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De las calles del ‘Bronx’ a dueña de siete peluquerías
Esta es la historia de una mujer trans que descubrió el escape de la drogadicción y la violencia.
Le da trabajos a quienes han pasado por sus mismas condiciones. Foto: Santiago Pinzón.
Acaban de llegar en un bus a Bucaramanga. En esos días, un par de muchachos que conocieron en Bogotá habían tratado a Johan, la Pildorita, y a Gineth, la Polla, como unas reinas: les regalaban ropa, comida, pasajes. Estaban felices porque les habían dicho que iban a trabajar en barcos por Barrancabermeja. Las muchachas, ya drogadictas, veían esto como una oportunidad de cambiar de vida y salir de la ‘Ele’, después conocida como el ‘Bronx’.
Entraron a una casaantigua en el centro de la ciudad, de fría tapia y pisos en adoquín; tenía un salón enorme en el medio y las habitaciones abrazaban aquel espacio hacia los costados. Abrieron la primera reja, y cuando ellas pasaron la cerraron de inmediato, lo mismo sucede con la segunda —la Pildorita comienza a preocuparse—. Uno de los jóvenes se da cuenta y le dice: “No, es que esta noche vamos a dormir acá, y ya mañana vamos para Barranca”.
Al abrir la tercera reja, ambas niñas quedaron frías. Se encontraron con 30 trabajadoras sexuales de Bogotá que llevaban meses desaparecidas. Las habían secuestrado para venderlas. El lugar era horrible. Las mujeres atendían a los hombres en la misma cama en la que dormían con sus hijos. Solo había un pequeño patio donde llegaba el sol. Y si intentaban escapar, los castigos iban desde machetazos hasta la muerte. Así duraron tres días la Pildorita y la Polla, hasta que el dueño del lugar se enteró de que eran trans.
“¡¿Cuáles son las mariquitas?!”, preguntó el hombre al llegar a la habitación. La Polla se alzó la falda y dijo: “¡Nosotras!”. Él, con rabia, gritó: “¡Se van ya! O las dejo pagando la deuda”.
No habían terminado de recomponerse del grito cuando estaban a dos cuadras. Con la adrenalina y el miedo, salvadas por su identidad de género, se dirigieron al parque Santander. Atendieron a algunos hombres, pues no tenían plata. La Polla le robó unos billetes a un lotero y con eso se devolvieron a Bogotá, a seguir trabajando.
Como un juego
Esta fue solo una más de cientos de pesadillas con las que la Pildorita y muchas mujeres trans trabajadoras sexuales se encontraban día a día. Lo anterior sucedió en 1986, cuando ella tenía 13 años. Según cifras del Bienestar Familiar, el 28 de mayo de 2016, cuando la policía intervino el ‘Bronx’, fueron hallados 77 menores de edad explotados sexualmente y consumiendo sustancias psicoactivas.
La Pildorita nació en una vereda de La Calera, Cundinamarca. Su padre, del campo y machista, la golpeaba por sus comportamientos de mujer, tanto que la obligó a dejar la casa. Desde los 8 años se perdía y se iba para Bogotá unos meses, volvía, la golpeaban y partía de nuevo.
“Era un niño inocente, del campo. No sabía qué era ser homosexual, pero me gustaba todo lo de mujer. Veía a los travestis trabajando en la calle, pero no entendía de eso. Sentía temor, pues el maltrato de la policía hacia ellos era brutal”, menciona. Tenía 10 años.
Entró al mundo de las drogas a los 12, mientras vivía en una casa en el barrio Santa Fe. “Fue algo terrible”, asegura. Las niñas con quienes vivía la incitaron a consumir, le decían que si lo hacía, iba a ganar más plata. Y era cierto, pero era más plata para comprar droga.
Con el tiempo se fue acercando a las niñas trans más pequeñas y formó un parche. “Apareció la Galleta, a la que mataron; la Dianita, que no se sabe dónde está; la Coca, que se fue pa’ Europa, y Gineth, a la que mataron vilmente”, menciona. Ellas le pusieron la Pildorita porque era chiquita. Las cinco estaban juntas todo el tiempo.
Nació en la Calera y a raíz de muchas cosas llegó a Bogotá Foto:Santiago Pinzón.
“Nosotras veíamos la prostitución como un juego. Nos preocupaba hacer plata para tener dónde dormir y en el día ir a cine, a Monserrate, ¡disfrutar!”, dice.
La Comisión Internacional de Derechos Humanos informó en 2020 que en Colombia el 90 por ciento de las mujeres trans ejercían trabajo sexual. Las escasas oportunidades laborales y la estigmatización de la condición las obliga y normaliza exponerse a estas actividades.
El drama comenzó cuando unos uniformados conocieron que el parche era de niñas trans. “Así comenzó la peor persecución”, como lo denomina. “Nos daban bolillo, y si nos cogía la patrulla, era peor”, asegura con dolor y voz entrecortada. Duró 16 años en las calles de la ciudad, pasó por el barrio Santa Fe, la 10.ª, El Cartucho y el ‘Bronx’; cansada de las drogas, de los abusos y de la vida, comenzó a dejar las drogas a los 24 años.
Se dedicó entonces a lavar la ropa de travestis hasta que le regalaron una máquina de peluquear. Su primera práctica como estilista fue cortarles el pelo a habitantes de calle. Comenzó a trabajar en oficios varios en una peluqueríaen el centro, hasta que poco a poco se convirtió en estilista. No había dejado las drogas del todo, es un proceso difícil con múltiples recaídas; sin embargo, ella quiso salir adelante.
“Dios sabe cómo hace sus cosas”, dice. Cuando trabajaba, amistades de su vida pasada la incitaban a volver a las calles y recaía. “Siempre que me devolvía pa’ la calle a consumir, algo me pasaba. Me fui la primera vez y en El Cartucho me metieron un balazo en la rodilla; volví a caer, y una puñalada en el cuello; volvía y una puñalada en el brazo. Es como si Dios me dijera: “Estese quieta en esa peluquería”, expresa con alegría.
Duró un año su proceso de desintoxicación. Cuando se sentía tentada, cogía un bus y se iba para Ecuador a trabajar. Así duraba entre Quito y Bogotá, hasta que su cuerpo no quiso saber más de las drogas. Trabajó en diferentes peluquerías, en San Jorge, La Javeriana, Restrepo, Chicó, Cedritos, hasta que logró montar la suya.
Pidió plata prestada a un ‘gota gota’ e inició su primer negocio, un salón de belleza en un pequeño local en el centro. Su mentalidad de emprendedora primeriza la tenía asustada con el arriendo de 400.000 pesos. “¿Cómo voy a pagar?”, se preguntaba.
Sin embargo, le fue bien desde el primer día y logró sacar el negocio adelante. “El peor error de uno es el susto”, menciona entre risas, pues recuerda la inexperiencia del pasado. Allí comenzó la constante compra y venta de negocios de belleza. Pasó por muchos barrios, asegura haberles cortado el pelo a diferentes personalidades de la farándula. Y llegó a tener al tiempo siete peluquerías, cinco por la carrera 10.ª y dos en el centro, pero durante la pandemia tuvo que entregar cuatro.
Ahora, vive de tres salones de belleza que atienden sobre la 10.ª. “Me siento feliz, orgullosamente contribuyendo con la sociedad y dando empleo a personas vulnerables y adultas de la comunidad LGBTI”, asegura. En sus locales emplea a personas que en las calles les es difícil conseguir trabajo: trans, homosexuales, adultos mayores y extranjeros; parte de su proyecto es abrir las puertas y dar esas oportunidades que ella no tuvo.
La Pildorita es hoy una empresaria que logró salir del oscuro mundo de la drogadicción y se convirtió en ejemplo de superación para los que siguen en un hueco, y les brinda la oportunidad a quienes, como ella, se sintieron discriminados. Por eso su mensaje es muy claro: “¡Sí se puede dejar las drogas! Así como también, ser uno mismo, sin importar el qué dirán”.