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'Tuve la esperanza de que mi hermano se hubiera escapado, pero no'
Hermana de cadete fallecido en atentado cuenta cómo ha sido un año sin este deportista consagrado.
Esta Navidad fue apagada, no decoraron ni armaron nada en su casa, no había qué celebrar. Aunque fue una fecha triste, en la que Jessica Farfán, su mamá y sus dos hermanos trataron de estar tranquilos, pero les fue muy difícil lograrlo.
Con resignación dice que se deben acostumbrar a vivir sin Juan Felipe Manjarrez Contreras, de 21 años y uno de los 22 cadetes que murieron en el atentado del Eln en la escuela de policía General Santander.
Solo les quedan los recuerdos que les dejó como un apasionado por el deporte, que no podía tener un segundo libre porque quería ocuparlo entrenando voleibol, o porque los fines de semana de descanso desde las 5:30 de la mañana se pasaba a su cama a abrazarla a ella y a su sobrina.
Vivió junto a ella desde que nació, pues la ayudó a criar y a sacar adelante a sus dos hermanos, Nicolás y Santiago, de 18 y 16 años, mientras su mamá trabaja como profesora en una región alejada en el departamento del Meta.
Fue el niño anhelado de su hogar, y desde que nació se convirtió en el favorito de su mamá. El cadete era espontáneo, amigable, respetuoso, divertido, emprendedor y, sobre todo, muy disciplinado, tanto en su casa como en el colegio y en voleibol. Gracias a esa disciplina y al amor que tenía por el deporte logró pertenecer a la selección colombiana de voleibol y recibió una beca.
Iba a entrar a sexto semestre de Ingeniería Ambiental en Villavicencio (Meta) en la Universidad Santo Tomás, pero tuvo que aplazar el siguiente semestre por problemas económicos. Cuando le dieron la oportunidad de ingresar a la Policía, a ninguno en la casa le gustó la idea pero aún así recibió el apoyo de su familia. Él tenía la esperanza de conseguir más oportunidades, terminar su carrera y seguir con su deporte.
Felipe Manjarrez en compañía de dos cadetes. Foto:Archivo particular.
Farfán recuerda que, para esa época, su mamá estaba de vacaciones y ella trabajaba en una constructora, donde se enteró del atentado en la Escuela General Santander ese 17 de enero, por un mensaje en Instagram de una de sus amigas:
—¿Cómo está Felipe? Hubo una explosión.
Su primera reacción fue salir de la oficina y encender un televisor, donde las noticias le confirmaron lo que había sucedido, sin cifras exactas de los muertos y heridos que había dejado el atentado.
Farfán, entonces, insistentemente le marcó al celular de Manjarrez. Y como no le contestaba, le envió varios mensajes. En su desespero por tener noticias de su hermano menor –eran hermanos por mamá- se ó con un conocido de la policía para que la ayudara a encontrarlo, y este quedó de llamarla después.
Veinte minutos más tarde recibiría la llamada que, en lugar de tranquilizarla, lo que hizo fue aumentar su incertidumbre.
—Acabaron de formar a la compañía Gilibert y Juan Felipe no aparece.
—¿Eso qué quiere decir? No te entiendo— le responde Farfán a su interlocutor.
—¡Felipe no aparece en la fila!— le responde el conocido de la policía.
—¿Está perdido?, ¿está oculto?, ¿será que se escondió?— insistía Farfán.
—No, lo mejor es que te vayas a para Bogotá a buscarlo, de pronto está en las clínicas o en los hospitales— le recomendó el uniformado desde el otro lado de la línea.
Después de esa llamada, Jessica Farfán confiesa que no sabía cómo contarle lo que estaba sucediendo a su mamá. Pero la novia de su hermano, que para esa época estaba esperando un bebé de él y también pertenecía a la policía, ya le había contado que Manjarrez no aparecía, por lo que sin pensarlo tomaron un bus hacía Bogotá. La novia también era cadete y había anticipado su licencia de maternidad.
En esta foto, Felipe Manjarrez tenía 15 años. A su izquierda se encuentra su hermana, Jessica; a su derecha, su madre. Foto:Archivo particular
Cuando iban por el camino, llegando casi a Bogotá, recibieron una llamada de un capellán que les confirmó que Manjarrez estaba desaparecido desde el atentado.
Farfán acepta que siempre tuvo la esperanza de que su hermano, que era tan pilo e intuitivo, no estuviera desaparecido, sino escondido, o se hubiera volado. Pero a pesar de que en su cabeza nunca dejó de rondar el por qué Manjarrez no la había llamado, ni a ella ni a su mamá, acepta que nunca se le ocurrió que él estaba muerto.
Al llegar a la Escuela General Santander, cerca de las 4:00 de la tarde, se encontraron con su prima, que cumplía la función de acudiente de Manjarrez y que ya sabía lo que había sucedido, pero no les había contado esperando su arribo a la capital. Finalmente, terminó enterándose de la fatal noticia y el mundo se le desplomó.
El cuerpo de Manjarrez fue despedido cuatro días después en Acacias (Meta), en medio de una multitud de ciudadanos y familiares que conocían su trayectoria como deportista y con un homenaje militar que le tributaron sus compañeros de la Policía.
Llegar a casa y encontrarse con cosas de él fue muy duro para su mamá, quien aún conserva como un tesoro sus pertenencias. Su cuarto sigue intacto, solo hasta hace 2 semanas sacaron algunas cosas que “ya eran viejas”, pero quizá mantenerlo así las ayudará a sentir que lo tienen con ellos.
Desde ese entonces en su familia han cambiado muchas cosas. Aunque hay ocasiones en las cuales ríen, en el fondo hay mucha tristeza y dolor. Cada día reciben nuevas noticias sobre las investigaciones que se están llevando a cabo. Hace tan solo 4 meses los llamaron para informarles sobre el hallazgo de la cédula de Manjarrez. Después del atentado, ella y su mamá están más unidas y se han acercado mucho a Dios.
El 23 de marzo nació la hija de Felipe Manjarrez, en compañía de los hermanos de este y de su mamá. Farfán cuenta que fue un momento reconfortante y lleno de mucha fuerza para ellos, pues –asegura- que la bebé es muy parecida a su hermano, “es como ver a Felipe prácticamente”.