menor que Arnold, lo recuerda como un ser tranquilo que inspiraba confianza y serenidad.
“Era una ángel. Nunca tuvo un problema con nadie, se daba a querer. Era cariñoso con todos sus hermanos y cada visita suya a nuestra casa en Barranquilla era un motivo de felicidad”, recuerda Marivi, quien no puede evitar el llanto, al otro lado del teléfono, al recordar al hermano de tantas aventuras juveniles.
“Me acuerdo que una vez, cuando éramos pelados, estábamos todos reunidos en la casa y comenzamos a decir lo que queríamos ser cuando fuéramos grandes. Y él, sin titubear dijo: ‘Voy a ser taxista’”, narra Liliana.
Arnold se había graduado como bachiller en el año de 1979 del Liceo Moderno del Norte, en Barranquilla. A los pocos meses empacó maletas y salió de su casa paterna hacia la capital de Bolívar y allí ingresó a la facultad de Economía en la Universidad de Cartagena.
Estudio 6 semestres y le pudo más el cargo que le ofreciero como gerente de cartera de la editorial Salvat para la costa Caribe. Luego estudió una carrera técnica en licenciatura. Pero tampoco la ejerció.
Más adelante pasó a istrar un almacén de ropa, pero odiaba el encierro y por ello prefirió trabajar como conductor de taxi: labor que realizó en Cartagena durante dos décadas.
Había enviudado. De su primer matrimonio hay dos hijos varones, profesionales, que viven en Bogotá.
De su segundo matrimonio, del cual se había separado, hay una hija que adelanta estudios universitarios en Santa Marta.
El centurión de la noche
Liliana había llegado a Cartagena en julio del año pasado para acompañar a Arnold, a quien sus hermanas recuerdan como un hombre feliz, organizado y enamorado de la música salsa; en especial, de las canciones del gran Joe Arroyo.
“Desde que llegué a Cartagena me convertí en su mano derecha. Él salía a trabajar todos los días a las 4 de la tarde y regresaba a las 4 de la madrugada del día siguiente: 12 horas exactas todos los días”, recuerda Liliana desde el viejo apartamento en el barrio de Los Alpes donde guarda con celo los recuerdos del buen Arnold.
El alboroto de la jornada nocturna de esa Cartagena siempre efervescente no le permitía a Arnold conciliar fácilmente el sueño cuando regresaba a casa.
Él salía a trabajar todos los días a las 4 de la tarde y regresaba a las 4 de la madrugada del día siguiente
“Él llegaba de madrugada y siempre lo esperaba con jugo o algo para desayunar. Llegaba siempre que se hablaba, con las historias de sus carreras, sus compañeros y chismes de la noche, casi no dormía, se ponía a escuchar música un rato”, relata Liliana.
Recibía el sol todas las mañanas viendo noticias en televisión o revisando el celular como un adolescente. “En general era de muy buen comer, y nada le hacía daño. Nunca fumó. A veces se le subía el azúcar porque tenía antecedentes de diabetes, pero siempre se tomó sus medicinas con juicio y era visitante regular del gimnasio”, señala Liliana.
Sus ratos libres los dedicaba a ver deportes en televisión. Era un apasionado del tenis y fiel seguidor del español Rafael Nadal.
Sin importar el trasnocho de la jornada anterior se veía las principales competencias internacionales de ciclismo y amaba al ‘Cóndor’: Nairo Quintana. Hincha enamorado del Junior, pero de gustos internacionales por el Real Madrid.
“Mi hermano no era un taxista cualquiera, era elegante en su trabajo: con camisa de puño y pañuelo. Era un hombre que se supo ganar la confianza de la gente, y había empresas en la zona industrial de Mamonal que constantemente lo llamaban para servicios especiales con sus gerentes. Nunca tuvo un problema o un escándalo”, concluye Liliana.
JOHN MONTAÑO
REDACTOR DE EL TIEMPO
CARTAGENA