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El corrientazo de los bogotanos en épocas de azarosos precios
Un recorrido por los fogones de los almuerzos ‘’, criollo y callejero.
os bogotanos se dan sus mañas para conseguir un restaurante que se adapte al presupuesto diario, pero también hay quienes ahora ven más beneficioso llevar la coca al trabajo, así sea arroz con huevo y una tajada de plátano. Foto: Cortesía Ricardo Rondón
“La libra de papa subió 1.000 pesos y la de tomate, 2.500; la cebolla otro tantico, y ni hablar de la carne, y el mero gentío llevando del bulto y estirando trompa por los altos precios de los alimentos”. El reporte, con el jocoso y desenfadado estilo de la periodista Érika Zapata, de Noticias Caracol, que fue viral en redes sociales en los últimos días, resume la alarmante carestía de los productos esenciales de la canasta familiar, derivada de la inflación y el desabastecimiento.
Un fenómeno que repercute de manera considerable en el incremento de los precios en restaurantes, con los denominados almuerzos “” o “gourmet”, hasta los más populares, conocidos como “corrientazos”.
El verbo transitivo regatear es el más mentado en tiempos de economía emergente, y un alto porcentaje acude a las tradicionales plazas de mercado o a las bodegas de abastecimiento mayoritario, alivio del trajinado bolsillo. O a las carretas, esos improvisados mercadillos ambulantes de barrio, que abundan por doquier.
Hicimos la tarea de averiguar cómo se mueve el “golpe de mediodía”, como se conoce al almuerzo en la jerga callejera, tanto en establecimientos abiertos al público como en comedores de oficinas, con las infaltables cocas del ‘bitute’ (como diría la colega). Aquí no se salvó del tenedor ni la coca proletaria.
Diana Duarte LaRotta heredó la exquisita sazón y los secretos de la comida santandereana de su abuela, doña Alicia Castillo de LaRotta, empezando por el tradicional puchero.
Diana es egresada de la Escuela de Gastronomía Mariano Moreno, y siempre ha trabajado independiente. Empezó en su casa preparando empanadas, sánduches, arepas de maíz pelado y almuerzos.
Hace cinco meses está al frente de su restaurante Paprika, barrio Pío XII, localidad Kennedy (carrera 79C n.° 6A-12). Ofrece un menú nutritivo y balanceado en carbohidratos, variedad de proteínas, cremas, sopas, ensaladas y jugos naturales.
Un almuerzo gourmet cuya presentación inicial incluye el jugo del día y una copa de agua. Entre las exquisiteces de la semana nombra los macarrones en salsa boloñesa, la frijolada, la mojarra de 300 gramos y las costillas ahumadas en salsa BBQ. Apunta que el domingo, su puchero santafereño, a 15.000 pesos, es “rapado”.
Diana, madre soltera de tres hijos (el menor, que padeció de cáncer, pero “gracias a Dios lo sacamos adelante”), vende un promedio diario de 80 almuerzos, a la mesa y a domicilio. Merca temprano en Corabastos y en la plaza de las Flores.
Sostiene que siguen en alza la carne, el pescado, y productos básicos como cebolla, tomate, papa, plátano, yuca y aceite. Concluye que la gran acogida de su almuerzo tiene que ver con la sana y esmerada preparación (libre de condimentos y conservantes), el voz a voz y su grupo de WhatsApp.
Imagínese, un bulto de papa pastusa ya en 160.000; ni se diga el tomate, la cebolla, el arroz, el fríjol, y eso que compro en el supermercado más baratico de mi barrio...
Doña Carmenza Fonseca, de 65 años, habitante del barrio Las Cruces, tiene en sus manos las callos y las quemaduras de 30 años de trabajo entre fogones, de la época del cocinol y la gasolina, en la octogenaria plaza de mercado La Concordia, centro histórico de Bogotá.
Su almuerzo corriente es apetecido por la sazón casera y por el precio, en momentos críticos de la economía: 12.000 pesos.
“Imagínese, un bulto de papa pastusa ya en 160.000; ni se diga el tomate, la cebolla, el arroz, el fríjol, y eso que compro en el supermercado más baratico de mi barrio. Pero se ve uno a gatas con la cartera. Uno entiende cómo está la situación. Hace un año, con lo que se mercaba por 100.000 pesos, hoy ya toca con 200.000”.
“La gente viene porque sirvo el almuerzo de las abuelas y las mamás de antes, con todo: sopa con recado y hueso, la bandeja completa con su principio, papa, arroz, plátano, ensalada y vaso de jugo. ¿Sí ha visto que en muchas partes ya no dan principio? Y es lo que más alimenta: la lenteja, el fríjol, el garbanzo, la verdura, la ahuyama, todo eso”, señala esta bogotana.
Tres décadas al frente de la cocina, con sus “quemones y sacrificios”, llenan de orgullo a doña Carmenza Fonseca por haber asegurado techo propio y la carrera de Ingeniería Industrial de Yuri, su única hija, que inspiró el nombre de su restaurante en la plaza de mercado.
Plaza de San Victorino (Corrientazo de calle, 7.000 pesos)
Don Fernando Montaño heredó la vocación por la cocina de su señora madre y de su abuela, quienes por muchos años vivieron de vender comida en la plaza España. En la plaza de la Mariposa, sobre la avenida Jiménez, al frente de la estación de TransMilenio, Montaño despacha corrientazos a diestra y siniestra en un carro de supermercado donde tiene empotradas tres ollas, dos de ellas a presión, y una cantina grande donde cocina los huesos del sudado.
–¿Qué hay hoy de almuerzo, don Fernando?
–Tenemos sopa de pasta con hueso carnudo, el principio es arveja o pasta; papa, pollo o carne de cerdo, y jugo de mango. El almuerzo completo le vale 7.000 pesos. Si quiere la sola bandeja con hueso, 4.500; con pollo o carne, 5.500. Le encimo el jugo.
Don Joaquín Mendieta, cliente de 10 años en este puesto, vendedor informal de calzoncillos, camisetas y medias, pide almuerzo completo, pero con pollo. Mendieta recibe la ración en recipientes de icopor y cubiertos de pasta, sentado en un butaco de plástico, de media docena que se presta para la clientela.
Montaño, residente del barrio Gustavo Restrepo, cuenta que a las 4 de la mañana ya está poniendo ollas en el fogón. Se provee de insumos en la plaza de Paloquemao, y en puestos y carretas exteriores. Agrega que en todos sus años no había visto una carestía tan tremenda. “Es que 100.000 pesos se van en un soplo, en cuatro o cinco cosas que uno necesite”.
Entre las 12 del día y las 2: 30 o 3 de la tarde, sostiene que vende un promedio de 25 almuerzos, y que una vez culminada la faena arranca para la casa a preparar lo del día siguiente, y “a descansar temprano porque hay que madrugar”.
En zonas como el centro o el Restrepo no falta quien adaptó un triciclo para cargar las ollas donde ofrece almuerzos. Foto:Cortesía Ricardo Rondón
Cocas de oficina
Sonia García y Julián Castillo, jóvenes es de empresas, trabajan en el IDU. Sonia, en el Centro de Documentación, y Julián en el Fondo de Empleados.
A mediodía coinciden en el comedor de la entidad, dotado de hornos microondas para calentar sus almuerzos, que llevan en cocas de plástico, vasija estratégica de la economía nacional.
Para Sonia, madre soltera de un adolescente, llevar su almuerzo al trabajo es una garantía de buen gusto, comida sana y ahorro. Mientras atiende las preguntas, disfruta de un vistoso sudado de carne, acompañado de verdura, arroz y patacón. Señala que se habituó a preparar el menú desde la noche anterior.
De igual manera piensa Julián, cuando expresa que gracias a los beneficios del ahorro, incluida la coca del almuerzo, pagó la mitad de sus estudios universitarios. En la actualidad se proyecta a cursar una especialización y a aportar la cuota inicial de su anhelado apartamento. Como su compañera, deja preparado el menú desde la víspera, como el que ahora degusta: un suculento pernil de pollo sudado con arroz y papa.
Coca proletaria
Anteriormente conseguía el bulto de plátano en 15.000, y hoy no baja de 40.000. Lo mismo que la papa, la cebolla, el tomate. La carne y el pescado son un lujo
Víctor Sandoval, barranquillero, de 32 años, bachiller, reside en un apartamento del Diana Turbay, en la localidad de Rafael Uribe, que comparte con su madre y dos hermanos.
Lleva 4 años trabajando como escobita, con un salario de 1’300.000 pesos, más subsidio de transporte y recargo nocturno. Una jornada de 8 horas que comienza a la una de la tarde y finaliza a las 9 de la noche.
“Pobre, pero honrado”, Víctor dice que “hoy tener camello es una bendición, porque la situación se pone cada vez más dura”. Mientras limpia con su escoba de dotación las calles del centro de Bogotá, emula a Diomedes Díaz en su letra preferida: ‘”Tú eres la reina”.
“Anteriormente conseguía el bulto de plátano en 15.000, y hoy no baja de 40.000. Lo mismo que la papa, la cebolla, el tomate. La carne y el pescado son un lujo”.
Toca reemplazar con huevo o bofe, que por lo menos la libra está a 10.000 pesos. O con salchichas”, concluye el escobita, como los tres largos embutidos dispuestos sobre una porción de arroz, que brillan bajo el último sol de enero en la bandeja de plástico de una marca de margarina.