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‘Nos hemos pasado la vida esperando a que mi papá llegue a la casa’

Hija de un chef de El  Nogal, que murió en atentado, cuenta cómo la vida de su familia se quebró. 

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La sensación con la que ha vivido todos estos años la familia del chef y jefe de cocina del club El Nogal, Manuel Antonio Ferro Cruz, y en especial su hija, Andrea Ferro, es que un día lo van a ver entrando por la puerta de su casa, con esa sonrisa que lo caracterizaba y eso, duele, y mucho.
Ellos, que son tres hermanos, dos mujeres y un hombre, y la madre, quedaron encapsulados en una especie de burbuja que no les ha permitido sanar la enorme herida que les dejó la explosión de una bomba en el club el Nogal, ese 7 de febrero de 2003, a las 8:15 de la noche. En segundos la guerrilla de Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) les dejó una cicatriz de por vida.
Sus vidas no eran perfectas, pero eran felices en una casa de Suba Salitre. Iban al parque, se comían un helado, mercaban, cosas simples de la cotidianidad que los mantenía a flote a pesar de los problemas que nunca faltan. “Cuando todo pasó yo tenía 12 años y era un chicle con mi papá. Apenas llegaba me le acostaba en el pecho. Yo realmente lo amaba”, dijo Andrea, una mujer de rasgos tiernos que ha vivido conteniendo su dolor.
Seis meses antes de la explosión Manuel le comentó a su esposa de un ‘run run’ en el club, una amenaza, y que la sede podía ser blanco de un atentado, pero 17 años de trabajo en ese lugar, ‘tan seguro’, no dejó que la preocupación los embargara.
La mañana de la tragedia Manuel se despidió un poco más pausado de su esposa: “Que le vaya bien, que Dios la bendiga”. Ella iba rumbo a su primer día de trabajo luego de cuidar de sus hijos durante años mientras eran niños.
Manuel Antonio Ferro Cruz con toda su familia.

Manuel Antonio Ferro Cruz con toda su familia. Foto:Archivo particular

Ese mismo día Andrea llegó del colegio y notó un revuelo en su conjunto, sentía frío. En la casa solo se encontraba su hermano, un joven de 16 años con retraso mental leve. “Mi mamá no estaba. Ella era estilista y se le había alargado el turno”.
Y fue ahí, cuando prendieron el televisor y sonó la noticia de última hora, que vieron la fachada del edificio donde trabajaba Manuel, totalmente destruido. “Sentí ganas de llorar mientras mi hermano se revolcaba en el piso del dolor. Su mejor amigo, su héroe, se había muerto”.
Casi media hora después su mamá llegó a la casa. Ya lo sabía todo. Años después les contó a sus hijos que ese día las piernas le dejaron de responder y que por poco no puede caminar. “Luego llegó mi otra hermana. Tenía cuatro meses de embarazo. Solo se abrazaba el vientre”.
Manuel Antonio Ferro Cruz

Manuel Antonio Ferro Cruz Foto:Archivo particular

Lo buscaron en varios hospitales, pero no daban con su paradero. “En la radio estaban trasmitiendo un listado de sobrevivientes y el primero fue mi papá. Pero al minuto dijeron que se habían equivocado y que era un listado de fallecidos. Nacimos y volvimos a morir”, contó Andrea.
Lo siguiente fue más doloroso aún. Ver su cuerpo en Medicina Legal, reconocerlo. “A mi papá le encantaba cuidar su dentadura y ya no estaba. Era como ver a un desconocido con una venda en la cabeza y a la vez forzar la esperanza de que no fuera”. Luego vino el velorio y el entierro, pero todavía todo parecía un sueño, un mal sueño.

El quiebre

De ahí en adelante la comunicación se quebró en esta familia. Se fue el esposo, el padre, el amigo y hasta el abuelo. Esta familia de cinco tenía salir a flote con una pensión mínima. “La familia nos ayudó mucho. Eso fue lindo, pero obvio eso fue temporal”.
La madre de familia se encerró en su casa. Se dedicó a sus hijos sin rehacer su vida. Se alejó de su familia y sus amigos y le fue imposible crecer en su profesión. “Ella fue la más afectada psicológicamente. Creo que siente miedo de que nos pase algo malo. Pasaba de la tristeza al enojo y eso deterioró nuestra relación”.
El hermano de Andrea involucionó en su diagnóstico y su hermana, ni qué decir, su hija nunca pudo conocer a su abuelo. Cada uno se metió en una burbuja de dolor. “Es que mi papá era nuestro polo a tierra. Cuando se fue, todo se derrumbó”.
Manuel Antonio Ferro Cruz

Manuel Antonio Ferro Cruz Foto:Archivo particular

La depresión

Andrea Ferro solía ser genuinamente alegre, le gustaba bailar como a su padre, pero dice que, siendo una niña, aprender que lo puedes perder todo y que la vida es dura hizo que muchas cosas dejaran de tener sentido para ella. Los choques con su madre eran tema de todos los días.
Aunque tenía una beca para estudio, al igual que sus hermanos, sacar buenas notas no era fácil con sus estados anímicos y la presión lo empeoraba todo. “Con la tragedia se incrementó mi déficit de atención y aunque yo intentaba concentrarme mis notas no eran las mejores”. A veces solo quería estar sola en un cuarto, otras veces se encerraba en los baños del colegio.
A los 14 años, cuando llegó al límite del dolor, con el deseo intacto de volver a tocar el rostro de su padre Andrea estalló. “Tuve una discusión con mi mamá. Busqué unas pastas y me las tomé. Sentí que me iba durmiendo, vi un infierno, tumbas. Me asusté, desperté y comencé a vomitar”.
Fue llevada a una clínica en donde pasó por una desintoxicación y aun después, la presión para superar el hecho de que con una bomba habían matado su padre, seguía. Luego vino un mar de crisis y por estas le tocó navegar para convertirse en una trabajadora social. “Todo ese dolor se convirtió en enfermedad en mi cuerpo. A los 16 me cortaba. Quería algo que me sacara del dolor, así fuera otro dolor”.
Cada aniversario de la bomba del Nogal viene con una crisis diferente. “Por esos días siempre se me bajan las defensas y empiezo a enfermar. El cuerpo tiene memoria”. Incluso conseguir trabajo estable es difícil para Andrea y eso aunado con una tristeza jamás tratada no es una buena fórmula. “Nunca nos han dado un apoyo psicológico que realmente nos ayude a superar la pérdida de nuestro papá. Creo que estamos atascados esperando a que él vuelva de alguna manera. Incluso mis relaciones han sido difíciles, en todo eso me ha afectado. He tenido parejas que solo me han hecho más daño”.
Como familia nunca se han sentido reconocido como víctimas ni mucho menos reparados, tampoco ha prosperado ninguna demanda porque los actores de este caso, dicen, se ‘lavan las manos’. “Yo no creo que la gente de las FARC sienta arrepentimiento o dolor. En uno de los encuentros sentí mucho calor, mucha rabia, la necesidad de decirles: miré lo que nos hicieron. Cuando luchamos por nuestros derechos la sensación es la de estar pecando. Somos como el patito feo”.
Esta familia necesita ayuda, solo que les cuesta pedirla. Necesitan volver a encontrar el camino, ser reconocidos. Dicen sentirse como la canción, un periódico de ayer. “Recuerdo, de niña, que antes de irme al colegio yo le daba un beso a mi papá en su cabeza. Ese día se me hizo tarde y no pude. Todo eso duele aún”.
Esta tragedia, dicen, no ha sido subsanada y eso no debe pasar desapercibido. “Al día siguiente de la bomba salió una noticia que decían que ya habían comenzado a reconstruir la fachada del edificio. ¿Cuándo será que nuestras vidas comenzarán a ser reconstruidas?”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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