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‘No me tienen por qué decir rata, solo estoy haciendo mi trabajo’
Esta es la historia de las agresiones que viven a diario los conductores de grúas en Bogotá.
Pedro conduce una grúa hace al menos un año y medio. En ese tiempo ha sido víctima de toda clase de amenazas por intolerancia. Foto: César Melgarejo
A lo lejos, en uno de los parqueaderos autorizados por la Secretaría de Movilidad para la inmovilización de los vehículos, se veía un carro naranja, pero no porque ese fuera su color original, sino porque su dueño, en un ataque de ira, prefirió quemarlo en vez de que fuera llevado a los patios en manos de un conductor de grúa. Absolutamente calcinado, así quedó.
En otros costados había carros con los vidrios rotos, con disparos y estrellados. Muchos son símbolos de la intolerancia que hierve en las calles capitalinas.
Este es solo un capítulo de lo que vive a diario este gremio de trabajadores, a quienes la fama los ha hecho víctimas de toda clase de improperios. “Llegaron las ratas, ladrones hijueputas”, así les dicen cada vez que los ven transitar por una calle o cuando hacen presencia en los operativos de recuperación del espacio público que lidera el Distrito. Los conductores los cierran con tal de poder bajar el vidrio de sus vehículos en movimiento y destilar odio.
Hablamos con Pedro*, un conductor de grúa de 25 años, quien, oculto bajo otra identidad, contó cómo ha tenido que llenarse de temple para poder llevar a cabo su trabajo. Lleva solo un año y dos meses empleado en una empresa afiliada, los suficientes para sumar un récord como víctima de agresiones en la calle. “La grúa que yo manejo es de propiedad de un señor, pero yo soy el responsable de todo lo que le pase”.
Ellos saben muy bien cuáles son sus responsabilidades: inmovilizar carros que estén incumpliendo normas de tránsito, remolcar los accidentados, auxiliar a los volcados, entre otras, eso sí, siempre bajo el requerimiento y la presencia de un policía de tránsito. “Yo no puedo hacer nada sin la presencia de la autoridad, pues estaría realizando un mal procedimiento”.
Las agresiones por parte de la ciudadanía son tan graves que a Pedro le tocó polarizar los vidrios de su vehículo. “Es que es terrible. Mire, si tú paras en un semáforo, la gente te pasa en carro o en moto y te gritan: ‘¡Ladrón!’, comienzan a buscarte problemas así estés tranquilo. Si tú colocas una direccional para cambiarte de carril, te cierran, no te dan vía, porque lo ven a uno como nos llaman: ratas”. Solo el logotipo de movilidad ya enciende a la ciudadanía en su contra.
A este trabajador, una semana antes, un motociclista le estrelló la grúa. “El tipo venía en zigzag, eso fue como a las 10 de la noche, en la avenida Boyacá con calle 26. Yo me bajé con la intención de arreglar con el señor, pero en segundos llegaron otras cuatro motos. A pesar de que ni siquiera se conocían entre sí, entre todos comenzaron a romperme la grúa. Y eso que yo no estaba cargando, solo iba para mi casa”.
Al final, le dañaron el techo, le rompieron el bómper y le sumieron la puerta. “En ese momento me enfurecí y los seguí, pero al final me tocó dejarlos ir. Nunca llegó la policía. Me tocó sacar de mi bolsillo 600.000 pesos”, contó Pedro, quien dice que eso no es nada, porque cuando sí están en medio de un procedimiento policial las reacciones son más agresivas. “En esos momentos es más fácil cometer errores porque uno está bajo mucha presión”.
Así quedó este vehículo después de que su dueño, un conductor de transporte ilegal, decidió incendiarlo para impedir que se lo llevara la grúa. Foto:César Melgarejo
De hecho, Pedro se hizo famoso en redes sociales cuando volvieron viral un video en el que él enganchaba un vehículo en medio de un operativo de recuperación del espacio público debido a carros mal parqueados, cerca de la Universidad Minuto de Dios. “La Unidad de Tránsito me pidió enganchar un automotor, pero yo no contaba con que fuera automático, entonces las llantas delanteras se frenaron y chillaron y pues el carro se pegó con otro que estaba encima del planchón. En la calle, a mí me trataron mal y a las patrulleras las hicieron llorar, pero en las redes sociales me querían matar”.
Lo que pasó después es que alguien ubicó el perfil de Facebook de Pedro y, a través de esa red social, fue atormentado por decenas de s. “Me insultaban, me amenazaban de muerte a mí y a mi familia. Me tocó salirme de ahí por un buen tiempo. Todavía siguen compartiendo ese video. Mi trabajo no es malo, fue un error que cometí”.
Y ahora eso pasa cada vez que llegan a un operativo. Todo el mundo saca sus cámaras de video y les comienzan a gritar: “Llegaron las ratas, ladrones. ¿Están contentos, perros? ¿Ya hicieron lo del día? ¿Ya completaron el cupo?”, así, con esos términos. “La intolerancia hacia nosotros es tenaz. Eso es muy triste porque nosotros estamos haciendo nuestro trabajo. No le robamos a nadie. Yo no salgo a dañar carros porque si hago eso, me toca pagarlo a mí”, dijo Pedro.
En otro escenario en donde reina la intolerancia es el de los piques ilegales. Los conductores de estos vehículos saben que la adrenalina está en que llegue la policía. “Lo duro es que nos llaman a nosotros como apoyo. Si usted se les atraviesa, se bajan de los carros y nos rompen los vidrios. ¿Quién paga?, nosotros”, recalcó el joven.
Pero si estos son intolerantes, los conductores de transporte ilegal están dispuestos a todo con tal de mantener su actividad. “Mire, cuando a uno le toca llevarse un carro de esos, en cuestión de segundos llega toda la gallada de ilegales. Las amenazas que nos hacen son de miedo: ‘Usted se carga ese carro y le dañamos la grúa’. Ellos prefieren que los policías se les lleven los papeles que ceder”. Los dueños del transporte ilícito les hacen asonadas, los persiguen y los atacan con lo que tengan en la mano.
Cuando a uno le toca llevarse un carro ilegal, en cuestión de segundos llega toda la gallada. Dicen: ‘Usted se carga ese carro y le dañamos la grúa’
Pero el caso más memorable ocurrió hace un mes, en el barrio Arborizadora Alta, en Ciudad Bolívar, cuando un agente de tránsito ordenó una inmovilización. “Mucha gente intentó bajar el carro de la grúa, pero como no pudieron, al dueño del carro le pareció fácil rociarle gasolina y prenderle candela, ese quedó completamente calcinado. El otro carro que también estaba sobre la grúa por poco se enciende también”, recordó Pedro. Todos estos episodios lo han ofuscado, pero el que más le causa indignación ocurrió un día cuando iba de particular manejando su grúa asignada en la compañía de su madre. “Yo le dije a ella que me acompañara al taller. Un señor, que conducía a mi lado, se me quedó mirando. Luego comenzó a gritarme: ‘Vividor, asalariado, ladrón’.
El protagonista de esta historia trató de mantener la calma, pero cuando aquel conductor le tiró un tomate y lo estrelló contra el vidrio de su grúa, su madre estalló en llanto. “Eso fue en enero. Me tocó contenerme por respeto a ella. Pero ¿no le parece demasiado humillante?”. Todos los días, Pedro aprende algo nuevo, controla más sus instintos para no estallar y trata de sacarle jugo al odio reinante de los demás. “Por lo menos me mientan la madre todos los días. Eso me recuerda que, gracias a Dios, la tengo viva”.
Esta es la segunda nota de una serie de crónicas que se publicarán semanalmente y que reflejan el grado de intolerancia al que estamos llegando en la ciudad y la importancia de reflexionar sobre un problema de convivencia y autocontrol que en muchas ocasiones tiene desenlaces fatales. Lea aquí el primer episodio.
Si usted ha sido víctima o protagonista de un caso de intolerancia, escríbanos a [email protected]