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María Luisa, de 106 años, miró la guerra a la cara y ahora ve la paz
Un siglo de vida le da a esta mujer un poder especial: el de encontrar esperanza en la memoria.
Luego de 106 años María Luisa afirma que ya hizo realidad uno de sus sueños: ver a Colombia en paz. Foto: Archivo particular / María Luisa Flórez
No pasa un solo día en el que no se aplique su labial rojo y se ponga sus vestidos largos junto con su sombrero, anillos y reloj, pues ser vanidosa siempre será, aparte de tomarse una cerveza diaria, lo más importante para ella.
Sobrevivió a la guerra entre liberales y conservadores, vivió toda una vida junto al amor de su vida, tuvo siete hijos, 23 nietos y 40 bisnietos. Montó su propio hotel y varios almacenes de telas. María Luisa, toda una comerciante, espera tranquila el final de sus días sin rencores en el corazón.
Nació rodeada de cultivos de yuca en Miraflores, Boyacá, pero tras la muerte de su madre se trasladó a la capital colombiana. Allí conoció a Pedro Díaz, el único amor de su vida, con quien se casó y se fue a vivir al Líbano.
Quizás uno de los sucesos que más le sacó arrugas fue la guerra que tuvo que vivir en el Tolima: una guerra dada por liberales y conservadores, que llevó a cabo secuestros y carnales asesinatos por doquier.
La guerra que tocó las puertas de la casa de María Luisa
En aquel tiempo, con 43 años de edad, sumamente liberal y con seis hijos, María Luisa se dedicaba a istrar un hotel que ella misma había construido llamado Líbano. Allí tenía varias mujeres ayudándole, sin embargo, en la cocina era ella quien se ocupaba.
María Luisa y el amor de su vida, Pedro. Foto:Archivo Particular / María Luisa López
Aunque fue una mañana de agosto nublada, tenía un buen presentimiento
Con el tiempo, la fama de buena comida le hizo crecer su negocio tanto que llamó la atención de los chulavitas. Según la hija mayor de María, Miriam Díaz, los chulavitas llegaban a comer a diario el sancocho que ella preparaba: “Eran casi adictos a él”.
Pero no siempre la relación con ellos fue buena. Una de las peores épocas que vivió María fue cuando los chulavitas comenzaron a asesinar liberales en el Líbano.
Ella y su esposo, devotos de la ideología liberal desde nacimiento, vivieron por largos meses con zozobra, pues sabían que en cualquier momento podían ser asesinados.
Cuando los chulavitas comenzaron a matar los hombres que vivían en la misma cuadra donde ellos lo hacían, María supo que debían huir. Sin embargo, prefirió que su esposo se marchara y salvara su vida.
Un amigo de la infancia le ayudó a sacar de allí a Pedro Díaz y lo trasladó a Armero, Guayabal, 35,9 km más lejos de ella. “Aunque fue una mañana de agosto nublada, tenía un buen presentimiento”, así se acuerda María de aquel día en que su esposo Pedro, disfrazado de cura, logró salir del Líbano.
Aunque un retén de chulavitas lo detuvo en el camino y lo interrogó por más de 20 minutos, Pedro logró llegar a su destino y se mantuvo a salvo mientras su familia llegó a Armero.
Una mujer berraca
“A pesar de todo lo que tuvo que vivir mi mamá, siempre ha sido una mujer fuerte, una mujer berraca”, dice Miriam Díaz, la hija mayor de María, que asegura sentirse orgullosa de la madre que le tocó.
Miriam afirma que su madre demostró lo fuerte que es cuando por seis meses tuvo que seguir órdenes de guerrilleros para poder reencontrarse con su esposo.
Miriam recuerda haberle ayudado todos los días a María a preparar comida para los chulavitas, pues cocinar para el hotel ya no era una opción, sino que se convirtió en una obligación para esta mujer y su familia. Debían preparar lo que ellos quisieran cuando quisieran.
Luego de ocho largos meses, María logró reencontrarse con Pedro en Armero y ya con la familia unida decidieron irse a vivir a Granada, Meta. Querían olvidar lo que habían pasado con los chulavitas, así que en 1955 llegaron a Granada, que para ese tiempo se llamaba Boquemonte.
Para esta mujer, dicho lugar era el más apropiado para vivir. Allí compartían algo en común con las otras familias que dormían en chozas: habían sido víctimas de la violencia fomentada por liberales y conservadores.
Tristemente, al poco tiempo de vivir allí, Pedro murió de diabetes.
Este es solo uno de los sucesos violentos que tuvo que pasar esta mujer. María Luisa, inocentemente, estuvo involucrada en una guerra que no era de ella, y por vivir en una zona de tanta violencia le tocó asumirla.
Decidió seguir viviendo en el Meta y asegura no querer irse jamás. Con 106 años de edad, y solamente con la tensión alta, se sienta en su silla mecedora a disfrutar cada día del paisaje del Llano que rodea su casa.
Cree que hizo lo que más le gustaba en la vida que era cocinar, montar negocios, amar apasionadamente, criar a sus hijos, verlos casar y tener hijos. Ella considera que ya cumplió el propósito que tenía, que ya alcanzó todos sueños, inclusive uno: el de ver a su país en paz.
Aunque ya no puede volver a ver a su primer amor ni a uno de sus hijos, el cual también murió como víctima de la violencia en Colombia, ella no les guarda rencor ni a los chulavitas ni a la guerrilla.
María y su hija mayor se sienten orgullosas de Colombia, de todo lo que ha logrado a pesar de la violencia y de la paz que ahora pueden oler y disfrutar en su tierra.
Antes de terminar no me podía quedar con las ganas de preguntarle cuál es la clave para vivir tanto, a lo que ella me contestó: “No guardar rencor en el corazón”. Y como buena colombiana, afirmó: “No prohibirme de nada, no prohibirme de una cerveza diaria”.