Durante los debates para la alcaldía de Bogotá poco se mencionó el Plan de Ordenamiento Territorial POT. Y sospecho que ningún candidato leyó las tres versiones del proyecto de acuerdo de 581 páginas más las 3.159 de anexos.
Es posible que ni siquiera el alcalde Peñalosa lo haya leído. Si lo hace, seguramente lo retira por pena ante la cantidad de errores, incongruencias y deficiencias técnicas que tiene.
Pero ¿Es tan terrible el POT?
1. Hay razones de fondo presentadas por expertos, universidades, organizaciones y comunidades afectadas para no aprobarlo. Por ejemplo, el sobredimensionamiento de la oferta de vivienda obliga a expandir innecesariamente la ciudad y ocupar zonas con valor ambiental como el borde del río Bogotá y la Reserva Van Der Hammen.
O la intención de intervenir alrededor de 9.000 hectáreas (La tercera parte de la ciudad construida) con proyectos de renovación que amenazan con expulsar a residentes, empleos y acabar con sectores consolidados. O, con la disculpa de no querer expulsar habitantes de la ciudad hacia la Sabana, permitir que los constructores eleven la densidad hasta convertir a Bogotá en la segunda ciudad más densa del mundo.
En movilidad la perspectiva no es mejor con la propuesta de aumentar las líneas de TransMilenio para alimentar un metro aislado que aún con su ampliación no articula ninguna red. Esto preocupa pero no es todo.
2. El POT no está acabado. De los 555 artículos del proyecto de acuerdo hay 183 con tareas pendientes que deben desarrollarse sin requerir aprobación del Concejo Distrital.
Lo que falta se aprobará a través de futuros decretos, resoluciones, estudios, manuales, decisiones del funcionario de turno y algunos temas que quedan bajo la responsabilidad de los constructores privados. Como en las películas de James Bond con la aprobación del POT se obtiene ‘licencia para matar’.
3. ¿El que apruebe el POT, sea al Concejo o el alcalde Peñalosa y sus funcionarios, asume la “responsabilidad patrimonial” y supongo que la penal y moral en caso de un desastre que afecte a los bogotanos ubicados en zonas de riesgo? Los artículos 218 al 230 (12 páginas) se refieren a ‘amenazas y riesgo’.
Esto incluye 20 planos (del 20 al 39) que no tienen ni detalles cartográficos, ni estudios terminados, ni precisión sobre las obras de mitigación que se requieren para manejar los riesgos de inundación, movimientos en masa o incendios forestales. El POT espera resolver este tema complejo con una póliza de garantía que presente el desarrollador privado ¿es esto serio?
4. La expropiación es tema que preocupa a las comunidades, pero el POT en su texto ambiguo y farragoso no lo resuelve. Parece, según el artículo 281, que cuando un constructor privado quiera adquirir casas en un sector atractivo para la inversión, solicita a las autoridades distritales que expropien aunque la mayoría de los vecinos no estén de acuerdo.
El artículo menciona porcentajes mínimos de titularidad (60% y 70%) pero remata con el literal ‘e’ del parágrafo 3 en el que “las reglas antes mencionadas podrán variar” dejando a los ciudadanos en manos de los desarrolladores inmobiliarios.
5. Ni siquiera con el glosario anexo es fácil entender el POT. Es sorprendente la falta de indicadores objetivos, la aparición constante de cifras sin ningún soporte ni referencia, ni siquiera en los abultados anexos llenos de generalidades.
Pero se debe destacar la creatividad lingüística de los que perpetraron este documento. ¿Qué será: “connotación dispersa”, “autenticidad del volumen”, la “dinámica de movilidad de las mujeres” o como se identificará la “culata prolongada”?
El POT se diseñó para continuar con una istración similar a la que lo concibió. Pero ahora que la ciudadanía pidió un cambio ¿para qué insistir con algo que si se aprueba es una bomba de tiempo para las istraciones que lo heredan?
Mario Noriega. Arquitecto Urbanista