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Una noche con la Pollera Colorá: así se vive y se goza en una cumbiamba barranquillera
Crónica sobre ensayos y anécdotas en el emblemático grupo folclórico del Carnaval de Barranquilla.
Ana María Lambre y Leonardo Herrera Delgans con La Pollera Colorá en el desfile de la Guacherna Foto: Guillermo González- Kronos
A las 8:00 p.m. del sábado 22 de febrero, la esquina de la calle 74 con carrera 44 hervía de vida. Un remolino de sombreros vueltiaos, polleras vibrantes, disfraces brillantes, y el sonido de flautas de millo, guache, y tambores convertía la escena en una explosión de color y ritmo.
Allí estaba yo, esperando junto a mi esposa, Ana María, la salida de La Guacherna, el gran desfile nocturno que marca el preámbulo del Carnaval de Barranquilla. En este 2025, 117 grupos folclóricos, más de 218 disfraces y cerca de 15 mil danzantes llenaban la carrera 44 de alegría.
Hasta la propia Shakira, luego de ofrecer dos conciertos en la ciudad, no se quiso perderse el goce y, de incógnito junto a sus hijos, se sumó al desfile. Cuando al día siguiente se supo, el alboroto fue inmediato.
Jorge Camilo de la Rosa y María Camila González, cumbiamberos de La Pollera Colorá. Foto:GUILLO GONZALEZ
Esta vez no estaba allí como espectador, sino como parte de una de las 50 parejas de la cumbiamba La Pollera Colorá, un grupo folclórico emblemático del Carnaval. Entre cumbiamberos, monocucos y garabatos, sentía que el alma misma de Barranquilla vibraba en cada nota.
Aprender a bailar cumbia
Llegar aquí no fue tan sencillo. Nos había tomado un mes de ensayos nocturnos en el parque Las Américas, en el barrio Boston, en pleno corazón de la ciudad. Ahí hace 32 años nació La Pollera Colorá, convirtiéndose en un referente ineludible del Carnaval.
Juan Carlos Herrera y Andrea Morales, durante un ensayo de La Pollera Colorá. Foto:Leonardo Herrera EL TIEMPO
Mi hermano Juan Carlos, un veterano de la cumbiamba con 20 años de experiencia, fue mi guía, junto con Julio Banegas, ‘El Yuca’, quien con paciencia de maestro me repetía: “Herrera, saca el bembe que llevas por dentro”. Así me decía cuando me veía danzar con rigidez, como si tuviera una varilla en la espalda.
Carlos Alberto Ospino, taxista y gran bailador de cumbia, también me animaba: “Con calma, viejo Leo. Cuando yo empecé era como si tuviera dos pies izquierdos”.
Bailar cumbia no es tan fácil. Su origen se remonta a las reuniones de los esclavos africanos, quienes, encadenados de los pies, adaptaron sus movimientos al compás de los tambores, flautas y maracas. Ese pasado sigue presente en sus pasos cortos y controlados.
Max Visbal, fundador de la cumbiamba, supervisa cada ensayo. Foto:Leonardo Herrera Delgans EL TIEMPO
En los ensayos aprendí que en la cumbia los pies no se levantan, sino que se deslizan con cadencia, con el talón derecho apenas elevándose. De ahí viene la expresión costeña ‘pata e’ cumbia’, para referirse a quienes cojean.
Para alguien como yo, de 56 años, 83 kilos y ya peinando canas, ese detalle era un reto enorme. A cada ensayo dejaba mi cuerpo adolorido, mis piernas protestaban, estaba oxidado, cada movimiento me traqueaba todo, pero el son de la cumbia me empujaba a seguir.
La alegría dentro de una cumbiamba
Aquella noche, la atmósfera era el alma misma del Carnaval. La esquina donde esperábamos temblaba cuando la cumbia sonaba.
Las mujeres brillaban con sus tocados y maquillajes impecables, los hombres agitaban sus sombreros con gracia, las mochilas caían y en el ambiente flotaba una cordialidad sin reserva.
La Pollera Colorá todos los años cambia los vestidos de las mujeres. Foto:Leonardo Herrera Delgans EL TIEMPO
Entre la algarabía, el abogado Jorge De la Rosa, un cumbiero curtido, daba las últimas instrucciones a un compañero médico que, con cara de examen final, intentaba memorizar cada paso. Me sentía igual. Sabía la teoría, pero la emoción podía jugarme una mala pasada.
María Linda, médica en un prestigioso laboratorio, también debutaba en la cumbiamba. Relajada, nos contó que antes de salir de la casa su padre le dio dos tragos de whisky para “entonarse”. Su parejo, el ingeniero Alfonso Pablo Jácome sacó de la mochila una botella de Ron Blanco y se pegó el primer ‘petacazo’: “para ir entrando en calor”, dijo, dándome una palma en el hombro y ofreciéndome un sorbo.
Allí también estaba Lorena Guzmán Garzón, una bogotana de pura cepa que decidió estrenarse como cumbiambera y que durante los ensayos no consiguió parejo, pero esa noche "el cielo escuchó sus plegarias", como ella misma lo dijo, y le envió a Erick 'El Sabroso'. Así se presentó, el joven guajiro, flaco, de brazos y piernas largas, dueño de una gracia para bailar cumbia que solo tiene un verdadero cumbiambero. Durante los cuatro kilómetros con el sombrero llevó y guío con destreza a la pareja.
Antes de comenzar, ajusté mis babuchas. Con mis pies planos, me aconsejaron usar plantillas con toallas higiénicas para amortiguar el impacto. Lucas y Valeria, internos de medicina, sugirieron xilocaína para adormecer el dolor. Opté por las plantillas, y no me arrepentí.
Cumbiamba y ron pa' gozá
Descendimos por la carrera 44 entre aplausos. El sonido de la flauta de millo encendió la sangre en mi cabeza. De inmediato perdí el miedo. Vi de reojo a mi esposa sonreír y levantar la pollera, mientras se movía serena con una sensualidad innata.
Desde los primeros golpes del tambor hasta el último paso, el ritmo nos envolvió. Un grito sordo acompasaba los pies de los bailadores: "¡Cumbiamba y ron pa' gozá! ¡Que viva la Pollera Colorá!".
Se escuchaba el guapirreo de los hombres, ese grito de entusiasmo que, como lo explica el doctor José Consuegra Bolívar en una de sus columnas, “refleja fielmente nuestra esencia Caribe”.
Max Visbal, el líder y fundador de La Pollera Colorá, se paseaba entre la fila de cumbiamberos y cumbiamberas dando ánimos y entregando bocadillos de guayaba. “¡Esto te da energía!”, me aseguró.
Y tenía razón. Cuando llegamos a la calle 53, luego de casi 20 cuadras, las piernas parecían flaquear. Un bocado bastó para reavivar el fuego.
Allí también iba Lirio Visbal, hermana de Max, la diseñadora de los 32 vestidos que a lo largo de estos años han estrenado las cumbiamberas de La Pollera Colorá.
Un grupo de cumbiamberos de La Pollera Colorá luego del desfile de La Guacherna. Foto:Leonardo Herrera Delgans EL TIEMPO
El público nos vitoreaba. Frente a la Catedral, en el palco de las autoridades, los aplausos y saludos nos animaban a levantar los brazos y agitar los sombreros. Las mujeres seguían moviendo las caderas con gracia infinita.
No hay Carnaval sin La Pollera Colorá, ni Pollera Colorá sin su público fiel. Niños miraban con asombro; adultos se unían al vaivén; los viejos, recordaban con nostalgia cómo en su juventud también fueron parte del desfile.
La cumbia es galanteo: el hombre persigue; la mujer, con su pollera, juega y esquiva. Miraba a Ana María con iración; sus movimientos fluían con naturalidad, mientras yo intentaba seguir el ritmo.
La Pollera Colorá no es solo un homenaje a la cumbia; es la expresión de un pueblo que encuentra en el Carnaval su identidad más pura. Cada golpe del tambor es un latido de la cultura Caribe; cada giro de falda es una pincelada de historia que se sigue escribiendo a ritmo de cumbia.
Cuando tomamos la carrera 54 hacia la Casa del Carnaval, donde concluía el desfile, el eco de la cumbiamba seguía resonando, al igual que el grito sordo que identifica al grupo: 'cumbiamba y ron pa' gozá: ¡que viva la Pollera Colorá!'.
Entre disfraces, cumbiambero, garabatos que también llegaban en filas al sitio, me perdí con Ana María y nuestros amigos, la alegría desbordante te caía como una atarraya en una noche de sones curramberos.
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