Algunos especialista opinan que una familia debe estar conformada por los dos padres. Conozca opiniones al respecto.
Desde que Adriana era una niña tuvo claro que quería ser madre y no descansó hasta lograrlo. Cuando tenía 27 años, después de un par de relaciones de pareja que lejos de hacerla feliz le habían arrancado varias lágrimas, se acercó un día a la casa de sus padres y les dijo: “Si no encuentro con quién organizarme en algún momento de mi vida en el que yo sienta que estoy lista para ser mamá, voy a ser mamá soltera”.
En ese instante, ellos creyeron que se trataba sólo de un comentario suelto, pues para Adriana el ser humano se encuentra en un estado ideal cuando hace parte de una familia.
“Ver la relación de mis padres, que cumplieron recientemente 39 años de casados y, contando los años de noviazgo, llevan 45 juntos, me ha hecho desear lo mismo para mí; ver la manera como mi papá es con mi mamá, me ha hecho desear tener un hombre así a mi lado. Él puso un parámetro muy alto; por eso, no he buscado casarme por casarme, ni tener novio por tener novio, no he tenido afán por forzar las cosas caprichosamente. Si me cuadro, si me caso será porque esa persona es realmente lo que yo espero”.
Sin embargo, el organismo de las mujeres está preparado y es apto para la reproducción en un periodo de tiempo muy específico. Adriana era consciente de que su ciclo vital para la maternidad se le estaba pasando, así que en febrero de este año, decidió que sería madre soltera.
Fue a donde el ginecoobstetra y le dijo que en unos días cumpliría 37 años y que había llegado la hora de ser mamá. Él le dijo que le parecía maravilloso, que no era la primera mujer en tomar la decisión sola y que él la ayudaría. Le ordenó unos exámenes y le explicó que la opción para hacerlo era la inseminación, a menos de que ella tuviera un candidato.
“Le respondí que sólo había un candidato con el que yo tendría un hijo a ojo cerrado, porque es inteligente, exitoso y sabe a dónde va, pero él vive en México, o sea que no había alternativa, me tenía que inseminar”. Su candidato o el person je, como ella misma lo llama esmisma lo llama, es, sin duda, el amor de su vida. Cada vez que Adriana lo nombra se le aclara la mirada y se le dibuja una sonrisa enorme en los labios. Suelta carcajadas de complicidad cuando habla de lo que han compartido y de la manera como ha evolucionado su relación, pero si hay algo que la delata son sus manos, que viajan directo a su corazón cuando se refiere al lugar que él ocupa en su vida. “Yo estuve muy enamorada de él, tuvimos una relación que terminó, pero seguimos en o siempre y somos grandes amigos. Cada uno tiene una visión de relación diferente, pero me acuerdo que como yo ya tenía en mi mente la idea de ser madre soltera, durante el tiempo que estuvimos juntos, yo siempre me decía que él sería ideal para ser el padre de mi hijo”.
A los dos días después de que Adriana había ido al médico, recibió una llamada de su candidato. Le avisó que vendría a Bogotá y que quería verla. “Con todo esto, yo siempre he dicho que si las cosas son para uno, la vida se las pone en el momento que son y Dios está ahí…”
El día en que se vieron hablaron de sus vidas, de lo que cada uno estaba haciendo y de un momento a otro, ella le dijo: “‘Tengo un proyecto personal en el que tú me puedes ayudar’. Me acuerdo que yo me ataqué de la risa y él me respondió: ‘Acepto’. Yo le dije que esperara, que no sabía qué le estaba proponiendo y me volvió a decir: ‘Acepto’. Yo empecé a explicarle que quería ser mamá y de nuevo me dijo: ‘Por eso acepto’”.
Adriana le comentó que no se trataba solamente de quedar embarazada, sino que si iba a ser la madre de un hijo cuyo padre tenía rostro, ella quería que fuera un papá que respondiera por el niño, que tuviera con su hijo una relación similar a la que él ya tiene con su hija mayor de 25 años. “Yo no necesito marido, pero sí un papá para mi hijo, alguien que esté presente para el niño, que tenga responsabilidades con él. No es que crea que no puedo sola, sino que tengo claro que la figura paterna es fundamental en la vida de una persona. Si un niño tiene a sus dos padres, no va a pensar, a creer y ser idéntico a alguno de los dos, sino que va a tener dos diferentes visiones del mundo. Lo planteé como si fuera un divorcio, sin que hubieramos estado casados. Después de oírme, me dijo: ‘Por eso te digo que acepto, yo voy a ser feliz de ser papá de un hijo tuyo, Adriana’”.
Una vez tomaron la decisión, fueron juntos al médico y convinieron en que lo iban a buscar con calma y sin apresurarse para que todo fluyera y se diera con amor, con el amor que siempre se han tenido. Él viajaría a Colombia más seguido, ella iría a México o se encontrarían en Panamá, en Miami o en algún país central para ambos, pues ella creía que iban a pasar varios meses antes de quedar embarazada.
“Me sorprendieron mucho todas las reacciones de él, su compromiso, su alegría… Entonces me dije que definitivamente había tomado la decisión correcta, que sí era de él de quien yo quería tener un hijo. Todo lo que él hacía y expresaba confirmaba lo que mi corazón me había dicho y eso me dio mucha tranquilidad”.
Él regresó a México y a los veinte días llegaría la Semana Santa, entonces decidieron que Adriana iría a visitarlo allá. Sin embargo, no fue fácil, pues se desempeña como Jefe de nuevos negocios del canal Caracol, así que pensó que no alcanzaría a sacar los días de permiso ni a tramitar la visa mexicana. Sin embargo, lo intentó.
Llamó a la embajada y le dijeron que les quedaba una sola cita para el viernes antes de Semana Santa; por supuesto, la tomó y cuando llegó a la oficina del cónsul recuerda que la conversación transcurrió así:
—¿Cuándo viaja?
—Me iría el miércoles en la tarde y volvería el lunes en la mañana.
—¿A quién va a ir a visitar?
—A un amigo.
—¿A un amigo o al novio?
—Pues, si usted me ayuda, uno no sabe con qué vuelva.
“Él se atacó de la risa y me dijo: ‘Listo, se va para México, pero después viene y me cuenta’”.
Ese viaje le generó a Adriana una expectativa enorme y muy rara, pero cuenta que la actitud y el trato de él eran tan cálidos, que después de unas cuantas horas ella empezó a sentirse muy bien y conoció cualidades de él que hasta el momento desconocía del todo. Además, él la llevó a conocer la ciudad, las pirámides, los lugares famosos, probó la comida, las bebidas típicas y todo fue con calma y sin ansiedad, sin ir directamente al grano y hacer por hacer.
“Hablamos de muchas cosas: coincidimos en que no íbamos a ser pareja, sino padres, aclaramos qué iba a esperar cada uno de la relación y que ambos éramos libres para buscar o tener una persona con quién vivir, siempre y cuando esa tercera persona aceptara y respetara convivir con nuestro hijo. Y lo más importante, que independientemente de que no fuéramos pareja, teníamos claro que las decisiones eran de los dos para el bienestar del niño”.
Antes de subirse al avión de regreso a Bogotá, Adriana fue a visitar a la Virgen de Guadalupe y cuenta que de rodillas oró: “Virgencita, si la decisión que yo tomé es acertada para ti y para tu hijo y es lo que debe ser, permite que funcione; si no es así, yo entenderé que no haya quedado embarazada. Lo dejo en tus manos”.
A las dos semanas Adriana se practicó dos pruebas de embarazo, ambas salieron positivas, así que tomó el teléfono, marcó su número y en cuanto oyó su voz al otro lado de la línea, le dijo: “Quiero contarte que estamos embarazados y vas a ser papá”.
Ese día se dispararon las alarmas de la gripa AH1N1. Entonces, ella recibió una llamada de él en la noche y con un tono de felicidad y entre risas le dijo: “Nuestro bebé va a ser muy inteligente porque debío pensar: ‘Viene la pandemia y así mi mamá no vuelve a viajar y mi papá tampoco, o sea que o me hago ahora o no me hice nunca’”.
La primera semana de septiembre, cuando ya se habían disipado un poco los riesgos de contagio, él llegó a Bogotá. El teléfono de Adriana sonó, era la hija de él, le dijo que le tenía una sorpresa y se lo pasó. Era de noche, él se acababa de bajar del avión y le preguntó si no era muy tarde para pasar a su apartamento a verla.
“La cara que hizo cuando me vio fue de una ternura maravillosa que yo jamás le había visto. Le empezó a hablar a la bebé, dijo unas cosas divinas”. Para entonces, ya sabían que era Silvana quien venía en camino. “El nombre Silvana significa princesa venida de los bosques o cuidadora de los bosques, me pareció que tenía una connotación de hada y supe de inmediato que ese era el nombre de mi hija. Ella sería el hada de mi vida”.
Fueron juntos a una ecografía y cuenta Adriana que él no tenía palabras, estuvo callado durante toda la sesión y no despegaba los ojos de la pantalla. “Era una expresión de orgullo y de amor el ver a nuestra hija. Claro, para mí, de mamá, es hermoso ver que está enamorado de su hija y muy entusiasmado con su llegada”.
Durante el tiempo que él estuvo en Bogotá discutieron asuntos como la medicina prepagada para Silvana, las células madre, el seguro de estudio y detalles que hay que tener presentes. Igualmente, acordaron que una vez nazca la niña, ambos van a estar muy cerca de ella, no sólo en términos de espacio sino de afecto y apoyo, para que sienta la presencia de sus padres.
Ahora, Adriana y él cuentan los días para el nacimiento de Silvana y mientras tanto, ella le ha escrito varias cartas a la niña en las que le cuenta esta historia. La primera carta se llama ‘Por qué estamos esperando a Silvana’. En la segunda le habla de su papá, de cómo lo conoció, cuándo, en dónde, cómo se enamoró de él, cómo lo ha querido y cómo ha evolucionado la relación durante todos los años que han estado juntos. “Escribo como catarsis, porque me permite entender lo que estoy sintiendo. Como mujer, como madre y con la responsabilidad de haber tomado la decisión de hacer todo esto, lo que más me interesa es darle lo mejor de mí y procurar que todo lo que reciba Silvana de él también será lo mejor para que ella pueda tener una vida feliz con la decisión que yo tomé”.
La opinión de una experta
La sicóloga Gloria Casas sostiene que casos como el de Adriana cada vez se dan con mayor frecuencia en nuestra sociedad y añade que aunque la familia ideal es la conformada por los dos padres, “es de resaltar el valor que expresan las mujeres que por decisión y convicción asumen la responsabilidad de la maternidad de manera individual y asimilan este rol y las consecuencias que esto representa”.
Señala que la mejor manera de enfrentar una situación en donde no hay convivencia, es establecer claramente el rol que va a desempeñar cada uno con respecto a las responsabilidades ante la hija. Esto incluiría: cómo se distribuyen las responsabilidades económicas, distribución de vacaciones, acuerdos en cuanto a los valores en la crianza y manejo de pautas de disciplina. Y lo más importante, la presencia física, apoyo moral y afectivo de los dos padres en el proceso de formación de esa personita.
Pensando en el bienestar de Silvana
La sicóloga infantil María Isabel Guerrero explica que los avances de la mujer a nivel profesional y los cambios tan grandes que han venido sufriendo las familias hacen que cada vez sea mas frecuente encontrar familias monoparentales; es decir, aquellas que están conformadas solamente por padre o madre e hijos. Igualmente afirma que la historia de Silvana y el contexto en el que va a a nacer se encuentra enmarcado en el amor, el respeto y la contención. “Dado que entre los padres de esta bebé sí existió una relación amorosa y de respeto previa a su llegada, así como el deseo por parte de la madre y del padre por ser padres, es de esperarse que su crecimiento y desarrollo emocional sea el adecuado, y muy similar al que llevan aquellos niños cuyos padres se separan, pero que continúan asumiendo los roles paternos y, de ese modo, cuentan con las figuras materna y paterna”. Así mismo, la especialista señala que esta historia es de resaltarse en la medida en que cuenta con características que no se comparten con algunas madres que desean ser madres solteras y asumir solas este reto en respuesta a dificultades en las relaciones amorosas o a causa de maltrato o memorias emocionales negativas de la infancia, lo cual se considera un precursor de dificultades.
Por Melissa Serrato Ramírez