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Noticia
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El tango cuenta su historia desde el último rincón bohemio del viejo Chapinero
Óscar Rivillas, de 76 años, es cultor de la melodía porteña y lleva 22 años al frente del Cafetín Buenos Aires.
El Cafetín de Buenos Aires ha sobrevivido a los descalabros económicos, a la inseguridad y al desastre de la pandemia Foto: Ricardo Rondón
Esta es la vida de un niño que nació con alma de viejo.
Óscar tenía 7 años cuando su madre le enseñó a leer, y él recortaba de los periódicos los retratos de Carlos Gardel. A los 11 descubrió las rocolas, "el primer robot musical de la antigüedad, de teclas y vinilos de 45 revoluciones" -apunta Rivillas-, con sus panzas glotonas de monedas que venían en los barcos de la Alemania de la posguerra.
A sus 76 años, Óscar Rivillas Álvarez perfila la crónica de los tangos que atravesaron como locomotora las estaciones de su infancia y juventud, la adultez y la vejez, hoy macerada por la melodía de arrabal que se riega a media luz en las noches del Cafetín de Buenos Aires, el último rincón bohemio del viejo Chapinero.
Rivillas, un envigadeño bogotanizado y chapineruno de hace décadas, precisa la aguja del tornamesa en el surco del tango que, cuando era niño, le cambió la vida para siempre: A quién le puede importar, letra de Enrique Cadícamo, con la Orquesta de Ángel D'Agostino, en la voz de Ángel Vargas, su cantor preferido:
Gime bandoneón / grave y rezongón / en la nocturna verbena... / En mi corazón / tu gangoso son / haces honda mi pena.
40.000 tangos en el disco duro hacen parte del orgulloso patrimonio del maestro Rivillas Foto:Ricardo Rondón
Con estos versos que protestan ante un amor no correspondido, Rivillas relata su historia a todo vapor como fervoroso autodidacta de la cultura tanguera que, desde la infancia, ha escarbado como topo en prensa, radio, libros, discos, casetes, Cds, tertulias, y 40.000 melodías que atesora en su disco duro. Una vida entregada a la ilustración de la llamada "música ciudadana".
El tango ha sido la banda sonora en el fogoso existir de Rivillas, desde la niñez, cuando compró sus primeros vinilos, impregnado por la música y los programas radiales que sintonizaba su padre, el talabartero, como Una Hora en Buenos Aires, de Hernán Caro, "el papá de los tangueros, de la emisora Voz Katía, de Envigado, que rifaba discos y en diciembre entregaba regalos a los niños pobres".
La génesis de su biografía coincide con las estrofas de Por qué canto así, del 'Negro' Celedonio Flores, desgranadas en el vozarrón del uruguayo Julio Sosa:
Porque vi el desfile de las inclemencias / con mis ojos llorosos y abiertos. / Y en la triste pieza / de mis buenos viejos / cantó la pobreza/ su canción de invierno.
"Fuimos muy pobres, porque éramos diez hijos, y el hogar dependía del modesto salario de mi padre en un taller de talabartería. Mi madre, la crianza y la casa. Estudiamos con libros prestados y cuadernos reciclados. Fui buen estudiante, pero quería ayudar. Paré a los 15 años, en 2° de bachillerato, y me lancé a trabajar", añora Rivillas.
"La felicidad, de niños, con mi hermano Gregorio, era ver el accionar de la rocola, a la que llamaban 'piano', instalada en un curioso negocio que era a la vez granero y cantina, donde papá mercaba. Mientras él pasaba aguardientes, nosotros tomábamos gaseosa y mirábamos extasiados los discos que iban pasando melodía del ayer: trova arriera, tropical, carrilera, y tango a granel".
"Cerca de la casa había un bar de tangos, y con mi hermano nos parábamos a oír desde afuera, porque todavía éramos menores. Sin que el dueño se diera cuenta, entrábamos a toda, le echábamos monedas a la rocola, y salíamos a oír en la acera. Las letras de ciertos tangos se parecían a lo que estábamos viviendo".
"El tango es educación sentimental, poesía pura, una cultura de nunca acabar", sostiene Rivillas Foto:Ricardo Rondón
Viejo Chapinero
Así se encarriló Rivillas en la aventura del tango y de la vida. Su primer trabajo se lo consiguió su padre en un taller de talabartería: "La paga eran 30 pesos semanales. 15 para mi mamá, 15 para mí. Con mi hermano Gregorio amoblamos la casa: estufa, juego de sala, televisor, equipo de sonido".
"Mi primera radiola de maletín la compré en Barranquilla por 500 pesos. Ya mayor inicié mi ruta por los cafés y bares de Envigado como el Atlenal (acrónimo del Atlético Nacional), que todavía existe; el Eureka, el Entrerriano, El Rey del Compás, El Monumento a la Madre; los de Medellín, El Gato Negro, El Tibiri Tábara, El Marion, El Faraón y El Payanca; y de Bogotá, El Viejo Almacén (de Marielita), el Café Mercantil, y otros del barrio Restrepo”.
"De tantas vueltas que he dado en la vida, de perder y ganar, como de las letras de la cantidad de tangos que he oído, amado y estudiado, me ilusionó tener un café destinado a la cultura del tango, como los hay en Buenos Aires, y hace 22 años el sueño se cumplió cuando fundé el Cafetín de Buenos Aires, en sociedad con la periodista Estela Betancurt. Y aquí sigo al frente".
Empotrado en el segundo piso de una vieja casona chapineruna, Óscar Rivillas pasa las horas despachando música, de un total de 40.000 tangos clasificados por cantores y orquestas, en orden alfabético; y entre tintos y tintas, repasa sus libros: diccionarios de tango, de lunfardo, biografías de autores, orquestas y cantores; la enciclopedia El Universo del Tango, impresa en 20 volúmenes, de Asdrúbal Valencia Giraldo.
En sus 22 años, el Cafetín de Buenos Aires ha sobrevivido a los descalabros económicos, a la inseguridad de un sector que otrora fue atractivo y frecuentado, y al desastre de la pandemia que obligó a Rivillas a cerrarlo por nueve meses. Sin embargo, la fidelidad de su clientela, que ha sido una verdadera cofradía de ayer y de hoy, no ha permitido que el cafetín cierre sus puertas.
El Cafetín de Buenos Aires ha sobrevivido a los descalabros económicos y el desastre de la pandemia. Foto:Ricardo Rondón
Le pregunto a don Óscar, ¿qué es el tango?, aparte de la definición de Discépolo: "un sentimiento triste que se baila".
"El tango es educación sentimental, melancolía de la buena, una cultura de nunca acabar, de la que se aprende mucho, porque es poesía pura. El tango es como el mejor amigo que uno tiene, porque habla de amor, de traición, del barrio, el café, la calle, del bien y del mal".
Las raíces del tango, y de muchas expresiones culturales, están en la música negra, el candombe, con la que los esclavos mitigaban su dolor. Mi bisabuelo, Nemesio Restrepo, que murió de 104 años, fue descendiente del negro Abdul Alí, un esclavo que le regalaron al primer cura de Envigado, en 1778.
-Y, ¿Gardel?, con todos sus mitos y leyendas...
Gardel es el papá de todos, pero dejemos a Gardel quietico, porque de tanto que se ha hablado de él, se nos desgasta.
-Cantoras de tango de su predilección...
Mercedes Simone, Hada Falcón, Nelly Omar.
-Cómo se conoce un tanguero obstinado?
Por ser estudioso y de oído fino, por estar enterado de la evolución del tango, de los compositores, las orquestas, los intérpretes. Los tangueros de ley nos buscamos y sabemos de los gustos de los otros. Cuando un amigo se muere, se le recuerda con los tangos que más le gustaban.
-Y con cuál tango le gustaría que lo despidieran de este viaje mundano.
!Por favor!, que en mi velorio no falten los 196 tangos de Ángel Vargas, y de remate, Equipaje, con el bandoneón de Aníbal Troilo; De mi te alejas, con la orquesta de Julio de Caro; Oriente, con la orquesta de Lucio Demare; y Cafetín de Buenos Aires, de Enrique Santos Discépolo, en su mejor versión: la de Roberto 'El Polaco' Goyeneche, con la orquesta típica porteña.