En 'El árbol de guayacán', Dany Alejandro Hoyos (conocido popularmente, en su faceta de humorista, como 'Suso el Paspi') se pone "serio" para narrar con elocuencia cómo perdió a su abuelo por el covid-19, mientras va revelando anécdotas de su infancia en Ituango y episodios del pasado reciente deColombia. Es un testimonio conmovedor y desgarrador en el que el autor expone diferentes etapas del duelo, y con gracia y humor nos deja ver una vulnerabilidad con la que más de uno se sentirá identificado.
Dos de los primeros lectores de este libro, los escritores Gilmer Mesa y Alonso Salazar han aplaudido la pluma de Hoyos.
"Las raíces de este libro, como las del árbol del que toma su nombre, están ancladas a la tierra y al pasado, y de ambos toman la fuerza que lo sostienen. Escrita con la letra pegada con que la tristeza escribe sus líneas, dejando espacio apenas para el sollozo. Este texto de Alejandro nos entrega su memoria como escapatoria a la desolación que siente por la muerte de su adorado abuelo, evocando su infancia y el pasado conjunto que tuvieron en una tierra que, a pesar de estar sitiada por la violencia y el abandono estatal, mantiene intacta la belleza natural de sus esplendentes paisajes y la esperanza incólume de sus habitantes, que es la misma que lo lleva a revisar su historia para salvar la frase justa, el consejo sabio y el amor limpio de ese ser que perdió, y así conjurar su duelo, que se hace nuestro en su prosa franca, dejando un sedimento de ausencia que se transforma en camino y nos ayuda a entender que, aunque hicimos lo que pudimos y dijimos lo necesario, siempre nos faltarán palabras y acciones cuando nos enfrentemos a la implacable muerte de los seres que amamos, y que como escribió Francisco Luis Bernárdez "… lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado"". GIlmer Mesa
"Dany nos presenta una ópera prima con un modo de narrar singular, tocado por la agudeza de un observador que, al mismo tiempo, tiene la capacidad de explotar lo elemental de la vida para reírlo y hacerlo trascendente". Alonso Salazar
Cartátula de 'El árbol de Guayacán', de Ediciones B. Foto:archivo particular
Yo teníaun abuelo a quien llamar, ahora solo me queda escribir hasta que no duela, hasta que le pueda mostrar la foto tuya a mamita, tu esposa y no voltee la cara y me diga diga que no le muestre eso, que le da mucha maluquera, cierra los ojos y se pone a ver su tristeza por dentro; hasta que pueda contar todo lo que quiero contar sin que se me quiebre la voz y se me chocolatee la mirada, y que la gente me mire como quien dice, A este qué le pasó, deje el drama que muertos tenemos todos; hasta que en la casa contemos tus historias y riamos en lugar de llorar como unas plañideras, y dejemos de ver tus fotos, pasar los dedos por el papel brillante como poniendo las huellas suavecito para acariciarte; hasta que deje de sentir esta putería que tengo conmigo, con la vida, con todo, porque a uno no se le puede morir la gente que no se quiere morir, con tanto suicida que hay por ahí en el clóset y te vas a morir vos que te cuidabas tanto: Que mija écheme alcohol, Que dónde está el tapabocas, Que saludémonos de lejitos, Que yo hago lo que me digan, Que si no se puede salir, no se sale; todo eso para nada, aun así te dio ese bicho trastanuta, por eso sigo hasta que todos sepan de vos, que se hable de ti en los noti- cieros, en las redes, en la calle, que seas el tema de las peluqueras y los taxistas, y que el presidente te mande a hacer una estatua en la casa de Nariño, o una calle, o al menos que alguna placa en la escuela de la vereda diga tu nombre, y debajo, remarcada, la palabra gracias, gracias a ti y a los campesinos de este país, a quienes tanto les debemos, porque fue a ellos a los que les tocó la guerra, ellos pusieron los muertos, la sangre, el machete, el sudor, el jornal, el miedo, y les tocó irse de su tierra, empacar en costales sus cosi- tas, cargar una gallina, dejar los marranos, las vacas, los caballos, si es que los tenían, mirar para atrás y ver desde la montaña la casa que era suya quedarse sola con un letrero pintado que decía, Fuera sapos hijueputas, y a ellos, los encomiables campesinos, los olvidados, les tocó limpiarse las lágrimas con el brazo pasado a sudor y seguir errantes de pueblo en pueblo, ah cosa pa’ hijueputa uno tener que mendigar posada como José y María en el pesebre, llegar a una ciudad que no conoce a vivir de arrimados donde un familiar o un conocido, o en rancho, o un semáforo, a trabajar en construcción, en la calle, en lo que resulte, a esquivar carros en las autopistas, porque en el pueblo se camina por la mitad de la calle, como Pedro por su casa, porque era su casa, en cambio en la ciudad: Cuidado con ese carro, Ojo con esa moto, Ah, qué pesar, a ese señor lo cogió ese carro y lo levantó pasando la calle y volaron el sombrero, el carriel y la vida para la mierda; es que la ciudad no se hizo para el campesino, y por eso, se sientan en el metrocable a subir una montaña de adobes y añorar desde la periferia la tierra de donde los sacaron a la fuerza y les tocó reponerse, mirar pa’ lante y posar para la foto con una mueca que llaman sonrisa, la sonrisa de un campesino que esconde los dolores que llevan dentro la carga de un país que los abandonó a su suerte; seguiré, hasta que todos y todas y todes sepan que eras el mejor abuelo del mundo, que sientan envidia y digan que hubiera sido maravilloso conocerte, o me digan, Ya, hermano, estás muy cansón con ese tema, y a mí me importe un culo porque yo veré de qué hablo, es mi libro, mi drama, mi terapia, mi necesidad, son mis manos, mis letras, mi sangre, mi memoria, mi historia, y al que no le guste, que no me lea, que yo no escribo para sobarle la chaqueta a nadie, ni ren- dirles pleitesía a esos intelectuales de icopor que no sirven ni para reciclaje, a esa farsándula literaria que va a escupir hipocresías a las ferias del libro y desde el olimpo del lobby dice quién es buen escritor y quién no, para ellos no escribo, sino para el que me quiera leer y para que mi familia me ame y mis amigos me quieran más, para que mamá y papá saquen pecho, para que se sepa tu historia, y porque me gusta, me sana, me cicatriza hablar de vos, y punto, ah, no, ahí no iba el punto, era un punto y coma; hasta que deje de estarle contando este libro a todo el que me encuentro y que mi novia cuando me recoja en el carro no me vea llorando y no me pregunte que qué me pasa y no le diga que estaba escribiendo tu libro, y me lleve las manos a la cara y le cuente con vergüenza que estaba llorando mientras escribía en un restaurante, y que las muchachas del local me miraban incómodas, curiosas; es que ver llorar a un hombre mientras escribe en un celular no es normal, pensaron que estaba pidiéndole perdón o mendigándole cacao a alguna vieja que me dejó y se acercaron a consolarme, tan empá- ticas, tan lindas, tan chismosas las condenadas, y terminamos los tres llorando porque les hablé de vos, que fuiste el que me dejó, y me puse a escribir hasta que ya no haya palabras, hasta que toque publicar este libro, que es mi forma de extirpar como un forúnculo este pus que llevo dentro y escribir todo lo que tenía para contarte; hasta que el mundo se acabe, hasta que san Juan agache el dedo, hasta que las vacas vuelen, los políticos no roben, los perros no ladren, las prepagos lean, los reguetoneros canten, hasta no sé cuándo te seguiré extrañando, Papito mío, porque me haces mucha puta falta, sí, mucha puta falta, es que no me haces mucha falta a secas, ¡me haces mucha puta falta!, y lo harás hasta que me muera o me llegue el Alzhéimer y me vaya desvaneciendo en imágenes brumosas de la nada, de adelante para atrás, porque en esa enfermedad dicen que uno vuelve a ser niño y, entonces, yo volvería a verte en tu casa, en la casa del filo, y me volverías a enseñar todo, y nos vería juntos yendo al potrero por las bestias y me iría de este cochambroso mundo con ese último recuerdo . Ahora sí, punto. (...)
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