Polémica y debate ha causado entre los bogotanos ver cómo pintan de verde varios puentes vehiculares, un proyecto conjunto entre el IDU e IDARTES para mejorar el espacio público en 11 puentes de la ciudad. Algunos afirman que no es el momento de hacerlo cuando hay otras prioridades como mejorar la malla vial; otros, por el contrario, creen que es bueno intervenir este tipo infraestructura que por mucho tiempo ha sido olvidada.
En este caso, en particular, se acude al urbanismo táctico, entendido como aquellas intervenciones urbanas de bajo costo para concientizar sobre un problema o para mejorar temporalmente el entorno construido.
Aunque el problema del espacio público no se resuelve pintando puentes, creo que la discusión en el fondo no es mala, porque trae al centro del debate las condiciones del espacio urbano y las posibilidades de mejorarlo a través de diferentes estrategias, las cuales requieren ser concebidas desde la misma comunidad más allá del embellecimiento temporal o del interés de generar un impacto mediático en la opinión pública pues, de alguna manera, estas acciones tienen sentido en la medida en que son auténticas y expresan un sentimiento cívico para repensar las prácticas urbanas y la apropiación del espacio público.
Es claro que muchas zonas de la ciudad hoy requieren ser intervenidas para revitalizarlas. No basta con maquillarlas con una pequeña capa de pintura y ‘muralismo’; se requiere mejorar el aseo, la iluminación, la seguridad y el mobiliario, si queremos que la gente vuelva a estos lugares y cambie su percepción negativa.
Muchas ciudades del mundo han logrado transformar esos espacios públicos en verdaderos lugares de encuentro y disfrute del entorno urbano con elementos adicionales como senderos, cafés y jardines públicos de bajo costo. Al final, son esos pequeños detalles que la gente aprecia y que la ciudad reclama.
En el caso de Bogotá, esas intervenciones necesitan una mejor planeación y diseño urbano, de lo contrario, el efecto deseado sería contraproducente. El mejor caso lo vemos en la peatonalización de la carrera séptima, donde predominan hoy las ventas ambulantes, la mendicidad, el desaseo y la inseguridad por cosquilleo. Además, tampoco hay bancas para poder sentarse tranquilamente. Cómo hubiera sido de diferente el escenario si se hubieran contemplado esos problemas desde un principio.
Si el objetivo de la carrera séptima se hubiera cumplido, muy seguramente, a estas alturas, varios sitios de la ciudad ya habrían sido peatonalizados porque los mismos ciudadanos así lo habrían reclamado. Pero dados los antecedentes negativos, no es fácil modificar esas percepciones.
No se trata solo de maquillar un puente al pintarlo de verde, se trata de mejorar el entorno urbano de la mano de las mismas comunidades
Pero soy optimista. Iniciativas como los eco-barrios o el mejoramiento de fachadas en barrios populares de la ciudad han tenido un efecto positivo en las comunidades de vecinos, al mejorar la apropiación y el sentido de pertenencia.
No se necesita mucho dinero para lograr crear espacios públicos que mejoren el tejido social de Bogotá, pues son proyectos de bajo costo y a escala local impulsados por la misma comunidad: jardines públicos, hurtas urbanas, senderos verdes, teatros al parque, cafés, galerías urbanas y muralismo.
Algunas comunidades han llegado hacer intervenciones temporales en vías o parqueaderos para resignificar el espacio público y rehacer calles y vecindarios.
En conclusión: no se trata solo de maquillar un puente al pintarlo de verde, se trata de mejorar el entorno urbano de la mano de las mismas comunidades, donde se garantice un proceso de planeación urbana y recuperación del espacio público, para que este tipo de intervenciones no se diluya con el pasar del tiempo o, en el peor de los casos, se repitan los errores de la peatonalización de la séptima.
ÓMAR ORÓSTEGUI
FUTUROS URBANOS