El grupo de unos 80 manifestantes llevaba cordones numerados alrededor del cuello y se acordonaron con cinta adhesiva mientras marchaban, como una escena del crimen en movimiento.
Este extraño espectáculo en marzo fue la primera protesta autorizada de Hong Kong en tres años —altamente coreografiada, vigilada y regulada, aún cuando no fue una manifestación explícitamente antigubernamental, y a un mundo de distancia de las multitudes que llenaron las calles en el 2019 para protestar contra el control cada vez más estricto de la ciudad por China. Un participante dijo que los manifestantes, que se oponían a un proyecto de reclamo de tierras, fueron “pastoreados como ovejas”.
Fue sólo un ejemplo de cómo está siendo transformada Hong Kong, una ciudad global y experta en tecnología cuyas protestas alguna vez se transmitieron en vivo a nivel mundial. Pero las autoridades no sólo están sofocando protestas futuras; están intentando reescribir la historia de Hong Kong.
El revisionismo es un acto de represión. Es el mismo libro de jugadas que empleó China después de aplastar violentamente las manifestaciones pro democracia de 1989 en Beijing. Luego, la amnesia inducida por el Estado fue impuesta gradualmente. Al principio, el Gobierno produjo propaganda que calificaba a esas protestas como una rebelión contrarrevolucionaria que debía ser sofocada. Pero a través de los años, el Estado eliminó lentamente todos los recuerdos públicos de sus asesinatos.
En Hong Kong el silencio se ha instalado mucho más rápido. El amordazamiento de las voces disidentes y la edición del pasado ha ocurrido a velocidad de rayo. Mientras más rápido se arroje el manto del silencio sobre Hong Kong, menos tiempo habrá para que las críticas se arraiguen y más rápido se podrá introducir la siguiente fase de transformación —cualquiera que esa sea. El ciclo del deshacer se acelera.
Yo trabajé en las salas de redacción alguna vez vociferantes de Hong Kong y cubrí sus bulliciosos mítines de protesta. Ahora, la mayoría de los periodistas de Hong Kong que conozco guardan silencio. Algunos están en la cárcel, algunos están en el exilio, y algunos ya no escriben, porque no quedan publicaciones que los publiquen.
Después de que se impuso una ley de seguridad nacional draconiana en Hong Kong en el 2020, al menos 12 medios de comunicación cerraron, incluyendo al popular y pro democrático Apple Daily. Su fundador, Jimmy Lai, podría enfrentar cadena perpetua por cargos de seguridad nacional, y seis de sus ejecutivos se han declarado culpables de conspiración para colusión con fuerzas extranjeras, un cargo vago introducido con la nueva ley de seguridad. Algunas de las organizaciones cerradas eliminaron sus archivos de Internet.
Así se borra la historia. Los que continúan publicando están bajo escrutinio. Uno de los caricaturistas políticos más conocidos de Hong Kong, Wong Kei-kwan, mejor conocido por su seudónimo, Zunzi, ha sido criticado por funcionarios, incluyendo uno que lo reprendió por “desviarse gravemente de la verdad”. En este clima, la única garantía de seguridad es el silencio.
El manual amnésico incluye el adoctrinamiento masivo a través de la “educación patriótica”. Los nuevos libros de texto escolares afirman que Hong Kong, que Gran Bretaña devolvió a China en 1997, nunca fue una colonia británica, porque Beijing no reconoce los tratados del siglo 19 que cedieron Hong Kong a Gran Bretaña, aunque algunas carreteras y parques aún llevan el nombre de figuras coloniales británicas.
La historia es identidad, y desafiar este principio de la experiencia de los hongkongneses es un ataque a su identidad. Gran Bretaña no estableció una democracia electoral plena en Hong Kong, pero dejó un respeto obstinado por los valores cívicos, una prensa libre y un deseo de participación política que alimentaron las protestas del 2019. El acto de reescribir la historia se lleva la piedra angular de ese legado, retratando a los hongkoneses como víctimas de una fuerza de ocupación en lugar de agentes de su propio destino.
La memoria de Hong Kong no se reformatea de golpe. No se puede obligar a las personas a creer lo que se les dice, pero sí deben saludar al nuevo orden en actos de reverencia performativa, como las ceremonias de izamiento de banderas recientemente introducidas en las escuelas y los juramentos de lealtad a los funcionarios públicos.
Más de 10 mil personas fueron arrestadas durante las protestas de 2019. Algunas personas fueron condenadas por presuntamente haber facilitado, asistido o simplemente alentado a los manifestantes. Las palabras se usan como armas, y en Hong Kong el uso repetido de la palabra “disturbios” borra una versión del pasado —que muchas protestas fueron pacíficas— y crea una realidad alternativa retrospectiva que sirve a la política del presente.
Hong Kong está siendo rehecha casi más rápido de lo que se puede informar de los cambios. Muchas instituciones clave —organizaciones de la sociedad civil, partidos políticos y sindicatos— se han desmantelado en el máximo acto de degradación. La población de Hong Kong se contrajo tres años seguidos debido a la emigración y la caída en la tasa de natalidad.
En un astuto comentario sobre la censura, una instalación de arte digital de Patrick Amadon, un artista con sede en Los Ángeles, incluía referencias ocultas a los 47 de Hong Kong. Fue proyectada en una pantalla gigante sobre una concurrida calle de Hong Kong que alguna vez estuvo llena de manifestantes vestidos de negro. Como era de esperar, fue eliminada en marzo; esos destellos de memoria amenazaban el frágil exoesqueleto de la propaganda siendo construida. Amadon me envió un mensaje de que esa era su intención desde el principio. “La obra necesitaba ser eliminada para que el arte estuviera completo”, dijo. “El arte necesitaba que el Gobierno pintara la pincelada final”.
A pesar de esto, el Partido Comunista no podrá borrar por completo la memoria colectiva de Hong Kong. Hay una creciente comunidad de Hong Kong en el extranjero, y se están realizando mítines en todo el mundo a favor de los 47 que enfrentan juicio. Los hongkoneses no olvidan fácilmente.
Cuando la sangrienta represión del movimiento de Tiananmen no pudo conmemorarse públicamente en China, la gente de Hong Kong se encargó de realizar vigilias anuales por los muertos y encarcelados en Beijing y otros lugares. Ahora le corresponde a una nueva diáspora de Hong Kong mantener vivo el recuerdo de lo que sucedió a su propia Ciudad.
Louisa Lim, que fue periodista en China, es catedrática titular en la Universidad de Melbourne, en Australia.Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.
Por: Louisa Lim